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Recuperar el puesto en la economía mundialEl vínculo establecido entre Europa y el resto del mundo como consecuencia de la expansión del Viejo Continente, el colonialismo y la Revolución Industrial, ha tenido profundas consecuencias para el desarrollo del Primer Mundo y el subdesarrollo de los “terceros mundos”. Un reexamen de esta relación histórica permite comprender cabalmente el proceso, pero además hace posible un cuestionamiento del etnocentrismo occidental, requisito para resolver los interrogantes respecto de una posible reestructuración de los equilibrios internacionales.Como ocurriera con Japón y con los países del Nordeste asiático recientemente industrializados, China vivió en el lapso de veinte años una dinámica de crecimiento que la convirtió en actor central de la economía mundial. Actualmente, el país se está volviendo el polo estructurador de una red de intercambios regionales. Esa transformación es un desmentido al etnocentrismo occidental, según el cual los determinismos culturales impedirían para siempre que "Oriente" -lejano o no- accediera a una modernidad que desde la Revolución Industrial europea se ha concebido como una singularidad occidental. Por otra parte, desde hace años, la magnitud de los cambios allí experimentados despierta en "Occidente" interrogantes e inquietudes que giran sobre el eventual desplazamiento del centro de la economía mundial a Asia, y una posterior reconfiguración de los grandes equilibrios internacionales. Así, New York Times Magazine se pregunta si el siglo XXI no será un "siglo chino" 1. De hecho, la transición china ya está en marcha y su desarrollo no carece de turbulencias. Sin embargo, suponiendo que la dinámica de crecimiento se mantenga sin mayores rupturas sociales o políticas, China se convertirá en el curso del siglo, sin lugar a dudas, en uno de los actores preponderantes del sistema económico y financiero internacional. Ese movimiento de fondo, tectónico, halla sus lejanos orígenes en la posición que Asia ocupaba en el sistema mundial antes de la fractura "Norte-Sur" y de la aparición de los "terceros mundos" 2; fractura inducida por la Revolución Industrial europea y la colonización. En una perspectiva de largo plazo, China, como toda Asia, estaría reencontrándose con su historia precolonial y volviendo a ocupar progresivamente el lugar que tenía antes de 1800, cuando era uno de los centros de la economía mundial y la primera potencia manufacturera del planeta. Entonces se hallaba en el centro de una densa red de intercambios regionales, establecida varios siglos antes, cuando Asia era la principal zona de producción y ganancias de todo el mundo. Ya en 1776, Adam Smith escribía al respecto que "China es un país mucho más rico que todos los de Europa" 3, realidad que los jesuitas conocían desde mucho tiempo antes. Por su parte, el padre Jean Baptiste du Halde, cuya enciclopedia sobre China había ejercido influencia sobre los comentarios favorables de Voltaire, notaba en 1735 que el floreciente Imperio Chino registraba un comercio interno incomparablemente superior al de Europa 4 Cien años más tarde, instalada en su nueva posición dominante, Europa creyó redescubrir Asia como un continente inmóvil, encerrado para siempre en la premodernidad. Los filósofos alemanes, entre ellos Hegel, imaginaban a China como un mundo cerrado, cíclico, singular 5. Para Ernest Renan, la "raza china" era una "raza de obreros (...) de una destreza manual maravillosa, prácticamente sin ningún sentimiento del honor". Y sugería gobernarla "con justicia, para obtener de ella (...) una buena dote en beneficio de la raza conquistadora" 6. Esas líneas, evidentemente, fueron escritas en la época de apogeo de la colonización. Antes de 1800 los intercambios comerciales entre chinos, indios, japoneses, siameses, javaneses y árabes superaban en mucho a los intercambios intraeuropeos, y el nivel de conocimientos científicos y técnicos de esos pueblos era elevado, muy superior al de Europa en numerosos campos. "En términos tecnológicos, (China) se encontraba en una posición dominante, tanto antes como después del Renacimiento en Europa" 7, señala Joseph Needham, especialista en historia de la ciencia. Ese avance se confirmaba en sectores como la producción de hierro y acero, los relojes mecánicos, la ingeniería (puentes colgantes), las armas de fuego y los sistemas para perforaciones profundas. Por lo tanto, no es de extrañar que Asia haya ocupado un lugar preponderante en la economía manufacturera mundial de entonces. Según las estimaciones del historiador Paul Bairoch 8, en 1750 la parte relativa de la producción manufacturera de China (país que contaba con 207 millones de habitantes) era del 32,8%, mientras que la de Europa (130 millones de habitantes) alcanzaba el 23,2%. La producción de China sumada a la de India representaban el 57,3% del total mundial de entonces. Y si a eso se agregan las partes correspondientes a los países del Sudeste asiático, de Persia y del Imperio Otomano, la producción de Asia en general (sin contar Japón), representaba cerca del 70% del total mundial. Ese continente ejercía un particular dominio en la producción de textiles finos (telas de algodón y sedas, indias y chinas), sector que posteriormente se convertiría en la industria más importante -globalizada- de la Revolución Industrial europea. Siempre según Bairoch, en 1759 China registraba