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Al-Qaeda contra los talibanesLos discursos simplistas sobre “guerra contra el terrorismo” y lucha a muerte contra “los cruzados y los judíos” no reflejan la realidad, mucho más contradictoria en el terreno. En Irak se asiste a la movilización de parte de la resistencia sunnita contra los derivados de Al-Qaeda que combaten contra los chiitas. En Afganistán, violentos incidentes opusieron a los talibanes y a los combatientes extranjeros de Al-Qaeda.Dos incidentes recientes ilustran las crecientes divergencias en el seno de los movimientos islamitas armados. En Waziristán del Sur, una zona tribal de Pakistán situada en la frontera afgana, talibanes locales perpetraron en marzo de 2007 una masacre de combatientes extranjeros del Movimiento Islámico de Uzbekistán, vinculado a Al-Qaeda; casi simultáneamente, el Ejército Islámico en Irak y la rama local de Al-Qaeda se enfrentaban en feroces combates. Dos estrategias -dos formas de concebir el combate islamita- se oponen de manera cada vez más violenta. Desde 2003, voluntarios extranjeros se dirigen a Pakistán e Irak. Sin embargo, lejos de alegrar a los dirigentes de los talibanes y los grupos de resistencia islámicos autóctonos, esta llegada de combatientes radicales adeptos al takfirismo -una ideología que considera a los "malos musulmanes" como los principales enemigos (ver "El takfirismo...")- había provocado cierto malestar. Al librar la guerra contra gobiernos musulmanes, estos militantes generaron el caos en las mismas poblaciones que pretendían defender. Sin embargo, durante tres años, entre 2003 y 2006, la complejidad misma de la situación en este vasto escenario de guerra que son los dos Waziristán, Afganistán e Irak, había reforzado la influencia doctrinaria de Al-Qaeda y reducido al silencio a los grupos autóctonos. En ambos Waziristán, zelotes takfiristas habían favorecido el surgimiento de "Estados islámicos" que escapaban a la jurisdicción de Pakistán y alimentaban acciones armadas en los grandes centros urbanos, teniendo como último objetivo provocar un levantamiento contra el régimen pro-occidental de Islamabad. En respuesta, el ejército pakistaní condujo sangrientas operaciones, masacrando a cientos de no combatientes, incluidos mujeres y niños, alimentando así la furia de los extremistas. Ya en esa época, numerosos dirigentes talibanes reconocían en privado que los takfiristas se habían equivocado al abandonar la estrategia exclusivamente anti-occidental preconizada por Osama Ben Laden en los años '90, y al transformar su guerra de resistencia nacional contra la ocupación extranjera en un asalto contra el poder militar de Pakistán. En Irak, Abu Musab Al Zarqawi, uno de los principales dirigentes takfiristas que había abandonado Waziristán para alcanzar ese país en vísperas de la invasión estadounidense, se había convertido en el responsable más visible de la resistencia. Zarqawi había apoyado públicamente a Ben Laden y en torno a él se habían agrupado militantes, en su mayoría extranjeros, que constituían la rama iraquí de Al-Qaeda. Rápidamente, la situación en Irak se parecería a la de Waziristán y Afganistán. Tras la caída de Saddam Hussein, las fuerzas de resistencia locales tardaron algún tiempo en movilizarse. Necesitaron varios meses para organizar a diversas tribus, grupos religiosos fragmentados, miembros del Baas, el ex partido de Saddam Hussein, y a oficiales de la extinta Guardia Republicana en unidades de combate eficaces. Mientras tanto, los combatientes extranjeros provenientes de los cuatro rincones del mundo musulmán bajo las banderas negras de Al-Qaeda habían constituido un majlis al-shura (consejo) y daban muestras de una eficacia de la que aún carecían los grupos autóctonos. En estas condiciones, estos últimos no podían expresar demasiado sus reservas sobre la ideología takfirista. Algunos ya habían tenido la ocasión de deplorar los desbordes de Al-Qaeda que, aunque sunnita como ellos, abandonaba la lucha contra el ocupante estadounidense para atacar lugares santos chiitas. Sin embargo, con el anuncio de Al-Qaeda a fines de 2006 de la creación de un emirato "ideológicamente puro" en Irak, la estrategia de los grupos autóctonos estaba totalmente