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Reseñas de librosInversión del proceso de desarrolloDe Carlos H. WaismanEditorial: Eudeba Cantidad de páginas: 320 Lugar de publicación: Buenos Aires Fecha de publicación: Abril de 2006 Precio: 28 pesos Sin embargo, la idea fuerte del autor es responder a por qué las clases dominantes (elites) aceptaron esa autonomía del Estado de un bonapartismo sui generis que iba contra sus propios intereses. Según Waisman, tanto la Iglesia, los militares, la burocracia estatal y el nacionalismo –de tradiciones corporativistas–, como la propia burguesía agroexportadora –de tradición liberal–, aceptaron el discurso de Perón, que los asustaba con la revolución social o con la guerra civil, porque tal prejuicio era más fuerte en esas elites que en el mismo Perón, a quien califica más bien de pragmático. Luego pasa a examinar los factores sociales, políticos e históricos internos y externos que fueron conformando ese injustificado temor a la revolución en los años cuarenta, para demostrar que tal peligro no existía. El autor parece probar su tesis esencial y, de ser así, introduce severas grietas en la teoría social y política dominante, porque el “fracaso” argentino se debería entonces a razones políticas, a la paranoia con que las “elites” dirigentes intentaron resolver las contradicciones de la crisis capitalista. Como remate paradójico, esa política destinada a enfrentar a un irreal peligro de revolución a la larga se tornó contra las mismas elites, ya que posibilitó cierta autonomía de la clase obrera, facilitó la formación de una dirigencia revolucionaria y creó las reales condiciones revolucionarias en los setenta. Pero, según el autor, los revolucionarios se equivocaron y la canalizaron por la vía militar en desmedro de la organización política. En esta tradición argentina “que ya nos es familiar”, las clases dominantes “entraron en pánico y reaccionaron con exageración” respondiendo con el terrorismo de Estado, que restituyó el poder a las elites tradicionales. Pero para entonces Argentina era ya un país subdesarrollado. La obra deja, no obstante, gruesos baches, entre ellos, por qué Canadá o Australia, a los que se compara con Argentina, no “fracasaron” a pesar de mantener políticas de pleno empleo y altos salarios tan criticadas a Perón.
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