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Burdas amalgamas entre islam y fascismo
Mientras Estados Unidos se empantana en Irak, donde se exacerba la guerra civil, la administración de George W. Bush sigue justificando sus intervenciones en Medio?Oriente en nombre de la lucha contra el “fascismo islámico”. Este marco ideológico permite encuadrar en la misma categoría a movimientos completamente diferentes, desde
Al-Qaeda a Hezbollah, pasando por los Hermanos Musulmanes.
"Proceden
con grandes conceptos, tan grandes como vagos: LA ley; EL poder; EL maestro; EL
mundo; LA rebelión; LA fe. De este modo, pueden hacer mezclas grotescas,
dualismos superficiales, la ley y el rebelde, el poder y el ángel." Al hacerlo,
"arruinan el trabajo" que consiste en "formar" conceptos de fina articulación,
o muy diferenciada, para evitar las amplias nociones dualistas". Es en estos
términos que Gilles Deleuze denunciaba en 1977 lo que denominaba el
"pensamiento nulo" de los "nuevos filósofos".
Treinta
años más tarde, estos pensadores, siempre "nulos" pero ya no tan "nuevos" y aun
menos "filósofos", están a la vanguardia para difundir en Francia, en base a
"mezclas grotescas", el concepto vacío de "fascismo islámico".
Podría
no prestársele atención si este concepto de "fascismo islámico" no hubiera sido
utilizado públicamente por el presidente George W. Bush, en una conferencia de
prensa el 7 agosto de 2006, y luego en otros discursos oficiales
estadounidenses, en los que se incluía a organizaciones completamente
diferentes unas de otras (Al-Qaeda, los Hermanos Musulmanes, Hamas y
Hezbollah), haciendo de estos movimientos "los sucesores del nazismo y el
comunismo". La recalificación de la "guerra contra el terrorismo" como "guerra
contra el fascismo islámico" y por ende la inscripción de los movimientos
fundamentalistas musulmanes en la línea de los "totalitarismos" del siglo XX no
es inocente. Apunta a relegitimar las políticas belicistas, basándose
nuevamente en amalgamas y en los viejos artilugios aún eficaces de la "política
del miedo".
Categorías
La
paternidad del neologismo "fascismo islámico" es fuertemente reivindicada en el
semanario neoconservador The Weekly Standard por el periodista Stephen Schwartz 1,
quien colabora además en un sitio de internet muy controvertido, FrontPage
Magazine, de David Horowitz.
Pero
Schwartz recién utilizó el término por primera vez en 2001. No fue él quien
inventó la expresión, sino el historiador Malise Ruthven en 1990, en el diario
británico The Independent 2. Christopher Hitchens fue indudablemente
quien más popularizó la expresión en Estados Unidos. Periodista brillante,
otrora muy de izquierdas, se sumó a la guerra del presidente Bush contra Irak.
Pero si esta expresión tuvo cabida hasta en un discurso oficial del Presidente,
se debió probablemente al orientalista Bernard Lewis, asesor de la Casa Blanca,
impulsado por una hostilidad sin límites hacia el islam. Schwartz se considera
además un discípulo de Bernard Lewis 3.
Si
nos basáramos en las tradicionales definiciones teóricas de fascismo formuladas
por los más eminentes especialistas (Hannah Arendt, Renzo de Felice, Stanley
Payne o Robert O. Paxton), advertiríamos que ninguno de los movimientos
islamistas incluidos por el presidente George W. Bush en la expresión "fascismo
islámico" responde a sus criterios. No es que la religión sea incompatible con
el fascismo. Si bien Payne estima que el fascismo necesita para desarrollarse
un espacio secular 4, Paxton y otros le responden que esto sólo es válido en
el caso europeo. De hecho, puede existir un fascismo musulmán, como también un
fascismo cristiano, un fascismo hindú y un fascismo judío.
