|
Proceso a la historia yugoslavaQué paradoja para la procuradora Carla del Ponte: el espectacular proceso que se ha montado, lejos de sacar a la luz los crímenes del ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic, permitió que el acusado renovara su popularidad. A partir del 12 de febrero, su agresiva defensa desestabilizó a los testigos de cargo y puso en evidencia las contradicciones del Tribunal Penal Internacional de la ex Yugoslavia (TPIY). Pero tiene también su costado positivo: un debate sobre la historia de la sangrienta descomposición de Yugoslavia y la responsabilidad occidental.“En el Tribunal Penal Internacional de la ex Yugoslavia se está escribiendo la historia. Debemos hacer todo lo posible para influir en la escritura de esta historia.” En el momento en que la nueva Unión de Serbia y Montenegro firma la desaparición de la tercera Yugoslavia1, esta declaración de su presidente, Vojislav Kostunica2 indica un giro. La procuradora Carla del Ponte tenía la intención de aislar al acusado del pueblo serbio y se comprometió a hablar solamente “de los crímenes cometidos, pero de todos los crímenes”. Paradójicamente, el hecho de que la inculpación del ex presidente yugoslavo fuera anunciada en el momento en que se producían los bombardeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en 1999, y no cuando se creó el TPIY en 1993, no permite tratar realmente todos los crímenes. Este proceso no podrá sacar a la luz la realidad sobre las responsabilidades de Milosevic, en los crímenes cometidos, de Vukovar a Srebrenica pasando por los Krajina. Al tapar los otros culpables, chocará con las incoherencias de una inculpación que remonta en el tiempo3 pero omite algunos agujeros negros. De 1993 a 1995, el acusado fue un pilar de todos los planes de paz occidentales que legitimaban las limpiezas étnicas y congregaban alrededor de la mesa de negociaciones a todos los jefes de guerra; de 1996 a 1998, los gobiernos occidentales legitimaron la represión contra la UCK, entonces llamada “terrorista”. Mahmut Bakalli, primer testigo de cargo en el Tribunal de La Haya, hizo coincidir el discurso de Milosevic en Kosovo en 1989 (ver artículo de Xavier Bougarel) con el inicio de la crisis. Si bien esta cronología es falsa, es cierto que el cambio de estatuto de la provincia fue el inicio de la ruptura de los equilibrios de la época del general Tito. Pero las instancias federales apoyaron a Milosevic, incluso en el envío de tropas. Tanto los serbios como los albaneses reivindican legítimamente Kosovo4. La región conserva las huellas de un lejano pasado serbio prestigioso; en Serbia se la considera la “Jerusalén serbia”. Pero al mismo tiempo es también un antiguo lugar de población albanesa, que las grandes potencias no quisieron anexar a Albania cuando ésta fue creada en 1912. En cada fase de los diferentes dominios se produjeron colonizaciones y expulsiones. La Constitución yugoslava de 1974 introdujo un compromiso sobre Kosovo: seguía siendo una provincia serbia, pero sus instituciones contaban con una aplastante mayoría albanesa5. Esto explica el éxodo masivo de la minoría serbia, a la que los albaneses compraban sus tierras6, y que pasó del 40% al 10% de la población en veinte años. En Belgrado se empezó a hablar de “genocidio”. A partir de 1987, Milosevic fue el primer dirigente comunista que no respetó la disciplina del partido en las cuestiones nacionales, remitiéndose a los mitos nacionalistas serbios en Kosovo7 en sus discursos dirigidos a la población serbia de la provincia. (Pero, ¿compete este asunto al TPIY?) Aunque sus arengas comportaban un llamamiento “titista” a la fraternidad entre los pueblos yugoslavos, no por ello dejaron de tener un efecto desastroso. Sobre todo teniendo en cuenta que más de la mitad de la población albanesa de la provincia tenía menos de veinte años en 1989 y que, por tanto, de Yugoslavia sólo había conocido la represión iniciada en 1981… El derecho de veto que en la Constitución de 1974 también se reconocía a Kosovo ciertamente introdujo un conflicto constitucional en Serbia, puesto que la provincia tenía entonces un peso considerable en las decisiones de la República. Pero también significó un progreso hacia la igualdad de los derechos entre los albaneses de Yugoslavia y los pueblos eslavos de la Federación. “Para los serbios es una tragedia que los albaneses quieran la independencia”, estima Alexandre