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“No en nuestro nombre”El 19 de septiembre pasado apareció en The New York Times una solicitada de página entera, que reproducimos, firmada por más de 2.000 personas 1, entre ellas artistas y escritores famosos, un ex ministro de Justicia, abogados, jueces, periodistas, clérigos… El texto exime de todo comentario, pero destaquemos el valor y la lucidez de los firmantes en el actual clima de patrioterismo y caza de brujas que se vive en Estados Unidos, que recuerda a quienes se opusieron al macartismo y a la guerra de Vietnam.Que no se diga que el pueblo en Estados Unidos no hizo nada cuando su gobierno declaró una guerra sin límites e instituyó nuevas y severas medidas de represión. Los firmantes de esta declaración llaman al pueblo de Estados Unidos a resistir las normas y la dirección política global que emergieron desde el 11 de septiembre de 2001 y plantean graves peligros para los habitantes del mundo entero. Creemos que los pueblos y las naciones tienen el derecho a determinar su propio destino, libres de toda coerción militar de las grandes potencias. Creemos que todas las personas detenidas o perseguidas por el gobierno de Estados Unidos deberían tener los mismos derechos al debido proceso. Creemos que el cuestionamiento, la crítica y el disenso deben ser valorados y protegidos. Entendemos que estos derechos y valores siempre son desafiados y que hay que luchar por ellos. Creemos que las personas conscientes deben asumir responsabilidades por los actos de sus propios gobiernos: debemos en primer lugar oponernos a la injusticia que se comete en nuestro propio nombre. Por lo tanto llamamos a todos los estadounidenses a RESISTIR la guerra y la represión desatada en el mundo por la administración Bush. Es injusta, inmoral e ilegítima. Elegimos hacer causa común con los pueblos del mundo. Nosotros también miramos conmocionados los horrorosos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Nosotros también lloramos los miles de muertos inocentes y nos estremecimos ante las terribles escenas de matanza, al mismo tiempo recordábamos escenas similares en Bagdad, Ciudad de Panamá y, hace una generación, Vietnam. También nosotros adherimos al angustioso cuestionamiento de millones de estadounidenses que se preguntaron por qué podía suceder algo semejante. Pero el duelo apenas comenzaba, cuando los líderes más importantes del país desencadenaron un espíritu de venganza. Plantearon un escenario simplista, “bien vs. mal”, que fue retomado por medios de comunicación maleables e intimidados. Dijeron que interrogarse por las causas de estos terribles acontecimientos rayaba en la traición. No habría debate. Por definición no habría cuestionamientos morales ni políticos válidos. La única respuesta posible sería la guerra en el extranjero y la represión en nuestro país. En nuestro nombre, la administración Bush, con la casi unanimidad del Congreso, no sólo atacó Afganistán, sino que se arrogó para sí misma y sus aliados el derecho a imponer la fuerza militar en cualquier lugar y en cualquier momento. Las brutales repercusiones se hicieron sentir desde Filipinas hasta Palestina, donde los tanques y topadoras israelíes dejaron un terrible reguero de muerte y destrucción. El gobierno se prepara ahora abiertamente para hacer una guerra total contra Irak –un país que no tiene conexión con el horror del 11 de septiembre. ¿En qué mundo se convertirá éste si el gobierno tiene un cheque en blanco para lanzar comandos, asesinos y bombas donde quiera? En nuestro nombre, el gobierno ha creado dos clases de personas dentro de Estados Unidos: aquellos para quienes los derechos básicos del sistema legal estadounidense están como mínimo comprometidos, y aquellos que no parecen tener ningún tipo de derechos. El gobierno hizo una redada sobre 1.000 inmigrantes y los detuvo en secreto por tiempo indefinido. Cientos han sido deportados y otros cientos aún languidecen en prisión. Resuena como el eco de los tristemente célebres campos de concentración para los japoneses-estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez en décadas, los procedimientos de inmigración distinguen ciertas nacionalidades para tratarlas de manera desigual. En nuestro nombre, el gobierno tendió un manto represivo sobre la sociedad. El vocero del Presidente advierte a la gente de “tener cuidado con lo que dice”. Los artistas, intelectuales y profesores disidentes ven sus puntos de vista distorsionados, atacados y suprimidos. La así llamada Acta Patriótica (Patriot Act) –junto a una gran cantidad de medidas similares a nivel de los Estados– otorga a los allanamientos policiales nuevos poderes para requisar y confiscar, supervisados por medio de procedimientos secretos ante Cortes secretas. En nuestro nombre, el ejecutivo ha usurpado sistemáticamente los roles y funciones de las otras ramas del gobierno. Tribunales militares con criterios de evidencia poco estrictos y sin ningún derecho de apelación ante las Cortes regulares son puestos en funcionamiento por orden del ejecutivo. Algunos grupos son declarados “terroristas” de un plumazo presidencial. Debemos tomar en serio a los más altos funcionarios del país cuando hablan de una guerra que durará una generación y cuando hablan de un nuevo orden doméstico. Enfrentamos una nueva política abiertamente imperial hacia el mundo y una política doméstica que promueve y manipula el miedo para recortar derechos. Hay un recorrido mortal hacia los acontecimientos de los últimos meses que debe ser visto como es y resistido. Demasiadas veces en la historia la gente esperó hasta que fue demasiado tarde para resistir. El presidente Bush declaró: “están con nosotros o contra nosotros”. He aquí nuestra respuesta: Nos negamos a permitirle hablar por todo el pueblo estadounidense. No abandonaremos nuestro derecho a cuestionar. No entregaremos nuestras conciencias a cambio de una falsa promesa de seguridad. Decimos NO EN NUESTRO NOMBRE. Nos negamos a ser parte de estas guerras y repudiamos cualquier inferencia de que están siendo iniciadas en nuestro nombre y para nuestro bienestar. Extendemos la mano a aquellos que sufren en todo el mundo debido a estas políticas; mostraremos nuestra solidaridad por medio de palabras y hechos. Nosotros, quienes firmamos esta declaración, llamamos a todos los estadounidenses a unirse y levantarse frente al desafío. Aplaudimos y apoyamos el cuestionamiento y la protesta actualmente en curso, al mismo tiempo que reconocemos la necesidad de hacer mucho, mucho más, para detener realmente a esta enorme fuerza destructiva. Nos inspiramos en los reservistas israelíes que, con gran riesgo personal, declaran “HAY un límite” y se niegan a servir en la ocupación de Cisjordania y Gaza. También nos inspiramos en los numerosos ejemplos de resistencia y conciencia del pasado de Estados Unidos: desde aquellos que lucharon contra la esclavitud con rebeliones y métodos clandestinos, hasta quienes desafiaron la guerra de Vietnam rechazando órdenes, resistiendo el reclutamiento, y solidarizándose con los resistentes. No permitamos que el mundo que hoy nos observa pierda las esperanzas por nuestro silencio y nuestra omisión a la hora de actuar. Al contrario, que el mundo oiga nuestro compromiso: resistiremos la maquinaria de guerra y represión y convocaremos a otros para hacer todo lo posible para detenerla.
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