Pero
los movimientos señalados con el dedo por la administración Bush no entran en
absoluto en esta categoría. El islamismo debe ser entendido como un fenómeno
contemporáneo, nuevo y distinto. Es verdad que algunos elementos del fascismo
tradicional pueden detectarse en movimientos fundamentalistas musulmanes: la
dimensión paramilitar, el sentimiento de humillación y el culto al líder
carismático (aunque en una medida muy relativa e incomparable con el culto al
Führer o al Duce). Pero todas las demás dimensiones del fascismo (nacionalismo,
expansionismo, corporativismo, burocracia...), absolutamente fundamentales, están
generalmente ausentes.
Los
movimientos islamistas suelen ser transnacionales, y por ende están muy lejos
del "nacionalismo integral" que caracterizó a los fascismos europeos de los
años '30. El fascismo era, por naturaleza, imperialista y expansionista. Ahora
bien, es cierto que células de Al-Qaeda operan en varios países y que ciertos
movimientos islamistas sueñan con una reconquista de Andalucía o Sicilia y con
la restauración del califato, pero movimientos islamistas como Hamas y
Hezbollah, por más cuestionables que puedan ser sus orientaciones religiosas y
ciertas acciones armadas (en particular los atentados contra civiles que
apuntan a sembrar el terror), son movimientos de lucha contra ocupaciones
territoriales.
Por
su parte, el régimen de los talibanes en Afganistán se asemejaba más, por su
absolutismo religioso, a las teocracias oscurantistas de la Edad Media que a
los regímenes fascistas que emergieron en los países industrializados después
de la Primera Guerra Mundial.
La
dimensión corporativista -relación de cuasi fusión entre el Estado, las
empresas y las corporaciones- inherente al fascismo, tampoco está presente en
el contexto islámico (en Irán, la estrecha relación entre los comerciantes del
"bazar" y el régimen islamita no se pueden comparar). Además, ninguno de los
movimientos islamistas recibe, en general, el apoyo del aparato
militar-industrial de un país, aunque en Irán la articulación entre el Estado
religioso y la poderosa industria militar podrían hacer pensar lo contrario. De
hecho, esta articulación también existe en países que nadie osaría calificar de
fascistas, por ejemplo, Estados Unidos, Francia o Japón.
Disponer
de un "Estado partidario" representa una condición necesaria para el ejercicio
de un poder de naturaleza fascista. Ahora bien, los grupos en cuestión suelen
ser organizaciones no-estatales, al margen del poder de su país o perseguidas
por éste. Por otra parte, por más paradójico que puede parecer para movimientos
ideológicamente estructurados por la religión, los aspectos ideológicos se
presentan a menudo como secundarios en los movimientos islamistas, mientras que
Raymond Aron señalaba "el lugar demencial" de la ideología en el sistema
totalitario, que según él se apoyaba en una "primacía de la ideología" 5.
Los
movimientos islamistas instrumentalizan la religión y buscan usarla como una
ideología, pero no hay una voluntad de crear un "hombre nuevo", como fue el
caso de Europa. Se trata más de viejos arcaísmos religiosos o sociales que de
una ideología global y coherente. Además, el suceso popular de estos
movimientos se desprende a menudo de factores distintos a los ideológicos. Por
ejemplo, el voto a Hamas no representa una adhesión del pueblo palestino a la
ideología religiosa del movimiento, pero sí es la resultante de un voto castigo
a la corrupción de Fatah. En el Líbano, son muchos los que apoyan a Hezbollah
sin suscribir por ello a su ideología islamista. Y los intelectuales que
respaldan estos movimientos lo hacen por lo general en contra de su ideología,
no por adhesión a la ideología islamista. En cambio, el fascismo y el nazismo
sedujeron a miles de intelectuales, incluso a los más eminentes de su
generación.
Al-Qaeda
sólo puede valerse de escasos apoyo de este tipo y su ideología, de las más
escuetas, remite mucho más a la de los antiguos fenómenos sectarios que a la de
los regímenes totalitarios europeos.
El
fascismo y el nazismo eran movimientos de masas, basados en su politización y
consentimiento, mientras que las organizaciones islamistas, a pesar de todos
los elementos propicios como la crisis económica y la humillación generalizada,
se chocan en la mayoría de los países musulmanes con sociedades civiles
apegadas a sus libertades. La cantidad de gente que apoya a los movimientos
fundamentalistas islámicos en África del Norte no es mucho más elevada que el
número que respalda a la derecha extrema en Europa. Al-Qaeda sólo logra seducir
a una muy reducida franja de musulmanes. En cada uno de los países musulmanes
están latentes, bajo dictaduras a menudo apoyadas por Estados Unidos,
sociedades civiles extraordinariamente vitales, no-practicantes y antitotalitarias.
