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Un proyecto regional que reclama grandeza de mirasPresentado a veces como panacea y otras como la raíz de todos los males, el Mercosur resulta un maná o una maldición según la cuestión que se trate y las personas que hablen: problema financiero, crisis industrial, impacto comercial, discusiones políticas, efecto demostración de la Unión Europea (UE), fascinación por el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, Canadá y México… Pero estas opiniones casi siempre se dan en un contexto ajeno a los problemas de fondo de la integración, ya que hasta ahora, en ausencia de una verdadera estrategia integradora, el Mercosur no ha conseguido evolucionar hacia una entidad diferente a la estricta adición de sus problemas y contradicciones económicas, comerciales o ideológicas.Cuando la Alicia de Lewis Carroll, preguntó al Gato de Cheshire qué camino debería seguir a partir de donde estaba, éste respondió: "eso depende de adónde quieras llegar"1. Esta respuesta resume la dimensión política del Mercosur: si su objetivo es asegurar buenos negocios a un grupo de empresarios y mejorar el comercio exterior de los países miembros -algo loable, pero restringido- el énfasis comercial y la política seguida hasta el momento son compatibles con la subordinación a Estados Unidos, el ingreso al Area de Libre Comercio Americana (ALCA, que en las actuales condiciones estaría hegemonizada por la primera potencia mundial) y los ajustes del Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero si en cambio se trata de constituir un bloque continental sudamericano, destinado al desarrollo común y a negociar internacionalmente desde posiciones de mayor fuerza, el planteo cambia en su totalidad. Según se consideren las vinculaciones entre los países o las relaciones entre los gobiernos y las empresas transnacionales, las diferencias políticas son importantes. Al consolidar la idea de amistad y comunidad de destino entre los miembros del Mercosur, desaparecieron las rivalidades históricas que, en el caso de Argentina y Brasil, llegaban hasta las hipótesis de conflicto en los ejercicios militares. Pero la articulación entre los gobiernos y las empresas transnacionales estuvo condicionada por el esquema neoliberal vigente, determinando la hegemonía de grupos económicos poderosos -con escasa voluntad política para ir más allá del comercio y las inversiones privadas- por sobre Estados debilitados. No es correcto ni pertinente poner al Mercosur ante la disyuntiva "política o negocios": cualquier proyecto de integración regional comprende una dimensión política que fija los alcances, objetivos y límites de la integración regional, así como una fuerte dimensión económica donde se encuentran la mentada coordinación de políticas, la esfera industrial y los flujos comerciales y financieros. La faz económica es la dimensión operativa del proyecto político. En este punto se halla la diferencia de enfoques entre la posición argentina y la brasileña. La "estrategia" argentinaEn la década pasada Argentina privilegió a ultranza los aspectos instrumentales y el comercio, mientras Brasil practicó una política general definida y actuó con mecanismos institucionales, en particular en el área industrial. El horizonte argentino no va más allá del comercio y la coordinación macroeconómica, e incluso esto a veces no lo hace tan bien. El problema de la influencia de Brasil en el saldo comercial argentino (tema polémico si los hay, en el que se apoyan los adversarios del Mercosur, esos amigos conscientes o inconscientes del ALCA), debe analizarse en detalle. En el período 1991-1994, la balanza comercial con Brasil fue deficitaria para la Argentina en 3.259 millones de dólares; después se pasó a un superávit de 4.492 millones en el lapso 1995-1998; y en 1999, después de la devaluación brasileña, el superávit fue de 119,2 millones (en 1998 había sido de 894,6 millones). Se trata de una rebaja considerable, pero todavía hay saldo favorable… Lo que sorprende es que se cargue tanto las tintas sobre el menor superávit con Brasil, mientras poco o nada se dice del déficit comercial con EE.UU. (que en 1998 fue de 4.016 millones de dólares) y con la UE (4.020 millones). Es evidente que un mínimo control de las importaciones de esas áreas -que en 1998 sumaron 14.850 millones de dólares- ayudaría a mejorar la situación y colocaría las relaciones con Brasil en su justa dimensión. Otro de los temas machacados sin ton ni son, a punto de presentarlo como requisito sine qua non del Mercosur, es la coordinación de políticas macroeconómicas. Se trata de una obviedad: ¿cómo no coordinar políticas "macro" en un proyecto de