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Doble derrota de Al Fatah y HamasLos palestinos nunca estuvieron tan divididos y débiles como después de los combates fratricidas del pasado verano boreal en Gaza. Sus conflictos internos minan la solidaridad internacional con su causa, reduciendo la presión sobre el ocupante israelí y transformando los territorios palestinos en un polvorín susceptible de estallar en cualquier momento. Hamas acusa a Al Fatah de haber conspirado contra su gobierno, a veces con la complicidad de Israel. Por su parte, Al Fatah denuncia la incapacidad del partido islamista para gobernar eficazmente y su "violento golpe" de junio de 2007 contra la Presidencia y la Constitución. En cuanto a los independientes, critican a los dos movimientos por haber colocado el interés de sus facciones por sobre el interés nacional. La "paz hegemónica"Poco después de la firma de los acuerdos de Oslo de 1993, fui testigo de acusaciones recíprocas en el curso de una mesa redonda sobre el futuro de Palestina, de la que participaron dirigentes y militantes de la Intifada. Muy sorprendido, vi que el espíritu de compañerismo y unidad que reinaba durante las primeras horas dio paso a una confrontación verbal en cuanto nuestros huéspedes anunciaron que los soldados israelíes habían evacuado su base y que el toque de queda se levantaría esa misma noche. Los responsables de Al Fatah amenazaron a todo aquel que obstaculizara su intento de transformar un proceso de paz, cuya imperfección admitían, en proceso de construcción de un Estado. Por su parte, los representantes de Hamas expresaron sus dudas y su desconfianza respecto de una vía diplomática injusta cuyo futuro era poco prometedor desde el principio. Aunque todos estos argumentos conllevan una parte de verdad, tanto Hamas y Al Fatah como el resto del pueblo palestino fueron en primer lugar, y sobre todo, las víctimas de un acuerdo que prometía libertad y unidad, pero produjo desesperación y división, encerrándolos en una política de suma cero: el éxito de una facción era el fracaso de la otra. Los acuerdos de Oslo crearon una "paz hegemónica" 1 que favorece a los israelíes, discrimina a los palestinos y alimenta la inestabilidad. Esta situación deriva de dos desarrollos contradictorios: de un lado la Intifada, nacida en 1987, convenció a la mayoría de los israelíes de la inutilidad de absorber o anexar los territorios ocupados; del otro, una vez finalizada la Guerra Fría y la Guerra del Golfo de 1991, el triunfalismo estadounidense-israelí demostró la incapacidad de la Organización de Liberación Palestina (OLP) para lograr sus objetivos mediante la confrontación. Contrariamente a una paz basada en una relación de fuerzas (entre Egipto e Israel, por ejemplo), o la resultante de una capitulación total (Estados Unidos y Japón), la paz palestino-israelí refleja la superioridad estratégica de Israel y sus límites, es decir su incapacidad para imponer su voluntad a los palestinos. En lugar de un reglamento global, Israel exigió etapas provisorias, que le permitirían dictar el ritmo de los progresos en función de acuerdos firmados por fases y aplicados por secuencias. Cada avance dependía de la capacidad de Al Fatah en el poder para garantizar la seguridad de Israel, reprimiendo a los "extremistas", fueran éstos islamistas o laicos. Así, los palestinos firmaron siete acuerdos de transición celebrados internacionalmente, pero que, en su totalidad, redujeron su territorio y su libertad. Progresivamente, la "paz de los valientes" se transformó en paz de los poderosos e imprudentes. Es así como Oslo desembocó en un precario equilibrio, que se caracterizó por la inestabilidad y la violencia recurrente entre ocupante y ocupado. También ocasionó una inestabilidad intra-nacional, tanto del lado hegemónico, Israel, como del lado del más débil, los palestinos. La masacre de Hebrón del 25 de febrero de 1994, en la que el colono extremista Baruch Goldstein mató a veintinueve palestinos e hirió a ciento veintinueve, impulsó a Hamas a cometer numerosos atentados suicidas 2, desestabilizando la autoridad tanto de Yasser Arafat como de Itzhak Rabin. Sin embargo, la negativa de este último a confrontar con los colonos no detuvo, menos de dos años más tarde, a Igal Amir, su asesino israelí. También la legitimidad de Arafat se tornó más precaria: sus intentos de prohibir Hamas debilitaban