Por otra parte, tal como escribe Robert Paxton, "lo que nos impide
esencialmente sucumbir a la tentación de tildar de fascistas a los movimientos
islámicos fundamentalistas como Al-Qaeda y los talibanes es que no son producto
de una reacción contra democracias disfuncionales. Su unidad es más orgánica
que mecánica, retomando la célebre distinción de Émile Durkheim 6. Sobre
todo, estos movimientos no pueden ‘renunciar a las instituciones libres', que
nunca tuvieron" 7. Podrían mencionarse muchos otros elementos que permiten
refutar esta analogía con el fascismo: no existe monopolio de la información
(incluso en Irán y Arabia Saudita, a pesar del estricto control del poder
religioso, existen brechas que dejan pasar un cierto soplo de libertad), ni
darwinismo social, ni economía dirigida, ni movilización planificada de la
industria, ni monopolio de las armas...
El
caso de la República Islámica de Irán es desde luego más problemático.
Ahmadinejad puede apoyarse en un "Estado partidario", controla muy
estrechamente los medios de comunicación a través de un Ministerio de Cultura y
Orientación Islámica y moviliza su economía -planificada-, así como su
imponente aparato militar-industrial. ¿Puede sin embargo hablarse, incluso en
este caso, de fascismo islámico? En rigor no, al ser tan numerosos los
contrapoderes y la sociedad civil vigilante. El presidente iraní debe acordar
con el Majlis (Parlamento) y necesitó varios meses para lograr que éste
confirmara a algunos ministros. Por otra parte, el número uno del Estado iraní,
el "guía supremo", el ayatollah Khamenei, sometió las decisiones del gobierno
de Ahmadinejad al aval del Consejo de Discernimiento, dirigido por Hachemi
Rafsandjani, que no es otro que el candidato derrotado por Ahmadinejad en las
elecciones presidenciales.
Ahmadinejad
debe también acordar con el "reformista" Khatami, que conserva una popularidad
nada despreciable. Zvi Barel sostiene en Haaretz que las diatribas antiisraelíes
del Presidente iraní "se explican de hecho por las tensiones ideológicas y las
relaciones de fuerza en el seno de la República Islámica" 8. Finalmente,
Ahmadinejad el "populista" tiene grandes dificultades para seducir a las
elites, y una gran parte de la sociedad civil iraní está decidida a luchar
contra la influencia de los ultraconservadores.
"Nazificar"
al adversario
Si
bien el término genérico de "fascismo islámico" es totalmente incongruente,
esto no significa que la impronta fascista esté ausente en el contexto
islámico. Los mundos árabe y musulmán registran un número considerable de
dictaduras y regímenes autoritarios que podrían calificarse de fascistoides.
Estos regímenes son en su mayoría fieles aliados de Estados Unidos en su
"guerra mundial contra el terrorismo". Los dictadores uzbeco, kazajo y turkmeno
están curiosamente a salvo de las críticas estadounidenses, aunque el carácter
semifascista de estos regímenes resulte evidente. La monarquía saudita es bien
vista en Washington, a pesar de su fundamentalismo y su oscurantismo religioso,
su apoyo a movimientos islamistas radicales y sus excesos. El apoyo a la política
exterior estadounidense implica la absolución de todos los desvíos autocráticos
y fascistoides. Actualmente en romance con las cancillerías occidentales, tras
renegar -como le reclamaba Washington- de su pasado turbulento, cuando el
coronel Muammar Kadhafi, al celebrar el trigésimo séptimo aniversario de su
llegada al poder, instó al asesinato de sus opositores, muy pocas voces se
inmutaron en Occidente 9.
¿El
término "fascista" podía justificarse a propósito de la dictadura del
presidente Saddam Hussein, los baasistas y sus mukhabarat (servicios secretos) en Irak?
