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Los aprendices de brujo de la agroalimentaciónEl verano europeo se vio sacudido por un "gran miedo" inesperado: el de la alimentación cotidiana. Vaca loca, pollo con dioxina, carne bovina con hormonas, soja transgénica, harinas hechas con jugo de cadáver que sirven de alimento para el ganado o los peces de criadero, agua mineral y Coca-Cola contaminadas; la lista de productos de consumo masivo adulterados sembró preocupación. Un hilo rojo une todas estas desviaciones en todo el mundo: la búsqueda del máximo beneficio por las compañías gigantes del sector agroalimentario.La crisis en la industria agroalimentaria en Bélgica a fines de junio con la cuestión de la dioxina en los pollos1 replantea nuevamente las orientaciones de una política agrícola común (PAC) europea que no tiene más ambición que la de ajustarse a la mundialización. En plena era thatcheriana, cuando los lobbies agroindustriales británicos, deseosos de reducir por todos los medios sus costos de producción, liberalizaron totalmente el sector de la carne bovina, no esperaban los efectos desastrosos de sus decisiones sobre la salud animal y humana: en 1996, el caso de la encefalopatía espongiforme bovina (ESB), comúnmente llamada "vaca loca" , instaló la sospecha sobre ciertas prácticas agrícolas. Pero el descrédito recayó sobre el campesinado, aunque de hecho éste era la víctima de ciertos fabricantes de alimentos para ganado y de sus aliados, los mataderos. La responsabilidad de esta situación es totalmente compartida por las autoridades de la Unión Europea (UE) y se debe a la orientación otorgada a la PAC. Las advertencias no escasearon: a partir del 4-4-96, la Confederación Campesina2 interpelaba a las autoridades francesas y europeas para que prohibiesen la utilización de harinas animales en la alimentación de todos los animales domésticos. En París contestaron que la identificación "carne bovina francesa" y una traza que asegurara un seguimiento total darían todas las garantías. ¿Ingenuidad o hipocresía? La ratificación de la autorización de utilizar harinas para alimentar porcinos y aves abría paso a todos los tráficos y a todas las desviaciones. Es así como, algunos meses más tarde, en 1997, una epidemia de peste porcina se desencadenó en los Países Bajos: hubo que sacrificar millones de porcinos. Costo de la operación: mil millones de ecus (aproximadamente 1.100 millones de dólares). Ninguna medida surgida de una política de acciones aisladas podrá zanjar problemas que son originados por la imposición de un modelo productivista organizado -vía la PAC- para exclusivo provecho de los lobbies de la agroalimentación y en primer lugar de las transnacionales de la alimentación animal, de la producción de antibióticos y de activadores de crecimiento. En una cría de menos de cien animales, los costos de utilización de antibióticos son oficialmente estimados en 67 dólares por cerda. Pero cuando la producción se concentra en un mismo lugar, estos costos pueden exceder los 167 dólares por cabeza. El objetivo ya no es cuidar al animal, sino lograr engordes artificiales. Sin embargo, hace tiempo que los investigadores en microbiología han demostrado que al concentrar a los animales, la industrialización de la cría también concentra los elementos patógenos y los riesgos. Se sabe que las salmonelas, muy presentes en el sector avícola, originan el 80% de las infecciones alimentarias colectivas tóxicas registradas en Francia. Por otro lado, las bacterias se tornan cada vez más resistentes a antibióticos consumidos en cantidades excesivas, con los inconvenientes evidentes generados en el tratamiento de las enfermedades infecciosas. El comité director científico de la UE (compuesto por 16 expertos independientes) publicó al respecto un informe en el cual solicita que se ponga un freno a la "utilización inapropiada de antibióticos. Este sector del mercado farmacéutico mundial representa aproximadamente unos 250.000 millones de dólares… La utilización de las harinas animales como proteínas incorporadas a la alimentación del ganado no es reciente. La cría industrial intensiva ha edificado su poderío y su estrategia de conquista de los mercados nutriéndose de una fuente inagotable: los desechos de faena reciclados que luego consumen los animales. Buscar el mejor costo para el mejor beneficio ha conducido a los responsables de los grandes grupos de fabricantes de harinas a rechazar las reglamentaciones públicas de transparencia (traza) y de información para los criadores acerca de los componentes de los productos entregados. En julio de 1996, la CC presentó la primera denuncia contra X en el asunto de la ESB3, pero la justicia es lenta… El escándalo de la contaminación de