sometida a la ideología takfirista y su programa fratricida. La guerra contra la ocupación había mutado en una espantosa miríada de luchas sectarias. Pero el germen de la ruptura entre combatientes "internacionalistas" y la resistencia autóctona estaba sembrado. Para comprender estas divergencias, es necesario analizar las circunstancias particulares que contribuyeron a las transformaciones ideológicas de Al-Qaeda, durante la yihad contra la ocupación soviética en Afganistán en los años '80, y posteriormente. Los árabes que habían llegado a ese país para unirse a la resistencia local se dividían en dos bandos, "yemenita" y "egipcio". Los zelotes religiosos que llegaron a Afganistán instigados por sus imanes pertenecían al primero. Mientras no combatían, pasaban sus días realizando un duro entrenamiento, preparaban sus comidas y se acostaban inmediatamente después de la isha (última oración del día). Al finalizar la yihad afgana, volvieron al país, o se mezclaron con la población local, en Afganistán o Pakistán donde muchos de ellos se casarían. Al-Qaeda los considera dravesh, amantes de la vida fácil. El bando "egipcio" estaba integrado por los más politizados y los más motivados ideológicamente. La mayoría adhería a los Hermanos Musulmanes 1, pero rechazaba la vía parlamentaria preconizada por esta organización. Para los hombres adeptos a estas ideas, a menudo instruidos -médicos, ingenieros, etc.- la yihad afgana ofrecía un poderoso vínculo. Muchos eran ex militares que adherían al movimiento clandestino Yihad Islámica del Dr. Ayman Al-Zawahiri (convertido desde entonces en la mano derecha de Ben Laden). Fue este grupo el que asesinó al presidente Anwar al-Sadat en 1981 como castigo por haber firmado la paz con Israel en Camp David tres años antes. Todos están convencidos de que Estados Unidos y sus gobiernos "fantoches" en Medio Oriente son responsables de la decadencia del mundo árabe. En el bando egipcio, luego de la isha, se debatía incesantemente sobre el futuro. Los dirigentes inculcaban a sus adeptos la necesidad de invertir su energía en las fuerzas armadas de su país y de cultivar ideológicamente los mejores cerebros. En los orígenes de Al-Qaeda se encuentra la Maktab Al-Khadamat (oficina de servicios), creada por el doctor Abdallah Azzam a partir de los '80 para apoyar la resistencia afgana. El fundador falleció en 1989 en un atentado 2; Ben Laden, uno de sus principales discípulos, lo sucedió entonces a la cabeza del movimiento para transformarlo en Al-Qaeda. "Tras la caída del gobierno comunista, la mayoría de los combatientes ‘yemenitas'(guerreros con bastantes frustraciones, cuya única ambición era el martirio) abandonaron Afganistán -nos explicaba, en una reciente entrevista en Amman, Hudaifa Azzam, el hijo del fundador de la Maktab Al-Khadamat-. Los ‘egipcios', en cambio, se quedaron, ya que sus ambiciones políticas seguían insatisfechas. Más tarde se les sumó Ben Laden, que volvía de Sudán en 1996, y se propusieron convertirlo a la visión takfirista mientras que hasta entonces su pensamiento giraba enteramente en torno a la lucha contra la hegemonía estadounidense en Medio Oriente." Houdaifa Azzam pasó casi veinte años junto con militantes árabes en Afganistán y Pakistán. "Cuando me encontré con Ben Laden en Islamabad, en 1997, estaba acompañado por el somalí Abu Obadia y los egipcios Abu Haf y Saiful Adil (los tres pertenecían al bando ‘egipcio') y entendí que sus ideas extremistas ejercían influencia sobre él. En 1985, cuando mi padre le pidió a Ben Laden que fuera a Afganistán, respondió que sólo iría con el permiso del rey Fahd, a quien entonces seguía honrando con el nombre de wali al-amr (autoridad suprema). Luego del 11 de septiembre, cuando denunció a los dirigentes saudíes, pude apreciar en qué medida el bando ‘egipcio' lo había influenciado." Ésa era pues la situación cuando, a comienzos de 2006, más de 40.000 aguerridos combatientes de origen árabe, checheno y uzbeco, junto con waziristaníes y otros militantes paquistaníes provenientes de las ciudades, se reunieron en Waziristán del Norte y del Sur. El liderazgo talibán en Afganistán enfrentaba un dilema, ya que la mayoría de estos militantes prefería combatir a las fuerzas armadas paquistaníes