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Las instituciones de Bretton Woods en crisisA partir de la crisis financiera del sudeste asiático, el reconocimiento del fracaso de las políticas del FMI y el Banco Mundial estalla dentro de sus mismas dirigencias. El liberalismo económico más ortodoxo y las protestas de los manifestantes, que se hacen escuchar en todas las cumbres de estas dos instituciones para impugnar los efectos de sus políticas, coinciden paradójicamente en que ya agotaron su ciclo.Era la belle époque para el Fondo Monetario Internacional (FMI) y para el Banco Mundial (BM): en Washington, sus funcionarios, generosamente remunerados1, elaboraban en sus gabinetes programas de "ayuda" a países de los que no sabían casi nada. Se trataba de un ejercicio al alcance de un simple aprendiz, ya que los programas habían sido elaborados de una vez y para siempre y almacenados en los discos duros de las computadoras, casi como un contrato-formulario para el alquiler de un coche. Sólo faltaba agregar el nombre del país, algunos datos presupuestarios y monetarios, los objetivos a cumplir para el reembolso de la deuda y, para ello, la lista de leyes sociales a "flexibilizar", las tarifas aduaneras a reducir, las empresas públicas a privatizar, los programas sociales, servicios públicos y subvenciones a suprimir, los impuestos a aumentar, etc. Las misiones "sobre el terreno" (había muchas: de exploración, de negociación, de evaluación), se reducían habitualmente a viajes en limusina entre la piscina de un hotel cinco estrellas y las oficinas climatizadas del ministro de Economía local, un personaje que manifestaba el colmo de la amabilidad y daba muestras de la deferencia exigida por personajes imbuidos de su importancia, que pocas veces hablaban en su misma lengua -salvo que ésta fuese el inglés- pero que disponían del derecho de vida o muerte sobre tal o cual proyecto y hasta sobre sectores enteros de la economía. En cuanto a las solemnes reuniones de ambas instituciones, a veces conjuntas, eran otros tantos lugares de intercambio de discursos previsibles y comunicados consensuados, a veces surrealistas: aún se recuerda que en el otoño (boreal) de 1997, es decir, en momentos en que la crisis financiera asiática ya causaba estragos -sobre todo en Hong Kong- el FMI acababa de reiterar su confianza en la libertad de circulación de capitales ¡para favorecer la "óptima asignación de recursos"! La prensa económica y financiera, cebada en los cocktails donde se rozaba con la crema mundial de las finanzas, se identificaba plenamente con esos tópicos liberales y daba cuenta de ellos fielmente. ¿Por qué hablar en pasado? ¿La lógica del FMI y del BM habrían cambiado súbitamente? No, y Ecuador, entre otros, lo sabe bien. Ocurre que dos fenómenos arrojaron una ducha fría sobre el aplomo satisfecho que ostentaban ambos organismos. En primer lugar, el fracaso de sus políticas, que se han visto obligados a admitir, acompañando amagos de actos de contrición y hasta de arrepentimiento. Luego, la atención que atraen sobre cada una de sus misiones y reuniones numerosos manifestantes movilizados. En 1998, el secretario general de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) tuvo que recibir a una delegación de opositores al Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) que formaban una cadena humana frente a la sede del organismo en París. Luego vino el fiasco de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Seattle, en noviembre de 1999; a continuación, los miles de manifestantes en Washington contra la reunión del comité monetario y financiero internacional del FMI, el pasado 16 de abril; más tarde, el 31 de mayo en Buenos Aires, los 40.000 manifestantes reunidos para decirle a la delegación del FMI recibida en la Casa de Gobierno, que no era bienvenida; y posteriormente, en julio, la reunión del G8 en Okinawa, protegida por 22.000 policías… A cada cumbre internacional responde ahora una contra-cumbre de sindicatos, asociaciones y movimientos de ciudadanos llegados de numerosos países (ver "Davos", pág. 8), obligando a sus organizadores a un intenso esfuerzo de relaciones públicas para tratar -en vano- de desactivar las críticas. Esas movilizaciones son el testimonio de un gran salto cualitativo en la percepción de los mecanismos de funcionamiento del sistema liberal globalizado. Las grandes decisiones que afectan a los franceses y a los