carnes por la dioxina, sustancia altamente cancerígena presente en dosis considerables en ciertos alimentos del ganado, revela nuevamente el laxismo, cuando no la complicidad de los servicios del Estado para con las potencias financieras, pese a los discursos tranquilizadores de los gobiernos. Las repercusiones serán graves para los criadores de aves y de porcinos y hasta de bovinos: eliminación de las crías involucradas, baja de los precios, revisiones unilaterales de los contratos de producción para aquellos productores integrados por firmas alimenticias. Pero otros peligros acechan, como los relacionados con la acumulación de los metales pesados en los suelos por el derramamiento de los limos de depuración, sin olvidar las consecuencias, aún desconocidas para el medio ambiente y la salud, de las manipulaciones genéticas en animales y vegetales. Las instancias comunitarias han resistido hasta ahora la presión de la firmas farmacéuticas que pretenden imponer las hormonas lácteas y animales, a pesar de que es bien sabido que Bélgica es un centro de distribución para el tráfico de esas hormonas en Europa. Pero Estados Unidos, que quiere a toda costa exportar su carne de vaca hormonada a la UE, ya se ha anotado unos cuantos puntos en la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la que poco le importan las consideraciones de salud pública. A causa de su negativa, los europeos han sido intimados a pagar 253 millones de dólares, por el aumento de los derechos aduaneros sobre algunas de sus exportaciones con destino a Estados Unidos (202 millones) y Canadá (51 millones). La Comisión europea, ferviente defensora de las "disciplinas" de la OMC, no se opone en absoluto al principio de tales sanciones, sólo discute su monto. Se niega a invocar el principio de precaución, explícitamente previsto por el acuerdo sobre medidas sanitarias y fito-sanitarias adoptado en 1994 en el Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio (GATT), ¡con el pretexto de que sería considerado como una provocación por Washington!4. Como se ha visto en febrero de este año en Cartagena (Colombia)5, se avecina otro conflicto comercial de envergadura entre los países que producen y comercializan vegetales genéticamente modificados (Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Estados Unidos, México) y la UE, donde desde 1994 sólo se autoriza el cultivo y la importación de nueve variedades. Pero es únicamente la presión de los consumidores y de los movimientos de ciudadanos europeos la que ha obligado a la Comisión y a la mayoría de los gobiernos a no liberalizar aún del todo el comercio de los organismos genéticamente modificados (OGM), las nuevas herramientas para la apropiación de semillas y plantas por algunas firmas como Novartis, Monsanto, DuPont, Agrevo, Pioneer, etc. Desde la aparición de la agricultura, los campesinos siembran sus campos a partir de sus propias cosechas. Son ellos quienes, desde hace milenios, han seleccionado y adaptado las plantas en función de sus necesidades y de las características del medio. Hoy, los grandes grupos de siembra han seleccionado las semillas híbridas, cuyo rendimiento se adapta a la agricultura productivista. Estos híbridos no vuelven a sembrarse, mientras que las plantas como el trigo y la cebada autogámas son reutilizadas en el 50% de los casos. Evidentemente, los productores de semillas no tienen ningún interés en que los campesinos puedan volver a sembrar sus campos a partir de sus propias cosechas. Tratan de convencerlos de que las manipulaciones genéticas les proporcionarán márgenes financieros más importantes. Pero esta pretensión es en primer término un engaño intelectual, dado que postula que la agricultura productivista, gran consumidora de materias primas, de pesticidas y de fungicidas es el único modelo apto para satisfacer las necesidades humanas. Pero son numerosos los campesinos que desarrollan otros modos de producción (como la agricultura biológica), igualmente competitivos pero más respetuosos de la naturaleza y los consumidores. En segundo término, es un engaño económico: dejar las semillas en manos de algunas firmas multinacionales es aceptar una integración cada vez más pronunciada de los campesinos en el complejo genético-industrial. Entre la peste y el cóleraLos riesgos para la salud y el medio ambiente que representa la siembra de plantas manipuladas genéticamente son objeto de reñidos debates entre los científicos. Y la tendencia es de extrema prudencia, especialmente luego de varios estudios que han puesto en evidencia los efectos nefastos sobre las mariposas del maíz transgénico Bt producido por Monsanto, Novartis y Pioneer, cuya comercialización fue sin embargo autorizada por los gobiernos alemán, español y francés, que