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La santa alianza
La guerra en Irak marcó una ruptura en el derrotero político de Anthony Blair, quien perdió parte de la confianza de sus conciudadanos. Las últimas elecciones (europeas, locales, parciales) fueron desastrosas para el New Labour. Sin embargo, menos preocupado que de costumbre por su imagen pública, Blair mantiene, a cualquier precio, la alianza estratégica con Estados Unidos. Aun cuando pierda terreno ante su rival Gordon Brown (tan atlantista como él) y se arriesgue a desarticular por mucho tiempo al movimiento laborista, cuya ala izquierda deviene simbólica.
Desde el comienzo de la Guerra
Fría, los gobiernos estadounidenses siempre procuraron influir en
la evolución de las dos grandes agrupaciones políticas británicas.
Algunas corrientes de derechas del Partido Laborista,
considerado durante mucho tiempo potencialmente hostil a los
intereses estadounidenses, fueron alentadas por Washington,
incluso desde el punto de vista financiero. Diversos programas de
cooperación cultural y política, particularmente el Trade Union
Committee for European and Transatlantic Unity y el British-American
Project for a Successor Generation, mimaban en los años 1960 y 1970 a
quienes Estados Unidos veía como futuros dirigentes políticos o
sindicales. Un cuarto de siglo más tarde, éstos se encuentran en el
grupo dirigente neolaborista, en torno al primer ministro Anthony
Blair.
Esta inversión a largo plazo
recogió sus primeros frutos con la llegada de Neil Kinnock al frente
del Partido Laborista, en 1983. Desde esa época se observa una
convergencia entre los "nuevos demócratas", sensibles a algunos de
los temas de la revolución conservadora estadounidense, y los
"modernizadores" del partido. Estos últimos irán muy lejos en la
aceptación del nuevo orden, bajo dominio estadounidense. La
influencia socialista en el pensamiento del laborismo inglés, con
el rol central del Estado en los campos económico y social, además de
los lazos umbilicales con un movimiento sindical a veces orientado
a la izquierda, hacían que el New Labor se ubicara en un universo
ideológico muy distinto del de los herederos de Franklin D.
Roosevelt y John F. Kennedy. Es sin embargo cuando los demócratas
estadounidenses se desplazan hacia la derecha que los neolaboristas
entablan relaciones con ellos.
Confusión de intereses
Incapaz de modificar una imagen
negativa construida por los medios ingleses de comunicación, el
Partido Laborista se interesa por el marketing político "a la americana". En 1986, Philip Gould, uno de sus
especialistas en comunicación, regresa de una visita a los
demócratas estadounidenses impresionado por su aparato de
comunicación. En enero de 1993, Anthony Blair y Gordon Brown viajan a
su vez a Washington para reunirse con los responsables de la campaña
electoral del presidente William Clinton. Al año siguiente, Blair,
devenido dirigente del Labour, acelera el acercamiento entre las
posiciones de los "modernizadores" de ambos partidos. En abril de
1996 regresa a Washington, esta vez bajo la égida del Partido
Demócrata, con el fin de tranquilizar a los hombres de negocios ante
un posible triunfo del Partido Laborista.
Cuando éste se produce (mayo de
1997), los dos partidos adoptan posiciones comunes en materia de
política interior, algo inusual en la historia de ambos países.
Tornan más sutil, entre otros, el concepto de "alianza público-privado".
En febrero de 1998 Blair se dirige nuevamente a Estados Unidos, esta
vez rodeado por un grupo de intelectuales neolaboristas (entre
ellos Anthony Giddens, el teórico de la "tercera vía"). Se trata de
explorar una estrategia ubicándose "más allá de la derecha y de la
izquierda".
Los dirigentes neolaboristas se
muestran impresionados por la técnica que utiliza el presidente
Clinton para debilitar las posiciones republicanas mediante una
estrategia ("triangulación") que consiste en recuperar temas
políticamente de la esfera de los republicanos (inseguridad,
régimen fiscal, ayuda social), aun a riesgo de romper con la política
demócrata. La idea básica es simple: para combatir mejor a los
adversarios es necesario plagiar puntos enteros de su programa. La
nueva orientación británica respecto de los jóvenes desempleados,
bautizada Welfare
to work, se inspira directamente en el Workfare estadounidense; la noción de "tolerancia cero" y el
endurecimiento de las penas por todo tipo de delitos llevan también
el sello estadounidense. Del mismo modo que recurrir a las empresas
privadas en ámbitos que antes pertenecían a la esfera pública
(administración de cárceles o control de calidad de la enseñanza).
Si bien este eje político
demócrata-neolaborista sigue estructurando los esfuerzos de
coordinación de la "gobernanza progresista", en los últimos tiempos
se tornó menos importante para Blair. Su "amigo Bill" Clinton ya no es
Presidente y los demócratas son minoría en el Congreso. Sin
embargo, las relaciones entre el Primer Ministro británico y los
dirigentes estadounidenses nunca han sido mejores. Al punto que
algunos comentaristas sostienen incluso que Londres renunció a su
soberanía política. A fuerza de desempeñar el papel de aguatero de
los intereses estadounidenses, Blair habría acabado
confundiéndolos con los de su propio país.
En 1997, la retórica del Foreign
Office cambia. Su titular, Robin Cook, promete introducir una
"dimensión ética". La izquierda europea cree descubrir el abandono
de una política centrada únicamente en la defensa de los intereses
nacionales, y por ende la revisión de orientaciones que empañaron
la imagen del Reino Unido, sobre todo en los países pobres (apoyo a
regímenes dictatoriales -por ejemplo en Indonesia-, venta de
armas...). La noción de intervención humanitaria es sugerida como
correlato de la dimensión ética en el campo de la acción
internacional. Pero la guerra de Kosovo ofrece a Blair la ocasión de
plegarse al bando de los "halcones". No contento con incitar a
Estados Unidos a una intervención armada contra Belgrado, proyecta
(a diferencia del presidente Clinton) el envío de tropas al
territorio.