integración? Pero el problema no es ni evidente, ni inocente. Ante todo, para coordinar políticas macroeconómicas, el primer requisito es tenerlas; luego, es necesario disponer de instrumentos para ejecutarlas. Argentina, no cumple con ninguno de los dos requisitos. Las políticas brillan por su ausencia, a menos que se entienda por tales las promovidas o exigidas por el FMI (con la única variante original del tipo de cambio fijo y sobrevaluado). El problema no es entonces el funcionamiento del Mercosur, sino la aplicación del modelo neoliberal. En cuanto a su ejecución, la Argentina ha renunciado a gran parte de los instrumentos de política económica, en especial los monetarios, financieros y cambiarios. Tampoco es necesario impulsar su aplicación, porque de eso se encarga el FMI con poderes persuasivos mucho mayores. Por otra parte, la argentina es una macroeconomía determinada por los flujos de capitales (plagados de condicionalidades, incertidumbres y riesgos), mucho más que por la actividad productiva. Acaso para que Brasil intensificara las medidas neoliberales y, sobre todo, para que no devaluara, los negociadores argentinos sostuvieron con fervor la necesidad de la coordinación "macro" a lo largo de la década pasada. El artículo 1 del Tratado de Asunción, cuando se creó el Mercosur, postula "la coordinación de políticas macroeconómicas, a fin de asegurar condiciones adecuadas de competencia entre los Estados partes". Esta cláusula tiene por finalidad asegurar la competencia entre los países y de ella surge la necesidad de adoptar una política comercial común, pero no la obligación de aplicar a rajatabla el modelo neoliberal. No se trata de clonar políticas neoliberales ni de instalar una sucursal menor del FMI, sino de avanzar con una lógica de acción diferente. La política brasileñaBrasil puso más énfasis en la estrategia política que en los aspectos estrictamente económicos. Su estrategia está inspirada en dos principios básicos: el impulso de la industrialización y la utilización del Mercosur para fortalecer la capacidad autónoma de negociación y decisión de sus países miembros, en especial frente a EE.UU.2. Estos principios, por sí solos, no constituyen una política macroeconómica. Pero son los ejes necesarios para estructurar un modelo de desarrollo autónomo. Cierta visión brasileña sostiene que los mecanismos de política sirven después para la instrumentación, momento en que se hará necesario contar con la macroeconomía y la microeconomía. Parece existir alguna reticencia a llamar "coordinación macroeconómica" al modelo del FMI, así como en fijar allí el horizonte insuperable del Mercosur. En un diálogo con el presidente argentino Fernando de la Rúa, su par brasileño Fernando Henrique Cardoso fue categórico cuando se refirió a lo esencial y a lo accesorio en el Mercosur: "Nuestro problema es el siguiente: el Mercosur es una operación ventajosa recíprocamente; para Brasil, Argentina y los otros socios. Tiene un impacto político porque nos permite tener más fuerza en el ALCA y en la Ronda del Milenio, en la medida en que tengamos una opinión homogénea sobre ciertos items importantes. El Mercosur es inicialmente una construcción política que no puede dejarse perder por el choque de conflictos económicos específicos. Y debemos impedir que los gobiernos se embarquen en conflictos económicos específicos"3. Es evidente que Brasil considera que el Mercosur puede ser un instrumento esencial para consolidar la industrialización y autonomía nacionales. Los acuerdos sectoriales, por ejemplo, son poderosos instrumentos de promoción de las inversiones y el comercio. En este sentido, es indispensable fortalecer la microeconomía del Mercosur, mediante la acción coordinada de los gobiernos y los agentes privados de los países miembros4. En cuanto a la afirmación de la capacidad nacional para decidir, se vincula directamente con las presiones de EE.UU. para que los países latinoamericanos ingresen al ALCA y con las posibilidades de acciones conjuntas del bloque Mercosur. Es obvio que la capacidad negociadora se fortalece cuando aumenta la magnitud y coherencia de quien discute. Otra hubiera sido la historia de la deuda externa, si hubiese sido encarada en conjunto por los países deudores. De modo simétrico, la táctica de los países fuertes es tratar con contrapartes atomizadas. En lo económico, el Mercosur trajo una importante modificación de las reglas del juego. Fue creada un área de libre comercio con preferencias arancelarias en la totalidad de los bienes que cumplen con las normas de origen (con la excepción de automotores y azúcar); existe un arancel externo común; los trámites aduaneros son más simples; hay acuerdo