Djilas, historiador, hijo de Milovan Djilas, un antiguo compañero de Tito, que se hizo disidente a principios de los años cincuenta. “Pero incluso es una tragedia mayor el haber querido imponerles el marco serbio”, prosigue. Sobre todo porque “en definitiva, tenemos más necesidad de buenas relaciones de vecindad que de instituciones estatales comunes…” Si el discurso de protección de los serbios de Kosovo propició el acceso al poder de Milosevic en 1987, pronto se extendió a las minorías serbias de Croacia y Bosnia. ¿Pero de qué manera? “Ellos tienen derecho a irse y nosotros tenemos derecho a quedarnos, y que se nos unan los que se sientan amenazados en los nuevos Estados”. Ésta es la percepción general en la población serbia de lo que fue el encadenamiento de los conflictos que se produjeron durante esta década. En el ascenso generalizado de los diversos nacionalismos en la década de los ochenta se produjo un juego de espejos. Los nacionalismos iban a la par del desarrollo de las burocracias de las diversas repúblicas y provincias, legitimando cada vez más sus privilegios y, más tarde, sus proyectos de “privatización” en nombre de la Nación: había que poner en tela de juicio la propiedad social “de todos y de nadie”. La crisis del titismo permitió el resurgimiento de nacionalismos anticomunistas, que los gobiernos occidentales consideraron “democráticos” a partir de los años ochenta. Cada uno de estos nacionalismos alimentaba la propaganda del otro. El proyecto liberal de privatización a escala yugoslava del gobierno de Ante Markovic (1989) fue torpedeado en Eslovenia y Croacia, tanto como en Serbia. Eslovenia se solidarizó con los albaneses contra Belgrado, pero no quería seguir pagando un precio por apoyar a Kosovo. El presidente croata Franjo Tudjman estaba en contra de cualquier yugoslavismo; consideraba que la cuestión de Kosovo era un asunto interno de Serbia y él mismo quería “tratar” a su manera la cuestión serbia de Croacia… La Iniciativa Democrática Yugoslava (UJDI), creada por un grupo de intelectuales para que el estatuto de Kosovo se planteara democráticamente a escala yugoslava fue rápidamente ahogada. Canibalismo políticoLos discursos de Milosevic en Kosovo tenían su equivalente en otros lugares. El presidente bosnio Alija Izetbegovic, por ejemplo, hacía que sus intervenciones estuvieran precedidas por ceremonias religiosas, por lo cual no podía ser considerado como el defensor de todos los ciudadanos bosnios, sino como una amenaza, aunque oficialmente preconizara una Bosnia multiétnica. Cuando el presidente Tudjman se alegraba de que su mujer no fuera “ni judía ni serbia”, y hacía rebautizar la “plaza de las víctimas del fascismo” con el nombre de “plaza de los grandes croatas”, o bien adoptaba la bandera simbólica de la Gran Croacia Ustachi8, provocaba el pánico entre los serbios de Croacia. La crisis del titismo, por su parte, alentaba en todas partes el resurgimiento de viejas corrientes nacionalistas de tradición anticomunista. En comparación, el Partido Socialista de Milosevic parecía, de hecho, menos nacionalista y socialmente más protector, lo que explica que obtuviera los votos de personas que se oponían a las tesis de un nacionalismo orgánico dominante en Serbia… Al mismo tiempo, aunque preconizaba un proyecto yugoslavo, Milosevic se presentaba también como defensor de los serbios, haciendo suyo parte del discurso de otras corrientes. Según Alexandre Djilas, el régimen de Milosevic fue una especie de “caníbal político”: “se alimentaba de los demás absorbiendo su programa.” Y añadía: “Resulta absurdo tachar de nazi a este régimen, porque era incluso más democrático que el de Tito, en el que probablemente no habrían podido multiplicarse las caricaturas del jefe sin correr el riesgo de ir a la cárcel… Pero esto no quiere decir que no haya cometido crímenes o que no tenga su cuota de responsabilidad en la crisis yugoslava.” La alianza de Milosevic con una derecha nacionalista que se identificaba con la tradición chetnik9 pone de relieve el canibalismo político gracias al cual el Partido Socialista de Serbia (SPS) podía al mismo tiempo reivindicar la continuidad de la Yugoslavia titista, en particular a nivel social y, al dirigirse al ejército yugoslavo, criticar al titismo por “antiserbio” y revalorizar el alcance de la resistencia de los chetniks… Ex ministro y actual secretario del departamento internacional