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Un Eurostar con un motor del siglo XIXSometida al Imperio Otomano desde el siglo XV y regida a partir del fin de la II Guerra Mundial por un régimen comunista maoísta, Albania trata de materializar su vocación histórica de integrarse a Europa. Pero la Europa de la mundialización neoliberal la excluye, responsabilizándola de la venalidad y el crimen organizado, favorecidos por la dificultad de salir del aislamiento y de superar costumbres arcaicas.Hace diez años, después de la caída del comunismo, podía leerse en L’Autre Journal: “Quién se atreverá a decir la verdad; a decir que será largo, muy largo, y que sólo de los albaneses depende que no lo sea en exceso… Es preciso prestar ayuda antes de que se produzca lo peor, de lo contrario sólo una cosa no faltará el día de mañana en Albania: armas y balas. Nada crece ya en la tierra quemada, ni siquiera la economía de mercado”1. En la época del “capitalismo considerado como la tierra prometida y Occidente como el salvador”, según la fórmula del escritor Fadil Lubonja, los albaneses, haciendo suya la “teoría del nivel cero”, destruyeron canales de irrigación, invernaderos, viñedos, plantaciones de cítricos y olivos. De ahí la triste constatación de Sabri Godo, ex presidente de la Comisión de Asuntos Extranjeros: “Hicimos algo que no se hizo en ningún otro país, y hoy en día el 60% de los productos alimenticios son importados”. Peor aun: la industria del cobre, de la que Albania era el segundo productor-exportador mundial, se vio gravemente afectada, y aunque el país sea rico en recursos hidráulicos, el sector eléctrico ya no cubre las necesidades. A este período siguió una fase calificada como “acumulación primitiva del capital”, cuyo florón fueron las pirámides financieras2. Tanto, que el FMI otorgó a Albania el título de “mejor alumno de la clase” antes de que la quiebra del sistema mafioso piramidal desembocara en las revueltas de 1997. Desde entonces, al margen de la guerra de Kosovo, se hizo silencio sobre la evolución de Albania. El discurso de los expertos sobre una fase de transición más larga de lo previsto, la inseguridad en el orden de las cosas, lo viable que no termina de serlo, aparecen como certezas. En Tirana se levantan tantas torres y nuevas construcciones que la ciudad se vuelve irreconocible. ¿Todo va bien cuando la construcción está en marcha? Ni la clase política ni la población concuerdan. En el campo, donde vive la mayoría de los albaneses, las parcelas, fragmentadas al máximo durante la reforma agraria, no bastan para alimentar a las familias. En las ciudades, las situaciones difieren: de Shköder, donde se enfrentan iglesias y mezquitas, a Kukës, camino hacia Kosovo; de Korcë, afectada por el embargo durante el conflicto macedonio, a Durrës, puerto aduanero y de “tránsito”; de Elbassan, ex centro industrial en ruinas, a Vlorë, frente al mar y todos sus tráficos, y de Sarandë, puerta comercial hacia Grecia, a Tirana, centro del poder… Pero lejos del pesimismo, el país se agita en la paradoja de una situación sin futuro, en la que no obstante todo parece posible. Según Edi Rama, el muy popular intendente de Tirana, “Albania es un Eurostar3 que anda con un motor del siglo XIX; la sociedad, un río que se sale de su cauce y la clase política –en lugar de ser un dique que transforma esta energía en potencia– la obstruye, generando conflictos que desembocan en una anarquía”. Una realidad que responde al gusto por la provocación, a la efervescencia de iniciativas y rebusques para vivir y sobrevivir: las plantas bajas y subsuelos se convirtieron en cafés, tiendas, depósitos, talleres, servicios; en las veredas conviven verduleros, lustrabotas, vendedores de castañas, cambistas que ostentan manojos de billetes, niños, muchos niños, vendedores de cigarrillos, gentes que ofrecen pesar a los peatones en sus balanzas o bien, junto a las cabinas telefónicas, facturan las comunicaciones por unidad. El hotel Rogner es un mundo aparte donde se cruzan políticos, diplomáticos, hombres de negocios y mafiosos. Para el director del Instituto de Estudios Contemporáneos y ex ministro Genc Ruli, “hay una economía privada, pero todavía no una economía de mercado” y está constituida por lo mejor y lo peor. Lo peor: una economía informal que representa cerca del 30% del producto nacional. Lo mejor: los 650 millones de dólares enviados por los 700.000 emigrados a sus familias, verdadero pulmón económico sin el cual Albania estaría en la miseria4. El cineasta y periodista Arturo Zheji ve “en la vitalidad y la capacidad de adaptación de esta diáspora la nueva identidad de los albaneses”. De allí se deriva una atmósfera