en la zona tribal, en vez de luchar contra la ocupación en Afganistán. Tahir Yaldeshiv, conocido militante uzbeco e ideólogo takfirista radicado en Waziristán del Sur, había pronunciado una fatwa en apoyo de esta prioridad estratégica; Maulana Abdul Khaliq y Sadiq Noor, de la dirección de los talibanes en Waziristán, se habían pronunciado en el mismo sentido. Finalmente, la creación de Estados islámicos en Waziristán del Sur y del Norte había exacerbado el conflicto entre el Estado paquistaní, por un lado, y los talibanes de ese país y Al-Qaeda, por el otro. Un acuerdo cuestionadoNuevos enfrentamientos parecían inevitables. La dirección de los talibanes afganos comprendió que este conflicto corría el riesgo de retrasar la gran ofensiva contra las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que se preparaba para la primavera boreal de 2006, y que había que desarticularlo rápidamente 3. El mollah Mohammed Omar, jefe fugitivo de los talibanes, envió al mollah Dadullah (uno de los mejores comandantes del sudoeste de Afganistán, asesinado en mayo de 2007) a convencer a los talibanes paquistaníes y las facciones de Al-Qaeda de concentrarse en esta ofensiva, en vez de malgastar sus fuerzas. Esta mediación condujo a un acuerdo de paz, el 5 de septiembre de 2006, entre las fuerzas paquistaníes y los talibanes de la zona tribal, que contemplaba especialmente la expulsión de todos los combatientes extranjeros. Este alto el fuego permitió al poder paquistaní tejer sólidos lazos con los líderes talibanes en los dos Waziristán. Estos últimos recibieron cantidades importantes de armas y dinero y halagadoras invitaciones a Islamabad. El acuerdo firmado era el resultado de la comprobación hecha por la dirección de los talibanes: tras cinco años de colaboración con Al-Qaeda, la resistencia en Afganistán se encontraba en un callejón sin salida. Desde luego, se había fortalecido. La ofensiva de 2006 fue un típico ejemplo de guerrilla que contaba con el apoyo de la población, fabricaba bombas artesanales y utilizaba técnicas de guerrilla urbana aprendidas en Irak. Las tropas de la coalición dirigida por Estados Unidos y la OTAN sufrieron pérdidas significativas (aproximadamente 150 muertos en 2006). Pero los talibanes no pudieron alcanzar ningún objetivo estratégico de mayor importancia, como lo habrían sido la toma de Kandahar o el sitio de Kabul. Los comandantes talibanes admiten con naturalidad que su organización no podía esperar ganar una batalla contra los medios del Estado. Desde luego, pensaron que podrían movilizar a las masas, pero sabían que sólo provocaría una lluvia de bombas y la masacre de sus simpatizantes. La solución consistía pues en encontrar otros recursos de origen gubernamental. Naturalmente, pusieron sus ojos en su ex protector, Pakistán; de ahí el acuerdo del 5 de septiembre. Los líderes talibanes, tanto en Waziristán como en Afganistán, estaban satisfechos con este compromiso y no criticaron demasiado la expulsión de los combatientes extranjeros; todos suponían que se unirían masivamente a la resistencia afgana. Tampoco les disgustaba deshacerse de Al-Qaeda y los elementos que desarrollaban una estrategia global desviándolos del combate contra las fuerzas de la OTAN. En cambio, para los "guerreros planetarios" de Al-Qaeda, que sueñan con un conflicto regional en varios frentes, librado a partir de las bases recientemente establecidas en Waziristán, el acuerdo era inaceptable. La perspectiva de pequeñas escaramuzas en Afganistán poco compensaba su sueño con una espectacular victoria sobre la dirección paquistaní, musulmana no practicante. Además, Al-Qaeda pensaba obtener nuevos triunfos. Numerosos grupos de combatientes extranjeros se habían agrupado detrás del Dr. Ayman Al-Zawahiri: Al-Jamaa Al-Muquatila, esencialmente libio y comandado por el jeque Abu Lais al-Lybi; Jabha Al-Birra de Ibn al-Malik, también compuesto principalmente por libios; Jaysh Al-Mahdi, creado por un egipcio, el fallecido Abdul Rahman Canady, y dirigido actualmente por Abu Eza; un grupúsculo surgido de Jammat Al-Jihad compuesto sobre todo por egipcios; los takfiristas comandados por el jeque Essa; y el Movimiento Islámico de Uzbekistán de Tara Yaldeshiv. Al mismo tiempo, según los