En abril de 1999, en ocasión del
quincuagésimo aniversario de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) y en pleno conflicto de Kosovo, el Primer
Ministro británico pronuncia en Chicago un discurso de cariz programático:
"La doctrina de la comunidad internacional". Celebra la "guerra
justa" y presenta una visión panorámica de un mundo "completamente
nuevo" que exigiría nuevas reglas de conducta. La mundialización
conllevaría un aspecto político y de seguridad, así como una
dimensión económica, y los países no tendrían otra alternativa que
plegarse a fuerzas (del mercado) que los superan: "Todo gobierno que
piensa que puede actuar solo se equivoca. Si a los mercados no les
gusta su política, los castigan". Esta visión determinista de la
mundialización refleja aquella que trazara unos años antes Anthony
Giddens en su libro Más
allá de la izquierda y la derecha 1.
Con sus leyes implacables, la
mundialización obligaría a asumir nuevos deberes
internacionalistas, que van desde una decidida búsqueda de la
liberalización de los intercambios, único camino hacia el
progreso, hasta una estrategia de seguridad internacional que da
la espalda a la doctrina de no-intervención en los asuntos internos
de países soberanos, que se considera superada por las formas
actuales de interdependencia internacional: "El problema de
política exterior más apremiante al que nos enfrentamos es
identificar las circunstancias en las cuales debemos intervenir
activamente en conflictos ajenos" 2. Blair no hace ninguna
referencia a la autorización de Naciones Unidas para tales
intervenciones. En diciembre de 1998, el gobierno británico había
participado, además, en los bombardeos contra Irak sin el respaldo de
una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En
Chicago, el cambio de dirección se consigna por escrito. Su
resultado se observará en Irak.
Liberalismo cristiano
En julio de 2003, en su discurso
ante el Congreso estadounidense (que le valió una medalla de oro),
Blair acepta la preeminencia de la potencia estadounidense en los
asuntos mundiales y reitera su llamado a los europeos a colaborar
con Washington. Partiendo de los acontecimientos del 11 de septiembre
de 2001, que presenta como un prólogo, y de la guerra en Irak,
considerada como un "primer acto", deja entrever una serie de
acciones armadas ("habrá muchas otras luchas antes de que la obra
termine") necesariamente conducidas por Washington, cualesquiera
sean las opiniones de los demás países: "Nunca fue la potencia
estadounidense tan necesaria y tan mal comprendida". A lo que sigue
el elogio del mundo unipolar: "Ninguna teoría de política
internacional es más peligrosa que la que sostiene que es necesario
equilibrar la potencia estadounidense". Los deberes
"internacionalistas" de una intervención "por los valores"
convierten a Estados Unidos en una potencia "necesaria y mal
comprendida", una fuerza a favor del bien. Basta que el gobierno
estadounidense declare una guerra "justa" para que Reino Unido la
siga. En el caso de Irak, Blair siguió esta inclinación con todas las
consecuencias conocidas.
La teorización blairista de la
guerra justa, del combate (militar) por los valores recuerda mucho
la vieja doctrina imperial que también legitimaba sus
intervenciones contra pueblos "bárbaros" invocando los "valores"
civilizados. Para Niall Ferguson, un joven historiador muy
mediatizado que defiende los beneficios del imperialismo, el
balance de la colonización británica es globalmente positivo
para poblaciones enteras, a las que habría sacado del atraso
económico y la opresión social (las mujeres en India, por ejemplo).
Sin olvidar las virtudes universales del librecambio, del Estado de
derecho, de la democracia y de los "valores occidentales".
Este revisionismo -fuertemente
cuestionado por los historiadores, sobre todo aquellos de los países
afectados- sirvió de argumento para el "combate
internacionalista" librado por británicos y estadounidenses, y les
permitió justificar la lluvia de bombas lanzadas sobre Serbia o
Irak. Uno de los apóstoles de este imperialismo liberal, Robert
Cooper, asesora a Blair en materia de política internacional. En
abril de 2002, en un artículo titulado "Por qué aún necesitamos
imperios", Cooper llamó a un nuevo colonialismo posmoderno:
"Imperio e imperialismo se convirtieron en términos peyorativos
y ninguna potencia colonial está dispuesta a asumir sus deberes.
Sin embargo, la oportunidad -e incluso la necesidad- de la
colonización es tan grande hoy como en el siglo XIX" 3.
A pesar de las aparentes
diferencias doctrinarias entre el dirigente laborista y el actual
Presidente republicano de Estados Unidos, un sustrato común les
sirve de referencia: el liberalismo económico mezclado con
cristianismo. Tanto Blair como Bush no sólo creen en el libre juego de
los mecanismos del mercado, sino también en la familia, el orden y la
disciplina social y en una autoridad divina que sería el único juez,
tal como declaró imprudentemente Blair cuando se le preguntó sobre
las pérdidas británicas en Irak. El dirigente laborista tiene fe en
su misión (término que utiliza a menudo) nacional e internacional.
Si bien fue más discreto que Bush sobre el tema (evitó, por ejemplo,
cerrar el discurso que pronunció en la víspera del comienzo de la
segunda guerra de Irak con un "Que Dios los bendiga"), los valores por
los cuales uno y otro pretenden hoy intervenir, allí donde su deber los
llama se inspiran en esta fuente común.
- Cátedra,
Madrid, 1997.
- Discurso
de Anthony Blair en el 50º Aniversario de la OTAN, 4-4-1999.
- "Why
we still need Empires", The Observer, Londres, 7-4-02.
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