su popularidad, y su renuencia a combatirlo directamente quebrantaba su autoridad. En su libro Lords of the Land 3, Idith Zertal y Akiva Eldar muestran el vínculo entre acciones israelíes y reacciones palestinas. En efecto, contrariamente a la idea preconcebida, la mayoría de los atentados suicidas respondía a asesinatos cometidos por el ejército, a menudo en períodos en que los palestinos parecían bajar los brazos o respetaban una moderación que ellos mismos se habían impuesto. Por ejemplo, la ejecución de dos dirigentes de Hamas en Naplús el 31 de julio de 2001 puso fin a un alto el fuego que había decretado el movimiento unos dos meses antes, y condujo al terrible atentado del 9 de agosto contra una pizzería de Jerusalén (15 muertos). Asimismo, el 23 de julio de 2002 un bombardeo israelí sobre un barrio superpoblado de Gaza mató a un líder de Hamas, Salah Shehade, pero también a quince civiles, entre ellos once niños. Esto, que ocurrió pocas horas antes de una anunciada tregua unilateral, fue seguido de un atentado suicida el 4 de agosto. Por último, el 10 de junio de 2003, uno de los principales responsables de Hamas, Abdel-Aziz Rantisi, fue herido en un intento de asesinato que costó la vida a cuatro civiles palestinos y provocó el atentado contra un autobús de Jerusalén, que causó dieciséis muertes. Este círculo vicioso alimentó la acusación según la cual Al Fatah hacía el trabajo sucio por cuenta de Israel, y contribuyó a aumentar la popularidad de Hamas como portavoz de los marginados y olvidados. Más aun considerando el incesante acoso del ocupante, los acordonamientos y la multiplicación de las colonias -cuyo número se duplicó entre 1993 y 1999- que justificaban el rechazo del proceso de paz y desacreditaban a Al Fatah. "Politicidio"Por cierto, en la Cumbre de Camp David de julio de 2000, Tel-Aviv y Washington no pudieron forzar a la OLP a renunciar al derecho de los palestinos a su tierra, a Jerusalén y al retorno de los refugiados, lo que restauró de golpe la legitimidad de Arafat como un dirigente capaz de resistir a las presiones de Estados Unidos e Israel. Pero las sanciones que impusieron a continuación, tras el estallido de la segunda Intifada, minaron su capacidad para gobernar, en un contexto de subestimación -tanto por parte de Al Fatah como de Hamas- de las consecuencias del 11 de septiembre de 2001 sobre la política estadounidense en Medio Oriente. El primer ministro Ehud Barak descalificó a la Autoridad Palestina que presidía Arafat, porque a su modo de ver "no era un socio para la paz". En cuanto a su sucesor, Ariel Sharon, pretextó los atentados de Nueva York y Washington para asediar durante años el cuartel general de Arafat y llevar a cabo lo que el investigador Baruch Kimmerling, recientemente fallecido, llamó un "politicidio", es decir una destrucción sistemática de la infraestructura política y securitaria de la Autoridad Palestina 4. Como la situación escapaba a todo control, Washington tuvo que aceptar la creación de una comisión internacional dirigida por el ex senador George Mitchell. Ésta llegó a la conclusión de que la colonización judía generaba la inestabilidad y recomendó su congelamiento total, incluyendo el famoso "crecimiento natural" reivindicado por los israelíes para las colonias existentes. La ausencia de iniciativa, tanto israelí como estadounidense, y el anuncio de la iniciativa pan-árabe de paz de la primavera boreal de 2002, que ofrecía a Israel una completa normalización a cambio de una total retirada de los territorios ocupados, ejercieron sobre Estados Unidos una presión adicional. Así salió a la luz un "Cuarteto" constituido por Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia, con una estructura destinada a hacer frente a las exigencias internacionales. De hecho, su papel y su influencia se limitaron a promover una "Hoja de Ruta" para la paz en Medio Oriente, elaborada por los estadounidenses, que de inmediato se transformó en un nuevo obstáculo a la paz: George W. Bush confió su aplicación a su amigo Ariel Sharon, quien exigía aun más represión contra los "terroristas", sin ofrecer nada a cambio. Por lo general, el Cuarteto se sometió al liderazgo estadounidense, liquidando el rol de Naciones Unidas, como reconoció Álvaro de Soto, su enviado especial 5. A la muerte de Arafat, en noviembre de 2004, y a pesar de la bancarrota y la corrupción reinantes, Al