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Lucha sin vigor contra la desertificaciónVinculada con el crecimiento demográfico, la explotación desmedida de los suelos y las desigualdades, la desertificación progresa en casi todo el planeta, incluso en Argentina. Los compromisos para reducir las emisiones de gas de efecto invernadero suscriptos en Kyoto en 1997 no se cumplieron. Ahora, luego del fracaso de la Conferencia de Naciones Unidas sobre los cambios climáticos en La Haya, el 25 de noviembre pasado, las diferencias entre Europa y Estados Unidos (los más contaminantes del planeta) no permiten predecir que vaya a cuestionarse el modelo de desarrollo mundial responsable del desorden climático.La gran crisis ecológica que ha afectado al Sahel (Africa) durante cerca de veinte años (designada con el término de desertificación), conmovió a la opinión pública y tuvo consecuencias catastróficas para los pueblos afectados. A partir de 1968 aumentó en todo el mundo la demanda de programas científicos -casi inexistentes hasta entonces- sobre las "zonas áridas". El fenómeno provocó una gran curiosidad entre los investigadores, que se tradujo en cientos de publicaciones, libros o literatura de dudosa seriedad. Invitados a pasar a las explicaciones a partir de una ciencia todavía embrionaria, los científicos aportaron respuestas divergentes y a menudo contradictorias, sobre todo en las Conferencias de Naciones Unidas sobre la desertificación (UNCOD) en Nairobi, en 1977 y 1981. Los desacuerdos se produjeron en puntos tan esenciales como la propia definición de la desertificación y sus mecanismos, seguramente climáticos en el origen, pero también socio-económicos y, cada vez más, demográficos. Dada la amplitud y la evolución de la catástrofe y para alentar el esfuerzo de solidaridad internacional, algunos científicos llegaron a predecir un irreversible avance del desierto de más de 5 kilómetros al año y propiciaron estrategias de lucha -como las "barreras verdes"- que algunos Estados adoptaron sin estudios previos. Ante la gravedad de las hambrunas y la ruina de las economías de los países del Sahel, la mayor parte de los miles de millones de dólares aportados por los grandes organismos internacionales y los Estados del Norte se dedicó a la ayuda material y menos del 10% a proyectos de lucha o investigaciones de largo plazo sobre las causas. Para distribuir esos créditos, la Agencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) pidió a cada país afectado que presentara un Plan de Acción Nacional (PAN). Pero esos Estados, independientes desde hace sólo dos o tres décadas, no estaban preparados para producir tales documentos y, excepto países como Túnez o Mali , sus esfuerzos sólo han conducido a propuestas dispersas, irreales y sin evaluación financiera (ver "Planes"). Todavía más grave ha resultado la proliferación de organismos internacionales y oficinas de estudios en relación con el Plan de Acción para Combatir la Desertificación (PACD), y la desconsiderada multiplicación de reuniones de coordinación, expertizaciones, recomendaciones e informes, que han absorbido la mayor parte de los créditos en perjuicio de las acciones de lucha efectiva. En 1991, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PUNE) reconoció el fracaso en un informe que constataba que las superficies afectadas por la desertificación iban en aumento. En mayo de 1992, por iniciativa de Francia, se creó el Observatorio del Sáhara y el Sahel para "observar" los progresos de la desertificación. Con medios financieros muy inferiores a las ambiciones anunciadas, concentró la mayor parte de los créditos en la observación, a costa de los programas de lucha contra la degradación. En la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (junio de 1992), la Convención Contra la Desertificación (CCD) figuró entre las tres acciones destinadas a salvaguardar el medio ambiente mundial1. Para justificar su carácter planetario, la CCD amplió sus competencias al conjunto de países amenazados, incluidos los de Europa mediterránea, siempre con África en primer lugar. Aunque ya durante la crisis del Sahel en los años ´70 fue muy difícil precisar objetivos prioritarios, la acentuada diversidad geográfica supuso la yuxtaposición de regiones muy diversas que por lo tanto requieren medios de lucha diferentes. ¿Cómo elegir una estrategia aceptable para el conjunto de los 170 países representados, cada uno de los cuales tiene el mismo peso en las discusiones y, más todavía, para los países donantes, muy conscientes de la debilidad del soporte científico de esta convención? Esta dificultad explica por qué el último plan de lucha, de junio de 1994, se adoptó con muchas reticencias (dados los escasos resultados anteriores) y ante el nerviosismo de los países del Norte, muy solicitados desde la crisis del Sahel. Mientras que las convenciones en las que los expertos proponen acciones de carácter general para luchar contra el efecto invernadero, el agujero de ozono, el empobrecimiento biológico, etc., se reúnen periódicamente, en la Convención sobre Desertificación los PAN son sometidos a la reunión de los Estados miembros ("Conferencia de las partes"), que seleccionan los proyectos que hay que financiar. Nos encontramos con la misma estrategia anterior, con la diferencia de que, en los años 1970-80, se adoptaron resoluciones de urgencia para hacer frente a las hambrunas y evitar la ruina de las economías de los países del Sahel. En los años ´90 surge una perspectiva de largo plazo, a partir del concepto de "desarrollo sustentable". Esto explica el importante papel que desempeñan en esta convención las consideraciones de orden político: el desarrollo sustentable afecta de hecho todos los aspectos de la vida de un país. Es por eso que a pesar de las reticencias de los medios religiosos, resulta evidente que un crecimiento demográfico particularmente rápido en el Cercano Oriente, el Magreb o México favorece a largo plazo el progreso de la desertificación. En muchos aspectos, la situación actual se parece a la que reinaba poco antes de Río de Janeiro, aunque haya