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La guerra sin límites del general SharonEl baño de sangre provocado en las ciudades autónomas de Cisjordania por el ejército israelí después del asesinato del ministro de Turismo de ese país el pasado 17 de octubre, y la destrucción de la ciudad palestina de Jenin, ordenada inopinadamente horas después de los atentados terroristas en Estados Unidos, son coherentes con la trayectoria del actual primer ministro israelí Ariel Sharon. Responsable de los episodios más atroces del conflicto en Medio Oriente, demuestra ser siempre el mismo.Ocho horas después de los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos, el primer ministro israelí Ariel Sharon envió a sus soldados y tanques a invadir Jenin, una ciudad autónoma palestina situada al norte de Cisjordania, para que volviera a “imperar el orden”. Ningún acontecimiento justificaba esta expedición, que violaba la soberanía palestina, ya muy fragilizada por las sucesivas incursiones israelíes en la zona A (autónoma). Sharon había decidido, sin más, aprovechar esta “ocasión de oro”, cuando las miradas del mundo estaban fijas en Nueva York y en Washington, para “golpear a los terroristas”. Durante nueve días, el ejército israelí actuó sin limitaciones en Jenin, donde fueron asesinadas 13 personas y heridas unas 200, muchas de ellas de gravedad. Los disparos dañaron 400 edificios y destruyeron varias decenas. Una de las calles da la impresión de haber sido literalmente bombardeada. En esta operación destructora participaron carros de combate y helicópteros de asalto Apache: una salvajada de 220 horas que aterrorizó a los 45.000 habitantes de la ciudad. El general Sharon ignora la resistencia a la ocupación y a la represión: dirige una “guerra contra el terrorismo”. Por eso practica ejecuciones sumarias (más de 50 en un año de Intifada), destruye casas y campos, arranca decenas de miles de árboles –sobre todo olivares– y confisca las tierras palestinas. Destrucciones por un lado, construcciones por el otro: las de las colonias israelíes creadas en los territorios ocupados. El asedio de las ciudades y de las aldeas palestinas ha provocado un desempleo sin precedentes, que alcanza al 50% de la mano de obra. Muchas mujeres palestinas tuvieron que dar a luz en el suelo, cerca de los cordones israelíes donde los soldados se muestran inflexibles: dos bebés murieron al nacer. Un joven y ardoroso oficialSharon persiste coherentemente en una vida dedicada a la lucha contra los árabes. De las incursiones más allá de las fronteras, a la cabeza de la unidad militar 101, de siniestra reputación, hasta su política actual como Primer Ministro, su método no ha cambiado: se resume en el empleo de la fuerza y de la destrucción, con un fondo de desprecio por la vida de sus adversarios árabes. Con motivo de su elección como jefe del gobierno, en febrero de 2000, algunos esperaban ver a un “nuevo Sharon”, más moderado, menos agresivo. Un piadoso deseo, ya que volvemos a encontrar a la cabeza del país al mismo Sharon que ya conocíamos desde los operativos de represalia de hace casi 50 años. Uno de los primeros se desarrolló en la aldea palestina de Qibya, en Cisjordania, en octubre de 1953. Como represalia por un ataque mortal de un grupo de palestinos infiltrados en Israel, el Estado Mayor le pidió que dinamitara algunas casas en la aldea y pusiera en fuga a sus habitantes. El joven “Arik” Sharon prefirió otro plan: sus soldados llevaron 600 kilos de explosivos e hicieron estallar 45 casas con sus habitantes dentro: 69 personas, la mitad de ellas mujeres y niños, perecieron bajo los escombros. El número de heridos se elevó a varias decenas. No se trata en absoluto de un caso aislado: los operativos llevados a cabo por Sharon tras las líneas del armisticio con los países árabes se saldaban en general con pérdidas muy elevadas del adversario, muchas más de lo que el Estado Mayor o el gobierno habían ordenado. En febrero de 1955, el ataque que dirigió contra un campamento militar egipcio en Gaza provocó la muerte de 38 soldados egipcios, casi todos caídos en una emboscada tendida por los soldados de Sharon. Después de aquel golpe, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser decidió realizar una importante compra de armas al bloque soviético. En diciembre de ese mismo año, un ataque contra las posiciones sirias, muy cerca del lago Tiberíades, se saldó con la muerte de 56 soldados sirios. El primer ministro de la época, David Ben Gurión, aun siendo un notorio “halcón”, se inquietó ante los resultados “excesivamente buenos” del joven y ardoroso oficial. El coronel Moshé Dayan le explica: “El score de Arik se cifra por decenas de muertos. Nunca terminó una operación con menos de varias decenas de muertos entre las filas del enemigo”1. A principios de los ’70, siendo comandante del sector sur del país, Sharon dirigía la lucha contra los fedayines en la franja de Gaza, ocupada por Israel desde 1967. Elaboró una lista de más de 100 