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Arabia Saudita, entre Occidente y la identidad culturalEl reino saudí se debate entre las presiones internas por la modernización -fundamentalmente en el trato y la consideración de las mujeres- y la necesidad de mantener la unidad sobre la base de la tradición religiosa y cultural. La alianza estratégica con Estados Unidos se ve afectada justamente por la contradicción entre la coincidencia política con Occidente y la necesidad de preservar la identidad islámica.El rumor fue creciendo durante la tarde del domingo 24 de marzo, volando sobre todas las barreras y los obstáculos, pasando de teléfonos celulares a computadoras. Rebotado por los mensajes telefónicos escritos y por los correos electrónicos, reproducido en diversos sitios Internet, acabó por fin convenciendo a los más escépticos. “Gracias a la generalización de los teléfonos celulares y al acceso al correo electrónico, ya no se puede esconder nada en Arabia Saudita”, se alegra un periodista. Unas horas más tarde, la información era confirmada por un comunicado oficial: por iniciativa del príncipe heredero Abdalah, el rey Fahd había decidido colocar la Dirección de Escuelas de Niñas bajo la órbita del Ministerio de Educación Nacional y destituir sin más trámite al presidente de aquella. Ese decreto ponía fin a una de las más ardientes controversias que agitaron al reino en los últimos años. Una muestra de la apertura, pero también de las contradicciones del nuevo rumbo que el príncipe Abdalah, hombre fuerte del régimen, desea imponer al reino, sacudido por los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. El 11 de marzo pasado por la mañana, se había desatado un incendio en la Escuela de Niñas N°31 de La Meca, en el que murieron 15 adolescentes de entre 12 y 17 años. Por la tarde, la Dirección de Escuelas de Niñas publicó un comunicado, inmediatamente difundido por la televisión oficial, que descargaba la culpa de lo ocurrido sobre las víctimas: “Los heridos y los muertos se deben al atropello de las propias estudiantes y no al fuego”. Cabe recordar que esa Dirección fue creada en 1960. El príncipe heredero Faisal, que reinó de 1964 a 1975, deseaba que se abriera la educación pública a las niñas1: por entonces, sólo el 22% de los niños estaban escolarizados, y apenas el 2% de las niñas. Un sector de los ulemas, apoyados por muchos padres, fundamentalmente en las regiones más conservadoras, se opuso a la propuesta del príncipe. Durante una entrevista, Faisal interrogó a los ulemas: “¿Hay algún versículo del Corán que prohíba la educación de las niñas?” Ante el silencio que se produjo, continuó: “Como educarse incumbe a cada musulmán, vamos a crear escuelas. Los padres que quieran enviar sus hijas podrán hacerlo. Los otros pueden optar por mantenerlas en la casa. Cada uno será libre de decidir”. Preocupado por obtener un compromiso, Faisal aceptó crear la Dirección de Escuelas de Niñas, separada del Ministerio de Educación Nacional, cuyo presidente sería elegido dentro de la jerarquía religiosa. Los programas serían diferentes, y se pondría el acento en la religión. Cuarenta años después, las resistencias iniciales desaparecieron casi totalmente y los progresos cuantitativos son impresionantes: más de la mitad de los 5 millones de escolares son niñas, y las mujeres predominan en cantidad también en la universidad, donde a menudo obtienen mejores resultados que los varones, aunque siguen sin tener acceso a ciertos sectores. Sin embargo, el caso de la Escuela N° 31 pondría en evidencia las carencias del sistema. El escritor Raid Qutsi las evoca en una columna titulada “La tragedia de la escuela hizo sonar la alarma”2. Ochocientas alumnas acudían a ese establecimiento, cuya capacidad era de 250; el edificio había sido alquilado trece años antes, cuando legalmente una locación no puede superar los diez años. Por otra parte, el edificio era vetusto, y no disponía de salidas de emergencia ni de alarma contra incendio. En los días siguientes al drama la prensa mostró innumerables reportajes sobre el pésimo estado de los edificios escolares, sobre la incompetencia de la Dirección de Escuelas de Niñas, sobre los programas inadaptados al mundo moderno y sobre una enseñanza basada en lecciones aprendidas de memoria. Por primera