del SPS, Vladimir Krslanin precisa: “Durante la Segunda Guerra Mundial, había dos componentes en la corriente chetnik: una era más patriótica que la otra” (refiriéndose a la lucha contra la ocupación fascista extranjera). “Por esta razón, los partisanos comunistas pudieron establecer una alianza con ella”. Según este dirigente, el equivalente actual de esta divergencia enfrenta a “Vojislav Seselj, el patriota10 con Vuk Draskovic, más dispuesto a colaborar con Occidente”… A principios de la década de los noventa, estos dos componentes defendían conjuntamente el proyecto explícito de una “Gran Serbia”. “¿Quién armó a las tropas de Arkan, de Seselj, de Draskovic en Croacia?”, pregunta Djilas, que considera que en este punto estriba la principal responsabilidad del régimen de Milosevic. Pero precisa: “Hay otros culpables, y algunos son internacionales”. Se refiere en particular al apoyo de Alemania y del Vaticano a la Croacia de Tudjman, cuya independencia fue rápidamente reconocida por los demás gobiernos occidentales a pesar de que la cuestión de los serbios en Croacia todavía no estaba solucionada. El profesor Jaksic, cuyo padre, sacerdote ortodoxo, fue asesinado por los fascistas ustachis en 1941, conoce bien “las razones del miedo” de los serbios de Croacia a partir de las primeras medidas adoptadas por el régimen de Tudjman. “¡Pero de allí a cometer crímenes contra sus vecinos croatas! Los que perpetraron acciones violentas fueron grupos paramilitares procedentes de Belgrado, vinculados con Vuk Draskovic, Vojislav Seselj u otros miembros de la policía de Estado de Milosevic. No eran actos espontáneos ni fatales.” Dirigido por Milorad Pupovac, el Consejo de los Serbios de Zagreb se pronunció, por su parte, a favor de una “autonomía serbia en Croacia”… Ésta es sin duda una de las cuestiones esenciales de esta historia: había otras opciones que aquellas que se adoptaron. La presentación de los conflictos en términos étnicos (“los serbios”, “los croatas”, etc.) de hecho identifica las políticas nacionalistas más radicales como políticas de autodeterminación. Sin embargo, fueron las milicias paramilitares las que desempeñaron un papel clave para suscitar el miedo e implicar a la población en la violencia, tanto en Croacia como en Bosnia. “Sin embargo, decir que en los Balcanes se produjo una violencia generalizada es erróneo”, subraya Djilas. Especialista en cuestiones nacionales en Europa Central y Oriental, comenta: “La violencia en los lugares donde se producen las guerras contemporáneas sigue el mapa de las violencias de la Segunda Guerra Mundial. En todas partes se manifiestan miedos paranoicos a desaparecer con los cambios de territorios.” La historia de los crímenes del pasado evidentemente no legitima los del presente. Pero combinada con el resurgimiento de movimientos pretitistas, permite comprender la “eficacia” de las campañas nacionalistas en las zonas conflictivas de antaño, en particular en las Krajina de Croacia o de Bosnia… Los conflictos nacionales y la guerra hicieron pasar a un segundo plano el replanteo general de las antiguas relaciones de propiedad. En Yugoslavia más que en ningún otro lugar, no podía haber privatización sin una estatización previa. En otras palabras, en primer lugar había que construir un poder de Estado que ofreciera una protección “comunitarista” en reemplazo de las protecciones de la autogestión socialista, lo que aumentaba el temor de las minorías a convertirse en ciudadanos de segunda clase. Esta lógica “puramente serbia” no interesaba en absoluto a Milosevic si quería controlar un territorio lo más amplio posible, que incluyera Montenegro y una Serbia con un 40% de no serbios, con un Kosovo con un 80% de albaneses. Su régimen se vio tan caracterizado por el clientelismo y la corrupción como todos aquellos que se precipitaron sobre las privatizaciones. Según Nina Udovicki, viuda de un ex dirigente comunista que había formado parte de las Brigadas Internacionales en España, como tantos otros en Serbia, “el mayor crimen de Slobodan Milosevic y de su mujer Mira, que encabezaban la ‘izquierda unida’, fue haber desacreditado a la izquierda”. Pero la impunidad de los crímenes no permite la vida en común. ¿No dispondría de mayores medios para hacer justicia un tribunal yugoslavo, con fundamento en las jurisdicciones de los nuevos Estados, con competencias universales y con sede en el propio territorio?
|