de edad de oro del “capitalismo”, calificada por un responsable político como “entusiasmo rock and roll”. Pero todas las edades de oro son efímeras, como recuerda Arturo Zheji: “Los albaneses siguen siendo un pueblo ingenuo; adhieren fácilmente a ilusiones de las que se desprenden de un modo dramático”. ¿Cómo seguir siendo optimista ante los cortes de agua que se repiten? ¿Qué desarrollo industrial es posible cuando la electricidad falta a diario? ¿Qué seguridad se puede garantizar en un país de tránsito mafioso? ¿Qué identidad reconstituir cuando la vía tan deseada de la integración a Europa sigue cerrada por una, dos o tal vez tres generaciones más? Es por todo eso que los albaneses siguen con la mirada puesta en la línea azul de Europa, con el sueño estadounidense como telón de fondo. El primer ministro Pandeli Majko considera la integración “como un objetivo estratégico de nuestra política nacional”, y para Genc Pollo, presidente del Partido Democrático R (reformista), se trata de una “vocación histórica de los albaneses de encontrar su lugar en un continente del que forman parte”. Esta vocación contrariada se remonta al siglo XV, período en que Skanderberg, apodado athleta Christi por el Papa Nicolás V, llamaba al Papado, a Venecia y al rey de España para combatir a los turcos. Fue en vano: durante cinco siglos, Albania integraría el Imperio Otomano. Sueño europeoCon esos albaneses que no son germanos, ni latinos, ni eslavos, ni griegos, ni turcos, perdura un malentendido: siguen siendo objeto de indiferencia por parte de Europa Occidental, con excepción de Italia. No obstante, Marko Bello, ministro de Estado para los Asuntos Europeos, repite con obstinación: “Albania debe ser como Europa”. Y todo está en marcha para cumplir con las miles de páginas de documentos comunitarios. Tanto que en los ministerios se forman más traductores que especialistas… Sin embargo, según el editorialista Mustafá Nano, el sueño se va opacando: “El dilema es que queremos ser europeos pero Europa no nos incluye.” Es que el carácter clánico de la política albanesa produce irritación en Bruselas. Mustafá Nano lo explica: “En su aldea cada cual tiene su identidad (su estatuto social, su posición dentro del clan), pero el que viene a Tirana, y aun más el que emigra, pierde su identidad”. De ahí la necesidad, tanto dentro del juego político como dentro de los lazos sociales, de reproducir ese modo habitual de funcionamiento. La historia reciente de los Balcanes da bastantes ejemplos de cómo ciertas formas de pensar no se borran fácilmente de la memoria, aunque hayan sido disimuladas por generaciones. A diferencia de las leyes, las personas no pueden fundirse en moldes. Otra crítica es la ausencia de autoridad del poder. Teniendo en cuenta la constatación de Lubonja, una de las razones es que “responsables políticos instalados por Europa no pueden más que someterse a Europa”. Como consecuencia de esta injerencia, hace meses que se desarrolla un psicodrama político-judicial, en la ilusoria búsqueda de una nueva mayoría para elegir un presidente consensuado que no sea ni el ex primer ministro Fatos Nano, ni su opositor Sali Berisha. Según el director del Instituto de los Medios, Remzi Lani, esto es lo que “transformó la escena política en un laberinto”. Debate vano desde el punto de vista de las preocupaciones de la población que, lúcida, lo vuelve a sus justas proporciones. A la pregunta de “quién será el próximo Presidente”, ésta responde “vaya a preguntarlo a la embajada estadounidense”, o bien alude a los manejos de Doris Pack, consejera del Parlamento Europeo para los Balcanes, a la injerencia de Romano Prodi, o aun a la de Italia o Grecia. Cuando el futuro de un responsable político depende más de padrinazgos extranjeros que del electorado, ¿de qué autoridad se puede hacer gala? A menos que se siga el ejemplo de Charles De Gaulle, cuando replicó a Winston Churchill: “Soy demasiado pobre como para someterme.” Los problemas no se resuelven con la kalaschnikov o el apaleamiento, y las cancillerías reconocen que el mérito del progresivo abandono de estos métodos correspondería a Fatos Nano, en el poder desde 1997. Existe una libertad de expresión real, no sólo por la publicación de quince periódicos “libres, pero no independientes”, sino porque la gente se expresa sin reservas y el debate intelectual (las crisis son formativas) no es una mera fachada. Sin embargo, Europa reprocha a Albania un déficit de democracia. El lugar y el trato dados a la mujer, en particular en el campo; el peso de las viejas tradiciones (en ciertas regiones se perpetúa la vendetta); la situación de cientos de miles de jubilados que no pueden vivir de sus