El régimen de Saddam Hussein era un régimen ultranacionalista, basado en el
culto desmedido al jefe, que no distinguía entre las esferas pública y privada,
y por añadidura expansionista. En una conferencia ofrecida en Kuwait en 1987,
Edward Said había advertido a los gobernantes del Golfo: "Si continúan apoyando
financieramente a Saddam Hussein, se vuelven cómplices de este fascismo árabe,
del que acabarán siendo víctimas". Los dirigentes kuwaitíes lo comprenderían
recién el 2 de agosto de 1990, tras la invasión a su país.
La
hipocresía es tanto más sorprendente si se piensa que los "fascistas islámicos"
de hoy, especialmente los combatientes afganos, eran, durante su lucha contra
los soviéticos, calificados en Washington como los "equivalentes morales" de
los padres fundadores de Estados Unidos 10. Los Hermanos Musulmanes egipcios
también fueron ayudados muy generosamente por los servicios de inteligencia
británico y estadounidense. Y el gobierno israelí favoreció a los Hermanos
Musulmanes en Palestina (antes del nacimiento de Hamas) para encauzar el poder
de Fatah y la Organización para la Liberación de Palestina.
Puede
y debe criticarse con vehemencia a algunos movimientos que, en el mundo
musulmán, recurren al terrorismo y presentan un aspecto fascistoide, pero sin
por ello recurrir a términos globalizadores y provocadores como "islamismo
nazi" y "fascismo islámico", que estigmatizan a poblaciones enteras
estableciendo una relación directa entre su religión y los partidos extremistas
que instrumentalizan esta religión en nombre de objetivos políticos. Rechazar
un concepto fraudulento no significa en absoluto que deba prohibirse la crítica
a los crímenes de los islamistas y su visión del mundo. Muchos intelectuales
musulmanes no se privan de ella. El brillante intelectual paquistaní Eqbal
Ahmad dio muestras de un coraje excepcional defendiendo ante multitudes de paquistaníes
encolerizados al escritor Salman Rushdie, amenazado de muerte por una fatwa
iraní.
Todas
estas consideraciones sobre la definición exacta de fascismo tienen poca
importancia a los ojos de los jacksonianos 11 y neoconservadores que dominan
la política exterior de Estados Unidos, para quienes el uso del término
"fascismo islámico" es sobre todo útil por su carga emocional. Permite sembrar
el miedo. Y es ahí donde radica el principal peligro. Reafirmando la idea de
que Occidente combate un nuevo fascismo y nuevos Hitler, se prepara a la
opinión pública para aceptar la idea de que la guerra puede y debe ser
"preventiva". La respuesta a la "amenaza fascista", masiva, se encuentra pues
justificada cualesquiera sean sus consecuencias en términos de vidas humanas.
"Los Aliados bombardearon Dresde", se oyó decir a los neoconservadores en respuesta
a las críticas a los cientos de bombas de racimo arrojadas por los F16
israelíes sobre barrios civiles libaneses densamente poblados.
Este
empeño por querer "nazificar" a su adversario no es nuevo. Periódicamente, los
medios de comunicación occidentales descubren un "IV Reich" y un "nuevo
Führer". Sucesivamente, Gamal Abdel Nasser, Yasser Arafat, Saddam Hussein,
Slobodan Milosevic y actualmente Mahmud Ahmadinejad fueron comparados con
Hitler. A Nasser lo llamaban el "Hitler del Nilo"; Menahem Begin llamaba a
Arafat el "Hitler árabe".
Actualmente,
el muy caricaturesco presidente iraní Ahmadinejad y sus filípicas negacionistas
ofrecen un nuevo terreno fértil para las manipulaciones de los medios de
comunicación. Así, el neoconservador iraní Amir Taheri, ex colaborador del
Shah, lanzó una "noticia" según la cual Irán dispondría que los judíos iraníes
lleven la estrella amarilla. Aunque falsa, esta información fue tapa del diario
canadiense The National Post, con un gran titular: "El IV Reich". Que
esta información haya sido enérgicamente desmentida por los judíos iraníes y
toda la prensa, nada cambió al asunto. El "golpe mediático" fue exitoso y
cientos de miles de canadienses y estadounidenses están hoy convencidos de que
los judíos iraníes llevan la estrella amarilla y de que Irán representa
efectivamente un IV Reich. Lo que será por supuesto muy útil si Estados Unidos
decide lanzar una nueva guerra preventiva contra Irán...