juegan a ser aprendices de brujo6. La UE, que eligió poco felizmente el desarrollo de los cereales a bajo precio, es fuertemente deficitaria en proteaginosos y sobre todo en oleaginosos: su tasa de autosuficiencia en colza, girasol y soja sólo alcanzaba el 22% en la campaña comercial 1996-1997. Y con razón: en las negociaciones del GATT de 1993, obedeció a las exigencias de Washington al aceptar el límite de 5.482 millones de hectáreas de superficie de cultivo de oleaginosos, a fin de garantizarle al agro-negocio estadounidense una salida para su soja y los productos de sustitución de cereales, que ingresan a la Comunidad libres de derecho aduanero. Es pues hacia Estados Unidos y los países de América latina que deberán dirigirse los campesinos para su abastecimiento. O sea hacia países donde millones de hectáreas de OGM se cultivan (de acuerdo a fuentes profesionales, 40% de la soja y 20% del maíz americanos son transgénicos) y donde las multinacionales se rehusan a crear sistemas de acondicionamiento y de comercialización diferenciados entre OGM y no OGM. En otras palabras, por no contar con un etiquetado claro, tanto para la alimentación humana como para la animal, los consumidores y los campesinos se convierten en rehenes y no tienen más elección que la de optar entre la peste de las harinas animales y el cólera de los OGM. Más allá del apoyo dado por Francia en junio pasado a la propuesta griega de suspender toda nueva comercialización de OGM en Europa, las asociaciones (France Nature Environnement, Greenpeace, Attac, etc.) reclaman una moratoria para la siembra y la comercialización de las tecnologías genéticas y la aplicación del principio de precaución. Gran parte de los productores, dependientes de las grandes compañías en los planos tecnológico, económico y financiero, no tienen ningún margen de maniobra. La industria se ha apoderado del campesino imponiéndole sus propias normas de fabricación de materias primas a precios bajos, convirtiéndolo en un conejillo de Indias que se descarta cuando ya no es rentable. El hambre en el mundo no es un problema técnico, que será zanjado gracias a las tecnologías genéticas. Sólo será resuelto por la soberanía alimentaria, o sea por un fortalecimiento y una autonomización política de los países en vía de desarrollo, por el reconocimiento de su derecho a protegerse de importaciones desleales y del dumping económico, social y ecológico de los países ricos. Conviene pues orientarse hacia una agricultura que centre su preocupación en la dimensión social, territorial y de medio ambiente y no hacia una agricultura dual, donde los pobres se atiborrarían con una alimentación de mala calidad, producida por un puñado de campesinos ricos, y donde los ricos consumirían una alimentación de calidad producida por campesinos pobres. El hecho de poner la PAC al servicio de la "vocación exportadora de la agricultura europea" responde a una grave confusión entre dos mercados de naturalezas fundamentalmente opuestas: el mercado de los productos básicos (leche deshidratada, cereales, carnes blancas y carnes rojas de menor calidad) y el mercado de los productos elaborados y de alto valor agregado. El mercado mundial de los productos básicos es alimentado con los excedentes agrícolas de los grandes países productores (Unión Europea, Canadá, Estados Unidos). Las cotizaciones de estos mercados son extremadamente bajas y lo seguirán siendo por mucho tiempo, de acuerdo al informe reciente del Banco Mundial: el precio de la leche está entre 10,25 y 10,67 centavos de dólar el litro; el kilo de cerdo entre 25 y 39 centavos de dólar y el kilo de novillo en 75 centavos de dólar. Para producir a precio tan bajo deben eliminarse todos los impedimentos en los procesos de producción (hormonas, OGM, harinas animales, preservación del medio ambiente), y deben retroceder todas las limitaciones: dimensión de los talleres, hoy gigantescos, dominio de las tierras por una minoría y acaparamiento de las ayudas públicas por unos pocos empresarios agronómicos (agromanagers). El mercado de productos elaborados o de alto valor agregado obedece a reglas fundamentalmente distintas. Los campesinos, aun si todos ellos persiguen la productividad, no la afrontan directamente. Las producciones están generalmente muy enmarcadas y responden a condiciones muy precisas; se llevan a cabo en zonas geográficas bien identificadas y permiten poner de relieve un know how; contribuyen a una auténtica economía local generada por el valor agregado. Esta agricultura, que pretende a la vez producir, emplear y preservar, es la única alternativa a un desarrollo que absorbe a los campesinos dentro de una mundialización ciega a los intercambios.
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