alemanes no se toman tanto en París o Berlín como en las cumbre europeas, tal la de Lisboa2, en marzo pasado. La suerte de decenas de millones de brasileños no se decide tanto en Brasilia como en la sede del FMI, en Washington. Si en los últimos meses la OMC fue la vedette de las reuniones internacionales contra la mundialización liberal, ya está siendo alcanzada por las instituciones de Bretton Woods. Se trata de otro salto cualitativo importante y de una muestra de la solidaridad Norte/Sur: aunque el librecambismo tiene consecuencias en todos los países, desarrollados o no, el FMI y el BM operan esencialmente en los países menos industrializados y son relativamente "invisibles" en la tríada EEUU-Europa-Japón. En estos países, el debate público respecto de dichas instituciones había quedado confinado a las asociaciones de solidaridad con el Tercer Mundo y a unos pocos medios de difusión, pero esos tiempos han pasado. Ahora resulta cada vez más evidente que existe una identidad ideológica de enfoque y una división de trabajo concertada -aunque no exenta de conflictos- entre la OCDE, la OMC, el Banco Mundial, el FMI, el G8 y la Comisión Europea. A dispositivo de control global, reacciones también globales y exigencias de cambios radicales. Conflictos internosEsos cambios son aún más difíciles de realizar en el BM y en el FMI que en la OMC, en la medida en que el peso del Sur, pese a ser el primer afectado, es casi inexistente en aquellos a causa del bloqueo estadounidense: cada país no cuenta por uno, sino por la suma de dólares de sus contribuciones. Pero paradójicamente -y contrariamente a la OMC- es también del propio seno de las instituciones de Bretton Woods y de ciertos círculos dirigentes estadounidenses de donde provienen algunas de las críticas más acerbas. Joseph Stiglitz, por ejemplo, ex jefe de economistas y vicepresidente del BM, empujado a la renuncia por el Departamento del Tesoro a raíz de sus análisis no convencionales, criticó severamente al FMI por su gestión catastrófica de la crisis asiática. Otro alto responsable del BM, Ravi Kanbur, también renunció, luego que su informe anual sobre el desarrollo (en el que afirmaba que el crecimiento no implicaba reducción de la pobreza y de las desigualdades), fuera censurado por presión estadounidense. La partida de esos dos economistas generó grave malestar entre los altos responsables del BM y del FMI, y desacreditó seriamente las políticas que aplican. El informe de un grupo de trabajo formado a pedido del Congreso estadounidense y presidido por Allan Metzer no les aportó casi ningún consuelo. Publicado en marzo de 2000, el informe Metzer no preconiza reformar el funcionamiento del FMI y del BM, sino restringir drásticamente sus compromisos… y en consecuencia, sus efectivos. Esa es la sección aislacionista y liberal "pura" de los proyectos de reforma actualmente en debate -uno de cuyos adeptos es Jeffrey Sachs- y que paradójicamente coincide con ciertas críticas de quienes dicen que "cincuenta años son suficientes" y que el FMI no se puede reformar. El frente anti-FMI y anti-BM, al igual que el formado contra la OMC, aún no tiene un proyecto de recambio "llave en mano". Tiene sin embargo un gran número de reivindicaciones y de principios en común. Los más cruciales son la exigencia de anulación de la deuda pública de los países en vías de desarrollo3, y el control de los movimientos de capitales por diversos dispositivos disuasivos, entre ellos la tasa Tobin. Liberados de esa preocupación obsesiva, el BM y el FMI podrían consagrase a otras tareas más útiles. Con la condición, evidentemente, para quienes no consideran realista su supresión pura y simple, de cambiar profundamente su lógica y su funcionamiento, en particular la transparencia de decisiones; el poder político otorgado de manera colegiada al comité monetario y financiero internacional del FMI (de 24 miembros), independientemente de las contribuciones (lo que pondría fin a la pesada tutela estadounidense); la obligación de someter los programas a los parlamentos de los países "beneficiarios"4 y de proceder previamente a estudios de impacto ecológico, social y cultural por parte de organismos independientes; la evaluación exterior de esos programas a posteriori y la creación de un mecanismo de recurso para las poblaciones afectadas por los programas de ajuste estructural5, etc.
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