La
fuerza de la historia
Quienes
utilizan la expresión "fascismo islámico" tienen en común querer luchar y
continuar las acciones militares preventivas perpetradas en nombre de la
"guerra mundial contra el terrorismo". A lo largo de los años, Bernard Lewis
popularizó más o menos abiertamente la noción según la cual los árabes y los
"orientales" sólo entienden la fuerza. Lewis hubiera hecho bien en leer a
Hannah Arendt, quien escribía: "A pesar de todas las esperanzas de lo
contrario, parece que hay UN argumento que los árabes son incapaces de
comprender: la fuerza" 12.
Unir
bajo un mismo estandarte, el de "fascistas islámicos", a decenas de movimientos
completamente discordantes, a menudo en conflicto entre sí y con objetivos muy
diferentes, permite arraigar el mito de un complot islámico mundial, ocultar
así las cuestiones geopolíticas y puramente profanas, y por ende dejar de
mencionar las causas que generaron el nacimiento de la mayoría de estos
movimientos, especialmente las ocupaciones militares y los conflictos
territoriales en los que sólo una resolución justa puede permitir desecar la
tierra fértil en la cual prospera el terrorismo contemporáneo.
De
esta manera, se remedan sin mucho esfuerzo las posturas churchillianas y se
permite simétricamente tratar de "munichistas" a todos aquellos que se oponen a
estas guerras tan absurdas como contraproducentes. En lugar de ver en ellos
mentes lúcidas, se los presenta como unos "idiotas útiles", encarnaciones
modernas de Edouard Daladier y Neville Chamberlain que firmaron en 1938 los
Acuerdos de Munich con Hitler. "No hay nada peor que las supuestas lecciones de
la Historia, cuando ésta es mal entendida y mal interpretada", decía Paul
Valéry.
- Véase su artículo del 17-8-06,
"What is islamofascism?".
- "El autoritarismo gubernamental, por no
decir el fascismo islámico, es más la regla que la excepción de Marruecos a
Pakistán", 8-9-1990.
- Alain Gresh, "Bernard Lewis et le
gène de l'islam", Le Monde diplomatique, París, agosto de 2005.
- Porque, a sus ojos, "un fascismo
religioso limitaría inevitablemente el poder de su dirigente, no sólo a causa
del contrapoder cultural del clero, sino también de los preceptos y valores
vehiculizados por la religión tradicional".
- Raymond Aron, Démocratie et totalitarisme, Gallimard, París, 1965.
- En pocas palabras, la teoría
durkheimniana opone la "solidaridad orgánica", caracterizada por la
diferenciación y una débil conciencia colectiva, a la "solidaridad mecánica",
caracterizada por las semejanzas y una fuerte conciencia colectiva.
- Robert O. Paxton, Le fascisme en action, Seuil, París, 2004.
- Este artículo fue reproducido por Courrier International el 3-11-05, en París, bajo el título "Cause toujours, Ahmadinejad".
- Despacho de Reuters del 31-8-06. En
otros tiempos, esta noticia hubiera sido tapa de los grandes diarios
estadounidenses.
- Para un panorama global de estas
relaciones peligrosas, especialmente en el Sudeste Asiático, véase la obra del
profesor de la Universidad de Columbia Mahmood Mamdani, Good Muslim, Bad Muslim, America, the Cold War and the roots of
terror, Pantheon,
N. York, 2004.
- Walter Russel Mead denomina
jacksonianos, en referencia al presidente Andrew Jackson (1829-1837), a los
ultranacionalistas que no dudan en intervenir en el exterior, pero que,
contrariamente a los neoconservadores, no buscan comprometerse en el "nation
building". Dick Cheney y Donald Rumsfeld pueden ser calificados de
"jacksonianos".
- Hannah Arendt, "Peace or Armistice in
the Near East", Review of Politics, Notre Dame, Indiana, enero de 1950.
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