vez los responsables debieron rendir cuentas. A raíz del comunicado de la Dirección de Escuelas de Niñas, el director regional del diario panárabe Hayat, Daud Al Cherian, uno de los periodistas sauditas más valientes, escribió el 16 de marzo: “Este incendio debería servir para poner fin a las declaraciones gratuitas, a la negación de responsabilidad. Hay que enseñarles a ciertos altos responsables y ministros que la defensa de sus posiciones y de sus instituciones no se puede hacer de esa manera. Dejarlos hablar ante los medios sin pedirles explicaciones perjudica la imagen del país”. Ofensiva periodísticaEn febrero de 2002 el diario Al Watan (Abha), apadrinado por el gobernador de la provincia de Asir, Khaled Bin Faisal, había revelado la existencia de una circular confidencial enviada por el príncipe heredero a toda la administración. “A pesar de múltiples notas y circulares transmitidas a los responsables, los intereses de los ciudadanos no son atendidos y aumentan las injusticias”. El texto concluía afirmando que el Estado no dudaría en reemplazar a los funcionarios incompetentes3. Cambiando de estrategia, la Dirección de Escuelas de Niñas convocó a los periodistas, brindó una conferencia de prensa y respondió a las preguntas. Allí afirmó que no se prolongó la experiencia de construcción de 200 nuevos edificios por parte del sector privado, pues el Ministerio de Finanzas no asignó los fondos necesarios… Pero la prensa también se lanzó al asalto de otra institución, mucho más estratégica. Varios testigos presenciales, incluidos algunos integrantes de los equipos de seguridad civil, explicaron que su tarea de auxilio en la escuela N° 31 se vio dificultada por miembros de la hay’a (el comité), la famosa Orden para la Prohibición del Mal y la Promoción de la Virtud, preocupados por el ingreso de hombres a una escuela de niñas o porque éstas debieran salir del establecimiento sin llevar el velo. Esa actitud habría sido responsable de la muerte de varias jóvenes. De manera macabra, uno de los principales diarios del país, Okaz, tituló una de sus columnas: “Prohibir la vida, promover la muerte”. La hay’a, también conocida con el nombre de mutawwa se encarga de hacer aplicar la ley religiosa, de verificar que las mujeres lleven velo, de que se respete el principio de separación entre hombres y mujeres, etc. A pesar de que esa institución se manifiesta poco desde mediados de los años 1990, es temida y poco apreciada por la población. El 16 de marzo, Turki Al-Sudeyri, jefe de redacción del más importante diario del país, Al Riyad, se interrogaba: “¿Cuándo empezaremos a avergonzarnos de nuestra actitud respecto de las mujeres?” Y añadía: “En nuestra sociedad se atribuye a las mujeres la culpa de todo, como si fueran el intermediario entre el hombre y el vicio. Pareciera que los hombres son ángeles que sólo flaquean ante las mujeres (…) ¿Acaso los miembros de la Orden para la Prohibición del Mal y la Promoción de la Virtud se interesan o se preocupan más que nosotros mismos de nuestras esposas, de nuestras hermanas, de nuestras madres, de nuestras hijas?” Finalmente, la hay’a se resignó a defenderse de manera pública. Su presidente, Ibrahim Al Ghaith, convocó a los periodistas, desmintió a los testigos y afirmó que sus hombres llegaron al lugar cuando el fuego ya estaba controlado. Pero admitió: “Si se confirma que algún responsable de nuestra organización impidió cualquier acción de salvamento, habrá que procesarlo”4. Esa fuerte corriente que se percibe en los medios provoca la crispación oficial. En el mismo momento en que el gobierno anunciaba la creación de una comisión investigadora, el ministro de Información reunía, el 19 de marzo, a los jefes de redacción de los medios, los que luego harían un resumen tranquilizador de ese encuentro. Obviando todo disimulo, el 21 de marzo, Daud Al Cherian revela en Al Hayat el verdadero objetivo de la maniobra: dar instrucciones a los periodistas para que se abstengan de difundir ciertas noticias. La sanción es inmediata: en adelante Al Hayat será sometido a censura previa. El 21 de marzo, el ministro del Interior, el príncipe Nayef, uno de los hombres más poderosos del país declara: “La manera en que nuestros diarios y nuestros escritores trataron el tema no corresponde a lo que esperábamos de