para eliminar las restricciones no arancelarias; se crearon comisiones sectoriales; existe un protocolo marco para la negociación de la liberación de servicios en diez años. En cuanto a los resultados mensurables, el comercio intrazona se multiplicó por cuatro durante el decenio de 1990. En estos aspectos, los resultados fueron muy positivos. Sin embargo, aún existen carencias y dificultades que saltan a la vista en los puntos que aún no se han cumplido del Programa de Acción del Mercosur hasta el año 2000, aprobado en 19955. Sobresalen la supervivencia de algunas restricciones no arancelarias; la utilización de incentivos (financieros, fiscales o aduaneros) para desviar inversiones extranjeras; los incumplimientos parciales al arancel externo común; la existencia de regímenes especiales de importación; los acuerdos preferenciales con otros miembros de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI); las dificultades en la renegociación del régimen común automotor; la falta de coordinación, que dificulta una política común de negociación externa; la postergación de temas por desacuerdos, como ocurre con el sector azucarero; la debilidad de los mecanismos institucionales, a tal punto que varios conflictos serios debieron ser resueltos por los Presidentes; la discontinuidad del Tribunal Arbitral para la solución de conflictos. Entre los múltiples problemas económicos que plantea el Mercosur sobresalen el comercio, las inversiones directas y los problemas cambiarios6. Dentro del marco de aumento del comercio exterior durante los años 1990, los acuerdos del Mercosur dieron lugar a una expansión aún más importante del comercio intrarregional. Las mayores ventas al Mercosur explican el 53% del crecimiento de las exportaciones argentinas, un tercio del incremento de las exportaciones de Brasil, así como la casi totalidad del aumento del valor exportado por Uruguay y Paraguay. Por otra parte, el crecimiento del comercio dentro del Mercosur no ha ocurrido en detrimento del comercio con el resto del mundo. Para evaluar las consecuencias económicas del Mercosur, es fundamental saber si ha generado un comercio especializado en exportaciones primarias e importaciones manufactureras. Está claro que esa es la característica principal del comercio argentino tomado como un todo: en 1998, presentó un excedente de 12.900 millones de dólares para los productos primarios7 y un déficit de 18.600 millones para las manufacturas. Pero esto no es atribuible al funcionamiento del Mercosur, con el que la Argentina presentaba ese año un déficit manufacturero de 1.580 millones de dólares, es decir, un 8,4% de su déficit manufacturero total. Brasil, por su parte, también mostraba un excedente en el comercio de productos primarios y un déficit en el de manufacturas, si se toman las exportaciones e importaciones totales; pero si se ve solamente el comercio con Mercosur, entonces los saldos se invierten: tiene un déficit en los productos primarios y un excedente en manufacturas. El Mercosur ha pasado a ser un destino especialmente importante para las exportaciones de manufacturas de todos sus integrantes. En 1998 concentró entre el 55 y el 58% de esas exportaciones realizadas por Argentina, Paraguay y Uruguay (cuando en 1991 solamente atraía el 25% de las exportaciones manufactureras argentinas y el 35% de las paraguayas y uruguayas). Incluso para Brasil, el Mercosur se convirtió en un importante destino para las exportaciones industriales: de 10% en 1991, pasó a absorber 25% en 1998. ¿Qué se puede concluir de estas cifras? Es evidente que existen problemas no resueltos para varios sectores, que se agudizaron con la devaluación brasileña de 1999. Falta también un serio esfuerzo institucional y de políticas en el sentido de evitar las "guerras de subsidios" que favorecen indebidamente a las empresas, muchas veces multinacionales, y hacen perder recursos fiscales a los países. Pero esos problemas deben ponerse en perspectiva: el Mercosur no ha tenido un impacto negativo sobre los saldos externos; por el contrario, es fundamental para las exportaciones de manufacturas de todos sus integrantes, ya que crea flujos de comercio y da un marco para las inversiones en los rubros potencialmente más importantes para el desarrollo. Un análisis por productos, referido a 1998 y a 1999 indica que entre los bienes que se exportan de Argentina a Brasil sobresalen los incluidos en tres sectores, que en 1998 y 1999 sumaron el 53%: material de transporte (sobre todo automotores), combustibles y cereales. Los automotores se manejan por un comercio administrado por los Estados; los combustibles y cereales obedecen a los precios "semiadministrados" en el mercado