servicios paquistaníes, Al-Qaeda reactivaba algunas de sus fuentes de financiamiento, especialmente a través de los Emiratos Árabes Unidos, agotadas después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Los dirigentes de Al-Qaeda comprendieron rápidamente que los acuerdos entre Pakistán y los talibanes representaban una amenaza; también temían que los talibanes cayeran en la trampa de los servicios de inteligencia paquistaníes. Trataron pues de hacer que la tregua fracasara explotando las divergencias entre los signatarios. La oportunidad se les presentó el 17 de enero de 2007, con el bombardeo a un campo de entrenamiento en Waziristán del Sur por parte de la aviación paquistaní, que asesinó a varios combatientes extranjeros. Baitullah Mehsud, uno de los pocos dirigentes talibanes en Waziristán del Sur, denunció los acuerdos, considerando que Pakistán los había violado. Tahir Yaldeshiv le brindó inmediatamente su apoyo enviando más de una decena de escuadras de kamikazes para sembrar el terror en los centros urbanos paquistaníes. El saldo fue duro entre la población civil, pero los acuerdos sobrevivieron, a pesar de la preocupación del presidente Pervez Musharaff quien debe enfrentar una seria crisis interna producto de su decisión, en marzo de 2007, de destituir a Iftikhar Mohammed Chaudhry, presidente de la Corte Suprema; y del conflicto con el seminario de la Mezquita Roja (Lal Masjid) en Islamabad, que busca imponer una islamización estilo talibán en la capital 4. Si los acuerdos se celebraron, fue porque convenían a ambas partes. Permitían a los dirigentes paquistaníes construir una estrategia capaz de oponerse a la influencia de Al-Qaeda en la zona tribal. Por otro lado, respondían a la desilusión de los talibanes, cansados de la estrategia global y considerada monomaníaca de Al-Qaeda, que sólo había servido para debilitar la resistencia afgana. Un episodio ilustró sin embargo las tensiones. Haji Nazir, un comandante talibán poco conocido, cortejado y alimentado con dinero y armas por los servicios de seguridad paquistaníes, se convirtió rápidamente en el hombre fuerte de Waziristán del Sur. Nazir dejó que los combatientes extranjeros eligieran entre ser desarmados y reforzar la ofensiva contra las tropas de la OTAN en Afganistán. Como podía preverse, éstos rechazaron la oferta y en marzo de 2007 tuvo lugar un enfrentamiento armado con un saldo de más de 140 muertos, la mayoría oriundos de Asia Central. En Waziristán del Norte se produjeron incidentes similares. Jefe legendario de la resistencia antisoviética en los años '80, Jallaluddin Haqqani envió como mediadores a su hijo Sirajuddin, junto con el mollah Dadullah y Noor Mohammed Saqib, quien presidía la Corte Suprema afgana bajo el régimen de los talibanes. Los comandantes talibanes debieron levantar el sitio a los militantes extranjeros y permitirles elegir su destino. Éstos prefirieron viajar a Irak, nueva tierra prometida, en vez de a Afganistán, donde su presencia parece menos aceptada por los talibanes. Se encontraron con otras figuras importantes como Abdul Hadi Al-Iraki, quien partió a fines de 2006 pero fue rápidamente detenido y hoy se encuentra en la prisión de Guantánamo. Pesado tributoAl-Qaeda comenzó a enviar combatientes de los dos Waziristán hacia Irak inmediatamente después de la invasión estadounidense de 2003. Este movimiento se aceleró por las diferencias ideológicas y estratégicas que la enfrentaban a los talibanes. "Desde que fue designado administrador de Irak, Paul Bremer 5 disolvió todas las fuerzas de seguridad iraquíes. Fuimos a verlo con una delegación -recuerda el doctor Mohammed Bashar Al-Faidy, dirigente de la Asociación de Ulemas Musulmanes, uno de los actuales componentes de la resistencia anti-estadounidense- y le advertimos de esta decisión que permitiría a todos cruzar nuestras fronteras. Debieron preservar, al menos, los guardias fronterizos. Bremer no estaba de acuerdo: para él, todas las fuerzas de seguridad eran adeptas a Saddam. Pronto los iraquíes asistieron, impotentes, a la afluencia de todo tipo de personas sin escrúpulos, terroristas provenientes de Irán o de Al-Qaeda, que se agrupaban en Irak para sus propios objetivos." Y concluye: "Hoy creo que esta política de