ellos. Han exagerado las cosas de manera desproporcionada y emitieron juicios antes de conocer los hechos”. El ministro insistió en que no se critique a la Dirección de Escuelas de Niñas5. En tal contexto, ¿cómo entender la decisión real que tres días más tarde disolvía la citada Dirección? El hombre que nos recibe en su oficina tiene una historia particular. Se trata de uno de los veinticinco hijos sobrevivientes del fundador del reino, Abdelaziz Ibn Saud, y medio hermano del rey Fahd y del príncipe heredero Abdalah. A sus setenta años conserva toda su lucidez y su espontánea sinceridad. En los años 1960 fue, junto a su hermano Nawwaf –designado en agosto de 2001 jefe de los servicios de informaciones del reino– uno de los “emires libres” partidarios de las reformas constitucionales, que se unió a Gamal Adbel Nasser, el líder de la revolución egipcia6. ¿Avances democráticos?Para el príncipe Talal, la decisión del príncipe heredero es “sabia”, pero le sorprende que haya sido anunciada la víspera del consejo de ministros. “¿Para qué sirven esas reuniones?” se pregunta. Y agrega: “El majlis al-choura (consejo consultivo)7 hace tres años que propuso disolver esa Dirección de Escuelas de Niñas, pero sin éxito. Los ataques contra la hay’a crearon problemas al régimen. Es importante que la enseñanza de las niñas sea integrada a la educación nacional y que el nuevo viceministro no sea un religioso. Pero, a causa de ello se ocultó la responsabilidad de la hay’a”. Aunque no del todo. El informe de la comisión investigadora, íntegramente publicado por la prensa –que ya no duda en hacer hablar fuentes “bien informadas” ni en publicar documentos confidenciales– contiene un pequeño pasaje enigmático: “La investigación continúa respecto de ciertos incidentes secundarios entre los miembros de la hay’a y responsables de la defensa civil”. ¿Pero, los nuevos datos requeridos en esa investigación, serán hechos públicos? El príncipe Talal es partidario de los avances democráticos, pero se mantiene escéptico sobre el margen de maniobra de los medios. Y evoca la detención de un escritor que el 26 de diciembre de 2001 había publicado en el diario Al Medina un poema titulado “Los corruptos de la Tierra”, dedicado a los jueces. El jefe de redacción del periódico perdió su puesto y, según los rumores, el poeta, Abdel Mohsen Halit Muslim, fue detenido. Consultado al respecto, un alto responsable del Ministerio del Interior se limitó a decir que había “oído hablar de ese rumor” … Aparentando ingenuidad, un periodista de Al Watan se indigna8: “¡Cómo es posible! Afirma haberse enterado de la noticia por internet, y sostiene que al no publicarla ‘nuestros medios prueban que siguen estando prisioneros de su propia debilidad’”. Sin embargo, agrega, “hemos logrado superar el tiempo en que no se informaba de los crímenes ni de los accidentes con la excusa de que provocarían pánico, y que el miedo era perjudicial para la sociedad”. Hace pocos años apenas, desde el punto de vista de la información, Arabia Saudita se parecía a la Unión Soviética de ciertos periodos. Todo era “secreto de Estado”. Actualmente la prensa no duda en abordar temas de sociedad delicados: el consumo de drogas, la violencia doméstica, el sida, los abusos contra los menores, el suicidio, etc. Para junio se anuncia incluso la publicación de un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el primero en su tipo, que finalmente pondrá al alcance del público datos hasta ahora confidenciales. La sociedad acepta mirarse al espejo y verse tal cual es, con sus defectos y sus virtudes, con su generosidad y sus mezquindades… Se trata sin embargo de un ejercicio peligroso cuando viene acompañado del nacimiento de una opinión pública. Opinión pública que ya logró su primera victoria con la citada decisión real, considerada por el príncipe Talal como “un paso adelante en la defensa de los derechos femeninos”. Desde hace ya varios años, el príncipe heredero hizo de esa promoción –junto a la reforma económica9– uno de los ejes de sus discursos. En 2000 Arabia Saudita ratificó la convención de las Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación femenina. Por primera vez, el majlis al-choura recibió a mujeres que expusieron sus problemas, fundamentalmente relativos al celibato y a la dote; la