mundial. A su vez, las dos terceras partes del valor de los productos que en 1998 y 1999 exportó Brasil a Argentina, consisten en material de transporte, máquinas, aparatos y material eléctrico (que incluye las autopartes), productos de industrias químicas y metales comunes. La liberación del comercio tropezó con algunos problemas sectoriales. En el régimen automotriz, Argentina y Brasil llegaron a un acuerdo, con vigencia hasta fines de 2005, que establece las pautas para la fabricación y comercio de vehículos8. En cuanto al sector azucarero, la aplicación de la tarifa externa común y la liberación del comercio intrazona se postergó hasta el 2001. Debe señalarse que 1999 fue un año recesivo (disminuyeron los volúmenes importados) así como bajaron los precios unitarios de los productos intercambiados, por lo que cayó el comercio en valor entre Argentina y Brasil. El Mercosur es también un importante instrumento para el aumento de las inversiones directas extranjeras en la zona. Las cifras globales muestran que entre 1992 y 1998 el total de la inversión directa extranjera se elevó en Brasil de 2.100 millones de dólares anuales a 24.000 millones; en Argentina, de 4.000 millones anuales a 5.600 millones9. Por supuesto, son mucho más importantes las inversiones de empresas transnacionales que se instalan en países del Mercosur para aprovechar el mercado ampliado que las provenientes de otros países del área. Estas, por su parte, no fueron significativas y se concentraron sobre todo en Argentina y Brasil y en el sector automotriz. En 1997, las inversiones argentinas en Brasil fueron de 590 millones de dólares; las de Brasil en Argentina, de 380 millones10. Otra situación es la emigración de empresas, como ha ocurrido en los últimos meses con las argentinas que se radicaron en Brasil (aunque el "ruido" sobre este tema oculta algo más grave: las miles de empresas argentinas que han debido cerrar a causa de la apertura indiscriminada de importaciones -subsidiadas por la sobrevaluación del peso- por las altas tasas de interés y la escasez de créditos). Esta emigración ha provocado alarma en Argentina, a pesar de que desde antes de crearse el Mercosur ya se habían producido migraciones de capitales o formación de empresas conjuntas, que elegían uno u otro país por razones diversas (tipo de cambio, incentivos fiscales, subvenciones diversas, disponibilidad de infraestructura). La tendencia más reciente, dado el tipo de cambio de ambos países y la recesión argentina, es a la radicación en Brasil11. Al respecto es evidente que deberían funcionar los mecanismos del Tratado que aseguran "condiciones adecuadas de competencia entre los Estados", lo que implica una regulación rigurosa de los incentivos que otorga cada jurisdicción territorial para atraer inversiones. Pero esto no debe hacer olvidar que otros problemas de fondo, como la recesión, el tipo de cambio, los altos precios de los combustibles y servicios privatizados, son de incumbencia de la política económica argentina. En la coyuntura actual, el eje de la discusión acerca de la coordinación de políticas debería referirse a las consecuencias de la coexistencia en una misma área económica de una moneda sobrevaluada con tipo de cambio fijo con otra moneda con tipo de cambio flotante12. Frente a una asimetría tan importante pasan a segundo plano los demás rubros de las negociaciones comerciales. Por ejemplo, la avalancha de turistas argentinos en Brasil tiene como causa el tipo de cambio y no cualquier otro incentivo. A su vez, el comercio "administrado" del sector automotriz y "semiadministrado" de combustibles y cereales amortigua el efecto cambiario. Estos son los temas que deberían estudiarse, pero como el análisis de la convertibilidad es un tema tabú, en Argentina de eso no se habla. No se trata por supuesto de suponer que todo se resolvería con una devaluación que aumente la competitividad argentina y frene importaciones ruinosas, ya que no se trata de tomar medidas aisladas sino de instrumentar una nueva política económica global, con el tipo de cambio que corresponda a esa política. Resulta absurdo marginar el problema del tipo de cambio, fundamental en un proceso de integración, sólo porque una de las partes lo considera tabú. Lo mismo puede afirmarse de la política monetaria, aunque en este caso el problema se agrava por la falta de instrumentos de política de que adolece Argentina, país que incluso cuando sepa qué hay que hacer, tendrá serias dificultades de ejecución. Los agentes o actores sociales que participan con protagonismo en los procesos de integración son principalmente el Estado y los empresarios. Los gobiernos dictan las normas legales, pero sobre