pensiones; los jóvenes obligados a emigrar a falta de un futuro en su país, son verdaderos déficits de democracia. ¿De eso se trata? No. La preocupación recurrente de Europa es una manipulación, durante las elecciones parlamentarias de 2001, que es objeto de un informe de la Oficina para las Instituciones Democráticas y los Derechos Humanos (ODHIR)5. Toda la clase política critica esta maniobra electoral, sobre la cual nos dice el Primer ministro: “Esto atañe a los conceptos políticos y psicológicos del poder (…) lo que actualmente se debate en Albania es precisamente la cuestión del traspaso del poder, no porque nosotros, los socialistas, podemos llegar a tener que abandonarlo, sino porque la forma en que se da el traspaso y la capacidad de asegurar esa transición son la prueba de la consolidación de una democracia”. Se trata de una cuestión importante, sin dudas. ¿Pero cuál es la prioridad de la gente? ¿El agua, la electricidad, o un montaje electoral dentro del círculo Nº 60?6. No cabe sino aprobar a Ruli: “El factor internacional tiene una visión ideológica de la democratización de la región. Es difícil que los donantes comprendan los problemas reales del país. El desafío esencial de los Balcanes es por cierto la consolidación de las instituciones del Estado, pero hasta el momento, ¿acaso las políticas de acercamiento a Europa o las políticas de desarrollo económico condujeron automáticamente a la democratización de las instituciones? No es éste el caso; yo pienso incluso lo contrario, ya que la democracia es el resultado de un proceso de desarrollo y no algo previo”. Los poderes socialistas creyeron que bastaba con instaurar la propiedad social de los medios de producción para crear el hombre nuevo; los poderes liberales creen que la instauración del multipartidismo y de elecciones libres bastan para establecer la democracia. Según Mustafá Nano, “si queremos avanzar en la idea de democratización, hay que trasponer el modelo impuesto, que no corresponde ni a las estructuras ni al estado anímico de la sociedad. Los políticos albaneses y occidentales impusieron una constitución, pero fue redactada para mentalidades y modos de pensar extranjeros. También el código electoral es un código impuesto, que no toma en cuenta la realidad política albanesa”. La democracia no se importa ni se exporta: no puede imponerse con un toque de varita mágica. Los albaneses aceptan todas las críticas, pero un experto occidental se pregunta: ¿Las organizaciones y lobbies que nos gobiernan no son, acaso, una réplica de las mentalidades clánicas que se reprocha a la clase política albanesa? Los gobernantes de los países desarrollados, privados de muchas de sus prerrogativas por la mundialización, ¿acaso no se ven afectados también por un problema de poder? ¿Las elecciones para la Intendencia de París y las de presidente en Estados Unidos no fueron objeto, acaso, de un informe del ODHIR por fraude electoral? ¿Podemos, entonces, considerarnos ejemplares? La población albanesa padece la corrupción de los políticos, funcionarios, jueces, médicos, etc. que gangrena a la sociedad. A la venalidad se agrega el crimen organizado, que provoca la descomposición del país, “la exportación a buen precio de carne blanca o negra es intolerable. En Albania hay problemas de supervivencia cotidiana y los que procuran sacar partido de esta situación son unos Thénardier”7, se indigna Zheiji. Tres razones explican que Albania se haya convertido en un centro de operaciones de los tráficos mafiosos. Su situación geográfica, en el cruce de Oriente y Rusia hacia Europa Occidental a través de Grecia, Macedonia y Kosovo, luego del mar Adriático, Montenegro y Bosnia. Su situación económica: la miseria es un terreno fértil para la criminalidad. Escuchemos a un responsable político que rechaza el doble discurso: “En los años ’90, la gente ya no tenía nada, no tenía futuro. Estaban frente al mar y tenían barcos, la esperanza estaba del otro lado y con el transporte de ilegales simplemente obedecieron a las leyes de la oferta y la demanda…” A continuación, vendrán los otros tráficos. Tercera razón, un terreno cultural propicio: las mafias italiana, eslava, griega, turca y kosovar que vinieron a implantarse en este país desamparado encontraron en él los códigos de honor, las reglas patriarcales y clánicas, fundamentos de todas las mafias. Frente a este irresistible ascenso de una organización criminal balcánica vinculada, según Berisha, con las más peligrosas organizaciones criminales extranjeras –incluidas las colombianas– y fortalecidas, según Fatmir Mediu, presidente del Partido Republicano, por “el post 11 de septiembre, con un repliegue de las organizaciones