delegación enviada a la cumbre económica de Davos incluyó algunas mujeres empresarias y se extendieron las primeras cédulas de identidad a mujeres. “Esos documentos nos permiten efectuar directamente nuestras compras, vender nuestras joyas si queremos, alojarnos en un hotel, comprar un auto”, explica Amal, pediatra y propietaria de su clínica. “No somos víctimas, pues fuimos nosotras mismas las que dejamos a los hombres el papel protagónico”. Maha trabaja en relaciones públicas, de manera independiente: una actividad tolerada. Cursó sus estudios en el extranjero, se casó, se divorció. Finalmente decidió volver a vivir en su país, al cual –como la mayoría de las sauditas– se siente muy unida; aun reconociendo que “aquí, las infraestructuras están cien años más avanzadas que las mentalidades”. A las mujeres “no nos gustan los mutawwa que pretenden manejar nuestra vida. Pero actualmente participamos más de los negocios que antes. El 40% de los bienes de este país está en manos de mujeres. Ese poder adquisitivo hace que se nos reconozca, y que los hombres nos presten más atención. Las estudiantes que salen de la universidad son más buscadas que los varones, pues son más serias”. ¿Pero esas reivindicaciones no amenazan las bases de la sociedad?, se interroga un sector de la misma. Sometidos a permanentes cambios, al desarraigo de la urbanización, a los canales satelitales de televisión, occidentales o árabes, algunas personas se repliegan temerosamente sobre sí mismas. Un periodista lo reconoce: “Contrariamente a la prohibición del alcohol, no existe ninguna medida religiosa que prohíba a las mujeres conducir un auto. Entonces nos preguntamos qué hay detrás de tales demandas. ¿Qué ocurrirá una vez que les hayamos concedido tal derecho? Somos la ‘última tierra del islam’ y mucha gente denuncia un complot estadounidense contra el reino, contra el islam, contra nuestras riquezas”. “Pero nosotras nos sentimos muy ligadas al islam y a nuestras tradiciones”, replica una de nuestras interlocutoras. “Lo que cuestionamos es una lectura reductora del Corán. De todas maneras, poder conducir un auto no es un objetivo prioritario”. Y agrega con una sonora carcajada: “Dentro de quince años vamos a conseguir ese derecho, pero ya no podremos comprarnos un auto”, en alusión a una difícil situación económica, ya que el príncipe heredero pidió “ajustarse el cinturón”. Para ella hay que resolver primero el problema del desempleo y conseguir una verdadera igualdad ante la ley10. Pero para estas mujeres, como para la mayoría de los sauditas, los atentados del 11 de septiembre desestabilizaron su realidad. En el monumental complejo de la Fundación Rey Faisal, en el centro de Riyad, encontramos al hombre que durante más de 20 años fue uno de los personajes más poderosos del reino. El príncipe Talal Ben Faisal dirigió hasta agosto de 2001 el servicio de inteligencia, y fue por lo tanto responsable de la política afgana del reino, y de los contactos con Osama Ben Laden. ¿Fue eso lo que provocó su “dimisión”? Nadie puede decirlo; además, ese tipo de informaciones jamás se debate de manera pública. El príncipe, que habla francés y se interesa por el futuro del Instituto del Mundo Árabe instalado en París, responde a las preguntas con suma cortesía. “El 11 de septiembre produjo una conmoción. Nosotros pasamos primero por una fase de negación: era inimaginable que sauditas hubieran participado en semejantes actos, contrarios a nuestros principios. Luego iniciamos una introspección: ¿quiénes somos? ¿cómo es posible que una cosa semejante haya ocurrido luego de años de desarrollo, de contactos con el mundo?”. El príncipe evoca los grandes cambios registrados en la sociedad: “Yo conocí los tiempos en que la viruela causaba la muerte de miles de personas, en que se necesitaban tres días de viaje por la mejor ruta para ir de Riyad a La Meca. También se produjeron cambios en el terreno político. A pesar de todo eso, nuestra sociedad sigue estando asentada sobre bases sólidas, en la solidaridad, en la religión”. Pero si bien la guerra contra la intervención soviética en Afganistán –reconoce el príncipe– permitió expresar una fuerte solidaridad musulmana con los mujaidines, –con el aval de Estados Unidos, señala– también tuvo consecuencias nefastas. “En Afganistán se reunieron