todo -por acción u omisión- marcan las orientaciones generales. Cuando éstas chocan con la voluntad política de otros países se abre la negociación y en general se llega a acuerdos o se posterga la solución. Los gobiernos no son por supuesto entes suspendidos en el vacío: representan intereses concretos, en particular de grupos empresarios, y esto se refleja en las posiciones que adoptan. A su vez, los grupos empresarios realizan la actividad económica, en especial el comercio y las inversiones, de acuerdo con sus intereses particulares, que no siempre coinciden con los de los países involucrados. Por eso, para saber de qué integración se habla, es bueno averiguar cuáles son las empresas comprometidas, en especial si son medianas, grandes o transnacionales. Las exportaciones argentinas al Mercosur consisten en su mayor parte en material de transporte, combustible y cereales. Por la índole de esos productos, su comercio internacional está en su mayor parte a cargo de empresas grandes, en especial transnacionales. Sin embargo, las empresas medianas y pequeñas tienen también su propia área de acción, referida a otros productos. Las inversiones y el comercio que efectúan son de escala menor y casi no tienen efecto macroeconómico: su volumen es muy pequeño en el total. Pero ello no impide que existan consecuencias microeconómicas con respecto a cada empresa en particular. Frente a una situación interna crítica, decenas de empresas se han dedicado a la exportación o a la constitución de filiales o empresas conjuntas. En 1997, las exportaciones brasileñas al Mercosur -medidas por su valor- eran realizadas en un 84,7% por empresas industriales (de las cuales el 67,9% eran empresas grandes, el 11,7% medianas, el 2,8% micro y pequeñas y el 2,3% no clasificadas) y el 15,3% por empresas no industriales. Sin embargo, si en lugar del valor exportado se considera el número de empresas, se advierte que las pequeñas y medianas -con el 2,4 y el 11,7% del valor exportado- totalizaban el 20,5 y el 24,2% del total13. En 1997, de las 400 mayores empresas exportadoras brasileñas, aquellas con participación transnacional realizaban el 65% del valor total de las exportaciones al Mercosur. El Mercosur era, en ese año, un mercado particularmente importante para las empresas transnacionales de la cadena automotriz (39% del total exportado), de bienes durables de consumo (47%) y, en menor grado, de bienes de capital (eléctricos y mecánicos)14. Las empresas transnacionales también concentran la gran mayoría de las inversiones: las inversiones recíprocas entre Argentina y Brasil son ínfimas con respecto a las que realizan las empresas transnacionales desde los países centrales. De este modo, la casi totalidad del comercio y de las inversiones están a cargo de empresas transnacionales. Los Estados han debilitado o abandonado su función reguladora o de acción directa. Para extraer las consecuencias no es necesaria demasiada imaginación: si esta tendencia continúa, la función de los gobiernos quedará reducida a la de gestor de negocios de las empresas transnacionales que quieran radicarse en su territorio. De allí la necesidad de planificar políticas activas y de expandir el Mercosur hacia nuevas áreas de acción. Posibles rumbos de acciónEn todo proceso de integración se manifiesta una lógica que determina la acción. Un primer enfoque se basa en la coordinación de las actividades de los países de acuerdo con su finalidad, pero siempre conservando la propiedad y la jurisdicción propias de cada país. Si la prioridad es lo político, se estructura un bloque de países que coordine sus relaciones de poder para afirmarlas frente a quienes las desafíen. Si el propósito es económico, florecen las zonas de libre comercio o mercados comunes. Si se trata de relaciones sociales, importan las migraciones, la educación y la salud. Si se persigue un objetivo geopolítico, se diseñará una estrategia de acercamiento -sobre todo en materia de defensa- con países amigos o aliados. Otro planteo consiste en basar la integración sobre emprendimientos conjuntos, lo que supone crear entidades nuevas, producto de los países participantes pero no reductibles a la suma de cada uno. Esa entidad recibe la propiedad, la jurisdicción y la gestión de determinados proyectos en asignación del conjunto de los países. Esta perspectiva implica crear un "núcleo duro" de la integración. La actual Unión Europea, por ejemplo, fue en sus comienzos -1951- la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), de la que participaban sólo seis países, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Pusieron en común una actividad que era fundamental para la economía de los países, pero