mejorado la estrategia puesta en marcha. La ayuda al desarrollo ya no produce beneficios en los países desarrollados. Fijada en Río en el 0,7% del PIB, está en retroceso en todas partes: ha pasado del 0,64% (1994) al 0,38% (1999) en Francia, y se sitúa en torno al 0,1% en Estados Unidos Cómo tener más aguaSin embargo, la lucha contra la desertificación puede volver a tener su oportunidad; las estadísticas han revelado que el 20% de la población del globo vive con menos de 1 dólar por día. La conciencia de este hecho puede reactualizar el interés por una de las principales causas de la pauperización y el creciente endeudamiento de algunos Estados, sobre todo africanos, o de la afluencia de emigrantes clandestinos hacia los países del Norte2. Si la ONU, con el apoyo del Banco Mundial, ha decidido lanzar un amplio programa de lucha contra la extrema pobreza, como se ha pensado en la Conferencia del Milenio en septiembre de 2000, quizá sería posible confiar a un organismo único la puesta en marcha de planes de desarrollo, que intervendrían, simultáneamente, para frenar la degradación del medio ambiente y la caída de la renta en los pueblos afectados. Este organismo tomaría el relevo de la CCD para juzgar acerca de la calidad de los proyectos y para gestionar los créditos concedidos por los países donantes, tareas para las que no estaba preparada la convención que salió de la Conferencia de Río. Entonces, la CCD podría dedicarse a la búsqueda de soluciones "globales" para la degradación medioambiental, que es el objetivo de las otras dos conferencias surgidas de Río. A diferencia de la CCD, donde la política prima sobre lo científico, las convenciones sobre el clima y la biodiversidad se elaboraron bajo la presión de los investigadores que ya habían alertado a la opinión pública antes de Río. En cambio, el Comité de la Ciencia y la Tecnología (CST), sobre el que se apoya la Convención contra la Desertificación, está estrechamente subordinado a la instancia política (La Conferencia de las partes), que nombra a los cerca de 200 expertos del CST, representantes de sus países más que de una especialidad científica. En las breves sesiones anuales exponen su criterio sobre las cuestiones planteadas por la Conferencia, pero la mayor parte del trabajo la realizan grupos temáticos de una treintena de expertos, elegidos en las listas presentadas por la Conferencia. Desde 1996, las tres conferencias y las múltiples reuniones de expertos han debatido sobre "indicadores de desertificación" (1997), el inventario de los "saberes tradicionales" (1998) y los métodos de "alerta precoz" (1999). Estos temas no carecen de interés, pero el primero se limita a una actitud pasiva de observación de los progresos de la desertificación y cabe preguntarse para qué servirá en diez o quince años, puesto que entonces la degradación se habrá hecho irreversible… El segundo favorece la búsqueda de soluciones muy locales y raramente traspasables, y el tercero se refiere a la previsión, con algunos meses o algunos años de anticipación, de los riesgos de las grandes sequías o la desertificación. El doble lenguaje del CCD es chocante. Tiende a dramatizar los riesgos de desertificación cuando se trata de convencer a los socios para que financien los PAN, pero se niega a dotarse de verdaderos medios de lucha cuando se trata de fijar los objetivos prioritarios. En las regiones áridas y semi-áridas, donde las investigaciones están menos avanzadas que en las regiones más húmedas, hay una gran necesidad de soluciones innovadoras, teniendo en cuenta el rápido progreso de los conocimientos en todas las ramas científicas. Por no citar más que un ejemplo, la búsqueda de nuevos recursos de agua constituye un aspecto prioritario. De hecho, todo los países en vías de desertificación deben aumentar sus superficies irrigadas y su producción de agua potable para paliar la erosión de los suelos y responder al crecimiento demográfico, a menudo exponencial en las ciudades del Magreb, el cercano Oriente o el Sahel3. Todas las previsiones demuestran que en la próxima década las técnicas actuales no permitirán responder a las gravísimas penurias hidrológicas y que para responder a ese desafío sería necesario un esfuerzo de innovación tecnológica comparable al que siguió a los shocks petroleros. Desencanto en la opinión públicaEsas soluciones existen y sólo se necesitan algunos años de investigación y financiación adecuadas para desalar el agua de mar con técnicas menos costosas que las de hoy; para almacenar grandes volúmenes de agua al abrigo de la evaporación, adaptando las técnicas de recarga artificial de los acuíferos puestas a punto en regiones templadas; para aumentar la eficacia de las precipitaciones gracias a las técnicas de lluvia provocada, etc4. Este último objetivo fue el único citado, en 1994, en la Convención sobre la Desertificación (cloud-seeding; articulo 17,1-g). Actualmente se están llevando a cabo investigaciones muy prometedoras al respecto en Sudáfrica y México, pero con créditos muy limitados. Pidiendo a los políticos y a los socios capitalistas que financien tal programa, la CCD habría podido movilizar a los investigadores y los medios en torno a una cuestión realmente prioritaria, como ha hecho la Convención sobre el clima para reducir las emisiones de CO2, de metano o de CFC. Se entiende que la opinión pública, escaldada, se desinterese de un discurso que tiene tan poca relación con una lucha eficaz contra la desertificación y que los medios, mientras se hacen ampliamente eco de las convenciones sobre el clima o la biodiversidad, apenas relaten las asambleas anuales de la CCD. Un desencanto especialmente lamentable. La desertificación no ha dejado de progresar durante la última década y todavía se agravará más en los próximos años: el crecimiento demográfico, aunque frenado, continuará hasta el 2030; las previsiones sobre las consecuencias del calentamiento climático indican que sobrevendrán sequías, más largas y más frecuentes, sobre todo en torno a los desiertos tropicales y del Mediterráneo…
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