palestinos “buscados” y los “liquidó” sumariamente, uno detrás del otro. En la misma época, expulsó manu militari, de manera cruel y sin órdenes de sus superiores, a millares de beduinos de la región de Rafá, al sur de la franja de Gaza. Sus viviendas fueron arrasadas y sus pozos de agua cegados. Todo esto provocó que en Israel se desencadenara una ola de protestas contra esa “política inmoral”, que despojaba de sus derechos elementales a un pueblo sometido a ocupación. A finales de abril de 1982, de acuerdo con el tratado de paz egipcio-israelí, se terminó la evacuación del Sinaí. El último acto lo escribió Sharon, representando un rol similar al de Nerón (pero sin música): la destrucción completa de la ciudad de Yamit, construida durante la ocupación israelí de la península. El entonces Ministro de Defensa decidió (por su cuenta y riesgo) que Egipto no merecía poseer esa hermosa ciudad y ordenó su destrucción. Algunos meses más tarde, la guerra del Líbano (desencadenada en junio de 1982) permitió comprender mejor el hilo rojo que condujo de la destrucción de Qibya a la de Yamit y a los estragos provocados por el propio Sharon en la capital libanesa, una ciudad donde sin duda se encontraban los cuarteles generales de los fedayines, pero también cientos de miles de ciudadanos, hombres, mujeres y niños, que nada tenían que ver con el conflicto. “La guerra del Líbano –escribieron los periodistas israelíes Zeev Schif y Ehud Yaari– nació en el alma tumultuosa de un hombre resuelto y sin límites, que arrastró a toda una nación en la vana búsqueda de objetivos en parte imaginarios; se trataba de una guerra basada en ilusiones, su itinerario sembrado de chanchullos y su fin inevitable estaba colmado de decepciones (…). Empleando un lenguaje incisivo, podría decirse que al preparar esta guerra y en el curso de sus primeros meses se produjo en Israel una especie de golpe de Estado de un tipo poco común (…). En vez de apoderarse de las instituciones donde se originan las decisiones estatales, o de disolverlas, como suelen hacer los autores de un golpe de Estado, Sharon elaboró una fórmula que le permitió adueñarse del proceso de toma de decisiones. Privó a las instituciones democráticas de su poder de control y supervisión y debilitó los frenos que forman parte del sistema del poder”2. Odio contra los palestinosLa invasión del Líbano y el asedio de Beirut (junio-agosto de 1982) costaron la vida a más de 15.000 civiles, libaneses y palestinos. Los aviones atacaban diariamente la capital. A comienzos de agosto, los bombardeos se intensificaron hasta el punto de que el presidente Ronald Reagan protestó ante Menahem Beguin contra lo que calificó de “actos inadmisibles”. El Primer Ministro israelí tomó entonces una iniciativa sin precedentes: privó a su Ministro de Defensa del derecho de ordenar el bombardeo de Beirut por la aviación. A mediados de septiembre de 1982, dos semanas después de la marcha de los combatientes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de la capital libanesa, Sharon la ocupó con sus soldados, violando sus propias promesas. Veinticuatro horas más tarde, los falangistas (una milicia maronita de extrema derecha aliada al Estado hebreo) entraron, con la ayuda del ejército israelí y la bendición de Sharon, en los campos palestinos de Sabra y Shatila, en el sur de la ciudad, y empezaron a asesinar sistemáticamente a la población. Entre tanto, los soldados del general Sharon se mantuvieron alrededor de los dos campos. El Cuartel General israelí dominaba incluso la escena de la matanza, una de las más horribles en los anales del conflicto árabe-israelí3. Dos horas después del comienzo de la matanza, ya llegaban informaciones terribles al puesto de mando israelí. Pero nadie movió un dedo. La carnicería sólo se detendría cuarenta y ocho horas más tarde, con un saldo espantoso: más de 1.000 asesinados, en su mayoría mujeres, niños y ancianos. Además, varios centenares de habitantes de los campos fueron secuestrados por los agresores: veinte años después, siguen “desaparecidos”. Una comisión investigadora israelí concluyó que el general Sharon tenía una responsabilidad personal en la matanza y recomendó que le fuesen retiradas sus responsabilidades de Ministro de Defensa4. Como consecuencia, tuvo que abandonar un puesto tan codiciado por los militares. En cuanto al mediador estadounidense Philip Habib, que había organizado la salida de Beirut de la OLP, estaba enloquecido de furia: “Sharon es un asesino, movido por el odio contra los palestinos. Di garantías a Arafat de que los palestinos (que se quedaran en Beirut) estarían seguros, pero Sharon no cumplió con lo acordado. Una promesa de este hombre no vale nada”5. Este rasgo de carácter de Sharon está presente durante todo el transcurso de su carrera militar y política. El propio Ben Gurion, que admiraba a este joven y animoso militar, se preguntaba si “Arik” acabaría algún día por decir la verdad…
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