también para la guerra, que era lo que se trataba de impedir en el futuro. Al asociarse, todos los países renunciaban, entre iguales, a una parte de su soberanía para poner esa actividad al servicio común (la determinación inicial fue tan firme que Inglaterra no ingresó porque no aceptó el principio de "supranacionalidad"). Ya no era cuestión de coordinar empresas o instalaciones de países diferentes, sino de administrar una propiedad común. La política de emprendimientos comunes, que culmina en la UE, no ha sido empleada ni por asomo para el Mercosur. La alternativa de coordinación de acciones no es por supuesto incompatible con la constitución de empresas conjuntas; por el contrario, son complementarias y no sería correcto excluir a una de ellas. Por una parte se constituye un área de comercio ampliada; por la otra, se crean importantes empresas que pertenecen al conjunto de los países integrados. En este momento el Mercosur privilegia los acuerdos comerciales, pero relega los políticos, sociales y geopolíticos. Se ignoran así los emprendimientos conjuntos que, cuanto más, son apenas binacionales15. Hay razones para creer que esta estrategia es equivocada. La integración del Mercosur puede basarse en la acción de las empresas transnacionales, orientada casi con exclusividad al comercio y las inversiones, o bien en la creación de importantes áreas con existencia propia y jurisdiccion supranacional, que le infundan un sentido político. No se trata de alternativas excluyentes, pero dentro del modelo neoliberal vigente se ignora toda acción del Estado. Las palabras planificación, empresa pública, empresa multiestatal, son tabúes. Sin embargo, la solidez de una integración digna de ese nombre depende de la forma como se consoliden los intereses nacionales de los países miembros dentro del ámbito regional, para lo cual es indispensable la creación de emprendimientos estatales multinacionales. Existe un conjunto de áreas en las que serían viables proyectos conjuntos. Un tema privilegiado es el de la tecnología, tanto por su trascendencia como por su alto costo. En este sentido, la desaparición de gran número de empresas públicas en los países del Mercosur eliminó la masa crítica indispensable para encarar investigaciones originales, importantes y costosas. Las empresas privatizadas importan tecnología de sus casas matrices, no la elaboran en los países subdesarrollados. Un proyecto viable -y necesario- es la creación de centros tecnológicos de excelencia sobre la base de los institutos y universidades estatales de los cuatro países. Otro desarrollo importante sería unir las investigaciones, los emprendimientos nucleares y espaciales de Argentina y Brasil. Un tercero, poner en línea las centrales eléctricas del Mercosur. Un cuarto, crear flotas aéreas y navieras comunes. Los posibles proyectos conjuntos con eje en la política de largo plazo de los Estados aparecen como hongos después de la lluvia, en cuanto se analizan las áreas. Los organismos de gestión conjunta harían más por la integración en todos los planos que cualquier campaña de marketing político o discurso presidencial de buenas intenciones. La integración debe encarar esquemas superadores de la actual situación. No es sólo por una necesidad de mayor eficiencia. También, y sobre todo, hay un objetivo político. Desde 1976 -y en particular desde 1991- Argentina ha perdido gran parte de su soberanía: "relaciones carnales" con EE.UU., incondicionalidad al FMI, debilitamiento del Estado, ineptitud o complicidad de la clase dirigente. Acaso ha llegado el momento de que Argentina y Brasil, los dos grandes países del área sin los cuales cualquier integración resultaría frágil si no imposible, motoricen una soberanía supranacional que les permita ejercer potestades propias de países independientes. Se trata de un proyecto político, incompatible con reyertas menores y con proyectos imperiales como al ALCA. Significa, para cada uno de los miembros, enajenar parte de la soberanía para trasladar el combate cívico al campo de la integración. Si los Estados manifiestan voluntad política es posible generar una soberanía regional en el Mercosur (ver C. Gabetta en pág. 3) para alcanzar el desarrollo con equidad y una mayor capacidad negociadora internacional. Todos los problemas tendrían entonces una luz nueva: las perspectivas de la deuda externa, del mercado interno, del sistema fiscal y del perfil industrial serían diferentes. Se trata de un nuevo mundo, que exigiría firme decisión política y grandes esfuerzos. Pero, como solía decir el general Charles De Gaulle, de las situaciones más arrevesadas sólo se sale por arriba.
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