Bremer estaba destinada a atraer a los militantes de Al-Qaeda a Irak, donde pensaba que sería más fácil matarlos o capturarlos que en Afganistán o Waziristán" 6. Sin embargo, mientras Al-Qaeda se esfuerza por tomar la dirección de la lucha y convertirla a su visión global, los dirigentes iraquíes de la resistencia, movidos ante todo por objetivos nacionalistas, se preocupan cada vez más por ello y querrían deshacerse de estos combatientes extranjeros. Los medios de comunicación árabes difundieron recientemente indicadores de este disenso. La cadena de televisión satelital Al Jazeera difundió, en abril de 2007, los dichos de Ibrahim Al-Shammari, vocero del Ejército Islámico, sobre su ruptura con Al-Qaeda. Los objetivos de los movimientos son tan diferentes -declaraba-que en ciertas circunstancias el Ejército Islámico preferiría tratar con Estados Unidos. En una conferencia de prensa celebrada en Washington el 26 de abril de 2007 7, el general David Petraeus, comandante en jefe de las tropas estadounidenses en Irak, recordó el viraje sunnita contra Al-Qaeda. "Los rebeldes sunnitas y lo que se denomina la resistencia sunnita siguen siendo nuestros adversarios. Pero también vemos otros elementos que se suman a las tribus sunnitas en lucha contra Al-Qaeda, de manera que la situación es más alentadora en la provincia de Anbar y otras zonas que dábamos por perdidas hace menos de seis meses." El general Petraeus afirmó también que Estados Unidos "seguirá tratando con los jefes de las tribus sunnitas y ex dirigentes de la insurrección, con el fin de que sus combatientes se unan a las fuerzas de seguridad iraquíes legítimas en la lucha contra los extremistas". En cuanto al doctor Al-Faidy, señala sin ambages: "Todos los elementos extranjeros que se sumaron a milicias irregulares son una maldición para la resistencia. Se obstinan en querer controlar Irak para presentar su propio proyecto. Al-Qaeda fue infiltrada por numerosos servicios de inteligencia, por no hablar de sus desviaciones religiosas, como el takfirismo. En resumidas cuentas, es el pueblo iraquí el que paga un pesado tributo. Lo mismo sucede con las milicias chiitas apoyadas por los servicios iraníes. Éstas también quieren dominar el sur de Irak y asesinaron hasta ahora a una treintena de jeques chiitas. Los jeques de esta región querrían unirse a la resistencia contra el ocupante, pero las actividades de estas milicias apoyadas por Irán se los impide". Según el doctor Al-Faidy, la mayoría de las operaciones de envergadura montadas en Irak son producto de los grupos nacionales de resistencia. Pero como éstos tardan en reivindicarlas, los medios de comunicación internacionales suelen atribuírselas a Al-Qaeda. "Incluso James Baker 8 reconoce que Al-Qaeda es sólo un modesto engranaje en la resistencia. Hoy pagamos el precio de haber aceptado a Al-Qaeda en el seno de la resistencia en un primer momento de entusiasmo. Luego de la invasión de Estados Unidos, queríamos convencer a todos y a cada uno de sumarse a la lucha contra el invasor. Cuando llegaron a Irak los primeros combatientes de Al-Qaeda, los recibimos con los brazos abiertos. Pero hoy, todo lo que hacen perjudica gravemente a la resistencia." Ya sea la resistencia iraquí, los talibanes u otros grupos que aceptaron a Al-Qaeda en sus filas, hoy todos pagan el precio. Pero su ruptura con la organización de Ben Laden en Irak podría tener una contrapartida favorable: Estados Unidos parece haber aceptado la idea de una paz por separado con los grupos de resistencia sunnitas que se habrían deshecho de los combatientes de Al-Qaeda y que podrían verse recompensados con una fórmula de reparto del poder con el gobierno de Bagdad. En cuanto al frente del Este, la muerte del mollah Dadullah, quien había logrado asegurarse el apoyo sustancial de Pakistán, genera incertidumbre. Pero el objetivo de Islamabad sigue siendo el mismo: negociar una fórmula de reparto del poder entre los talibanes moderados y el gobierno de Kabul. Esto requerirá sin embargo la partida de todos los combatientes extranjeros, una larga marcha de estos adeptos del takfirismo hacia nuevas tierras musulmanas que, un día u otro, podrán expulsarlos nuevamente.
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