mafiosas terroristas hacia las regiones y países inestables”, se tomaron algunas medidas. El 48% del programa europeo CARDS para Albania (prácticamente el doble del asignado al desarrollo económico y social) se destina a la justicia y la seguridad interna. Ausencia de desarrolloEs éste un índice de prioridad, pero Albania no es más que una pieza en esta lucha, y combatir al crimen organizado requiere librar una guerra que excede su marco. Siendo más porosas las vías marítimas, hay que cortar las vías terrestres en todo el territorio de los Balcanes y la guerra contra la industria del crimen debe extenderse a los países consumidores. En caso contrario, advierte Ruli, “yo no quisiera aparecer como un profeta de mal augurio, pero si no lo combatimos, no es de descartar que algunos Estados balcánicos lleguen a convertirse en una región donde algunos carteles mafiosos tienen el poder, como ocurre en América Latina. Sería muy grave para nosotros, pero también para toda Europa y Estados Unidos”. No obstante, la identificación de los albaneses con los padrinos de la mafia internacional es percibida como una injusticia por la población y la diáspora, víctimas de esta imagen, como si Occidente tuviera necesidad de inventarse un nuevo enemigo. Albania pasó por una tortuosa transición –atravesada por violentas crisis internas– y pagó su tributo a la implosión de la ex Yugoslavia. Más allá de la vitalidad económica de Albania, Ruli constata “una diferencia con otros países de la región: la ausencia de factores importantes de desarrollo, en primer lugar inversiones extranjeras suficientes, y la falta de desarrollo tecnológico. Sin nuevas tecnologías no puede haber desarrollo”. Esto supondría que Estados Unidos y Europa tuviesen otras ambiciones, además del pacto de estabilidad8, que no fue más que una pantalla y suscitó una áspera rivalidad entre los beneficiarios. Y basta ya de diagnósticos de la economía liberal: “Las autoridades tienen que mantener como prioritaria la reestructuración del sector energético. La ausencia de progreso en este campo agravaría todavía más la situación, pesaría fuertemente sobre el desarrollo económico a largo plazo del país y comprometería por lo tanto la aplicación de un futuro acuerdo de estabilización y asociación”9. Por cierto que Europa cumple su rol de proveedor de fondos y es preciso destacar la importancia cuantitativa de esta ayuda; pero tanto en los Balcanes como en otras partes, ¿son apropiadas las opciones económicas, el dinero se aprovecha bien? No sólo en el caso de los albaneses. Costo de las misiones, salarios de los funcionarios internacionales, proyectos inadaptados suscitan este comentario: “Si se explicara a los contribuyentes europeos cómo se utiliza su dinero en los Balcanes, se rebelarían”. Según Mediu, en el FMI y el Banco Mundial prevalece “la tendencia a tomar en cuenta fundamentalmente los datos macroeconómicos, lo cual no brinda una apreciación real de la economía albanesa”. Los gobiernos ejecutan las políticas que se inscriben en esquemas preconcebidos para “ser bien vistos” por las instancias internacionales. Pero en todas partes, las políticas de ajuste estructural que prevalecieron durante quince años fueron un fracaso. ¿Cuándo se dará entonces una oportunidad a los países pequeños para que decidan una estrategia de desarrollo adaptada a su realidad? De lo contrario, deberá darse la razón al viejo adagio: “Las riquezas del país no están en la tierra sino en el pan; de una tierra que no produce, uno quiere escapar”. De ahí la inquietud de Ruli: “Al igual que todos los otros países del ex bloque soviético, los Balcanes están en transición pos-comunista, pero aquí se agrega el problema de la modernización de la sociedad y el desarrollo. Ahora bien, en lugar del necesario desarrollo económico, asistimos, en todos los Balcanes, a la desindustrialización, al regreso a la situación agraria, a un deterioro de la calidad del capital humano (…) nuestras sociedades se descalifican aun más con el fenómeno trágico de la fuga de cerebros”. Se ha apelado a muchas razones internas para explicar los desgarramientos balcánicos. Sería útil reconocer los fracasos de Europa y Estados Unidos. Tirana no es Roma, París, Londres o Berlín: no se manifiesta allí contra el liberalismo económico, ni contra la superpotencia, pero, en la ruta entre Oriente y Occidente, en el límite entre los mundos bizantino y cristiano, en lo que fue la frontera que separó al Este del Oeste, Albania es Europa. Desbordante de espejismos, pero henchida de frustraciones, busca una salida en las redes de esa máquina de exclusión que es la mundialización.
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