varias organizaciones extremistas. Algunos voluntarios se agruparon en torno de Ben Laden. Arabia Saudita también sufrió a causa de ello. Fueron esos grupos los que organizaron el atentado de 1995 en Riyad”. Esta guerra, como el conflicto del Golfo en 1990-1991, alimentó una lectura extremista del islam. En Arabia Saudita, el debate en torno del islam abarca dos temas diferentes: ¿cuáles son las relaciones entre la institución religiosa y el poder político? y ¿cómo unir la lectura rigurosa (wahabita, a pesar de que ese término es rechazado en Arabia) de la religión, con los desafíos de la modernidad? Cabe recordar que el reino nace del pacto firmado en 1744 entre el emir local del Nejd, Mohamed Ibn Saud, y un predicador religioso, Mohamed Ibn Abdel Wahhab. Esa alianza se mantuvo a lo largo de la historia: la familia real dirige, pero se apoya en los ulemas, principalmente en el consejo de los grandes ulemas, que fundamenta su legitimidad musulmana. Históricamente, y a pesar de las tensiones, la institución religiosa siempre respaldó las decisiones reales, a veces luego de algunos tironeos, como se vio en el caso de la educación de las niñas. Así, en 1990, luego de la invasión iraquí a Kuwait, los ulemas justificaron el llamado del rey Fahd a las tropas estadounidenses. Sin embargo, el número creciente de universidades religiosas y de jóvenes recién egresados de las mismas alimentan una corriente a menudo conservadora, y a veces extremista. En noviembre de 2001, en el marco de consultas con los cuerpos constituidos a raíz de los atentados del 11 de septiembre, el príncipe heredero Abdalah recibió a los ulemas y les advirtió contra una “escalada de la religión” (ghoulou fil din). Pero durante ese intercambio de opiniones afloró otro debate. El sheik Abdalah Bin Abdel Mohsen Al Turki, secretario general de la liga islámica mundial, y ex ministro de Asuntos Religiosos, intervino afirmando que “los responsables del poder (wala’ al amr) son los dirigentes y los ulemas” colocando al mismo nivel político a la familia real y a los religiosos… “Yo no soy un especialista de temas religiosos, pero esa opinión me pareció extraña. Nunca había sido manifestada aquí. Se la puede comparar, respecto del chiísmo, a las cuestionadas tesis del imam Jomeini sobre el vilaya el-faqih11. Yo rechazo esa visión. El poder pertenece a los dirigentes, los ulemas son sus consejeros. Así fue que escribí un artículo para cuestionar esa interpretación”12, explica el príncipe Turki Al Faisal. Esta intrusión de las autoridades religiosas muestra el equilibrio inestable que existe entre ellas y el poder político. Más aun teniendo en cuenta que la familia real no puede prescindir de la institución religiosa, en momentos en que se desarrolla en Occidente una enorme campaña contra el islam y contra Arabia Saudita. Muchos sauditas están convencidos de que el país debe adaptarse, y que es indispensable introducir reformas, sobre todo en el sistema educativo. Pero los ataques del exterior, fundamentalmente de los medios de Estados Unidos, generaron un endurecimiento de la opinión pública, y casi una unión nacional. ¿Es posible imaginar la reacción que despierta en este país la sugestión del jefe de redacción de un diario estadounidense: “Nuke Mekka” (bombardeen La Meca con armas nucleares)?13. Amal se indigna furiosamente: “¿Quiénes son ustedes para venir a darnos lecciones? Yo creí verdaderamente en los valores que defendía Occidente, pero ustedes los traicionan, en particular en Palestina. ¿Vieron las imágenes de los prisioneros de Guantánamo (entre los que habría unos 50 sauditas), tratados como animales? Ustedes no nos aceptaron jamás tal como somos; simplemente quieren que seamos como ustedes. El islam es la base de nuestra vida, y yo no quiero que eso cambie; lo único que nos queda es el islam”. Entre la indispensable reforma económica, la integración a un mundo mundializado y la defensa de una identidad percibida como única, el camino elegido por el príncipe heredero es estrecho. Como apunta Fahd El Mubarak, un hombre de negocios miembro del majliss el-choura, “ahora ya somos capaces de identificar los problemas, pero para resolverlos no alcanza con un soberano reformador, hace falta un ejército de reformadores”.
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