Fatah y la mayoría de los palestinos eligieron como nuevo líder al preferido de Estados Unidos, Mahmud Abbas. Israel humilló al nuevo Presidente, mostrándose indiferente a sus reformas y aperturas, lo que acabó de demostrar que el obstáculo a la paz no era Arafat, sino Sharon. Del éxito al fracasoLa arrogancia del Primer Ministro israelí impulsó a los palestinos, un año más tarde, en enero de 2006, a otorgar la mayoría a Hamas en el seno del Consejo Legislativo. De inmediato Israel y Estados Unidos hicieron saber que no aceptarían la elección democrática del pueblo palestino y no reconocerían al nuevo gobierno. El sitio israelí y las sanciones occidentales paralizaron la economía y acentuaron las tensiones políticas entre un partido islamista deseoso de gobernar y una formación laica, abonada al poder e impaciente por volver a ocuparlo. La respuesta al callejón sin salida palestino vino de donde menos se lo esperaba: las prisiones israelíes. Los dirigentes encarcelados de Al Fatah y Hamas, en especial Marwan Barghuti y Abdel Halak Natche, se pusieron de acuerdo sobre lo que iba a conocerse como el "documento de los presos" para fundar la cooperación entre ambos movimientos. Tras muchas vacilaciones, ratificaron los acuerdos de La Meca de mayo de 2007, con dos objetivos: crear las condiciones para un gobierno de coalición y reformar la OLP para que ingresara Hamas. A causa de las sanciones occidentales, el gobierno de unión nacional tuvo corta duración. Y su desplome condujo a nuevas confrontaciones armadas, que llevaron a la toma del poder de Hamas en Gaza. Al Fatah explotó los excesos y errores de su rival para estrechar su control en Cisjordania y reforzar a la Autoridad Palestina, con ayuda de Israel y los países occidentales. La desesperación ante esos absurdos combates fratricidas sugiere una comparación con la violencia en la cárcel. Las dos facciones se disputaron sus territorios bajo la mirada encantada de su carcelero. En efecto, Israel considera que, políticamente separados, Hamas y Al Fatah tendrán mejores oportunidades de controlar las células de su prisión... Confiado y ambicioso, el victorioso Hamas formó su propio gobierno sin liberarse de las dificultades de un proceso que había combatido durante mucho tiempo. Siguiendo los pasos de Al Fatah, comenzó a perder credibilidad y se convirtió en rehén del mismo discurso contradictorio: por una parte, para complacer a los donantes internacionales, alega una buena gobernanza... bajo la ocupación; por la otra, para atraer a las masas radicales, retoma las consignas de los movimientos de liberación tradicionales e islamistas. Para añadir confusión a la polarización, la dinámica del proceso de paz transformó los éxitos de Hamas en maldiciones, y las derrotas de Al Fatah en bendiciones. Después de que Hamas obligara a colonos y soldados a dejar la Franja de Gaza 6, Israel transformó ese pequeño territorio empobrecido en una gran prisión. Luego, la victoria electoral islamista, el 25 de enero de 2006, provocó las peores sanciones internacionales contra los palestinos. El ala militar de Hamas consiguió capturar a un soldado israelí: la operación, que según sus autores debía favorecer la liberación de mujeres y niños detenidos en Israel, llevó en cambio a la detención de un tercio de los diputados y ministros. Casi dos años más tarde, aún están en las cárceles israelíes, sin provocar la menor protesta internacional. Por tratarse de Al Fatah, su derrota en las urnas y en las calles le valió, al menos en el extranjero, ser elogiado y apoyado como una fuerza moderada cuyos fondos y prisioneros deberían ser liberados. Del mismo modo, un Abbas debilitado, despreciado e ignorado durante años, pasa ahora por ser un estadista creíble y valiente en Washington y Tel Aviv. Se lo promueve a socio para la paz, dispuesto a aceptar los sacrificios necesarios para lograrla, más allá de aquellos que había firmado en Oslo. Si, como está previsto, la "conferencia de paz" que se organizará en Estados Unidos en noviembre desemboca en una nueva declaración general de principios, una especie de Oslo bis, con el pretexto de guerra contra el terror y en el espíritu de la Hoja de Ruta abortada, el abismo entre Al Fatah y Hamas se profundizará, con graves consecuencias para los palestinos, potencialmente los grandes perdedores de la cuestión.
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