niveles de productividad superiores a los promedios europeos, si se tienen en cuenta las respectivas poblaciones de la época: el Producto Nacional Bruto por habitante en China llegaba a 228 dólares 9, contra 150 a 200 dólares en Europa, según el país. En 1750, Asia, que poseía el 66% de la población mundial, producía alrededor del 80% de las riquezas (del PNB) del mundo. Cincuenta años después, el PNB por habitante de China y Europa eran similares. Inglaterra y Francia eran los dos únicos países europeos cuyos niveles de industrialización (producción manufacturera por habitante) superaban levemente los de China. En síntesis, "China e India eran las dos regiones ‘centrales' de la economía mundial", como escribe André Gunder Frank. La posición competitiva de India obedecía a su "productividad relativa y absoluta" en el sector de textiles y a su "dominio del mercado mundial de las telas de algodón"; mientras que la de China se desprendía de su "productividad, mayor aun, en el terreno industrial, agrícola, de transporte (fluvial) y en el ámbito del comercio" 10. Observando los Estados más pequeños, pero prósperos, como Siam (la actual Tailandia) se ve que el fenómeno superaba ampliamente las fronteras de los dos gigantes asiáticos. En ese cuadro de conjunto, Europa y el continente americano desempeñaban "un papel de poca importancia" 11, basado fundamentalmente en el comercio triangular atlántico antes de 1800 12. La colonizaciónTodos estos elementos ponen en tela de juicio la idea -aún muy extendida- de que la era occidental habría comenzado en 1500, con el "descubrimiento" y la colonización de América. En realidad, la división fundamental del mundo se produciría más tarde, en el siglo XIX, con la aceleración de la Revolución Industrial y la expansión colonial, cuando la dominación global europea generó la "desindustrialización" de Asia, es decir, la desaparición -casi total en el caso de la India y parcial en el de China- de sus manufacturas artesanales durante el siglo XIX. Esa desindustrialización resultaba de un doble mecanismo. En primer lugar, del avance que Europa había logrado en el nivel técnico. La mecanización permitía importantes aumentos de la productividad, y por lo tanto un crecimiento explosivo de las manufacturas, cuyo costo de producción disminuía permanentemente. Por otra parte, la desindustrialización asiática se debió a la desigualdad en los términos de intercambio impuestos de forma coercitiva por las metrópolis coloniales: la competencia de los productos europeos en los mercados de India y China se realizaba en el marco de un "libre cambio" que no era para nada libre, ya que las colonias estaban obligadas a abrir unilateralmente sus fronteras a los productos europeos, sin contrapartida. Eso explica que India, primera productora de telas de algodón hasta 1800, viera destruida su industria textil en muy poco tiempo. A fines del siglo XIX el país se convirtió en exportador neto de algodón en bruto y en importador de casi todas sus necesidades en productos textiles. Entre las trágicas consecuencias humanas de la transformación del país en exportador de bienes primarios, cabe recordar las devastadoras hambrunas originadas en la sustitución de los cultivos alimenticios por plantaciones de algodón 13, sin olvidar la baja en el nivel de vida de la población. En cuanto a China, a la que primero Gran Bretaña y luego Francia, impusieron -por medio de las dos guerras del opio (1839-1842 y 1856-1858)- el consumo del opio producido en India (Roux, pág. 23), tuvo que aceptar tratados asimétricos y sufrió la desindustrialización parcial de su industria siderúrgica. De allí se deriva la creación de los "terceros mundos"; la divergencia siempre creciente a lo largo del siglo entre países colonizados y colonizadores. En 1800 China e India sumadas producían el 53% de las manufacturas mundiales; en 1900 ese porcentaje se había reducido al 7,9%. A comienzos del siglo XIX el PNB por habitante en Europa y en Asia era prácticamente equivalente: 198 dólares en promedio en Europa y 188 para los futuros "terceros mundos" 14; con una relación de 1 a 1. Pero a partir de 1860 pasa a ser de 2 a 1, y hasta de 3 a 1 en el caso de Gran Bretaña (575 dólares, contra 174 en los "terceros mundos"). En realidad, como lo muestran estas últimas cifras, "notables y espantosas", según la expresión de Paul Kennedy 15, el retroceso respecto de Europa no sólo fue relativo sino también absoluto: en 1860, el nivel de vida en los países colonizados había caído respecto de 1800 a raíz del expansionismo europeo. Los dos únicos países que escaparon a la colonización fueron Japón y el reino de Siam. Gracias a la restauración Meiji en 1868 y a la creación de un Estado dirigista fuerte, Japón sería el único país no occidental en alcanzar su meta de industrialización y de modernización en el siglo XIX. Allí están los orígenes del éxito japonés en la segunda mitad del siglo XX, a pesar de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Si bien la discontinuidad histórica es más prolongada en el caso de China, su trayectoria ascendente desde hace dos décadas está igualmente enraizada en la larga historia del país. Occidente, que durante mucho tiempo se acostumbró a ser el sujeto pensante de la historia ajena, deberá ahora repensar su propia historia, no ya como una excepción, sino como un momento circunscripto de la historia universal.
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