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Lula, veinte años despuésLa victoria del Partido de los Trabajadores en Brasil es el fruto de una construcción consciente y planificada, que al cabo de veinte años de esfuerzos, aciertos y errores, dio como resultado que un obrero metalúrgico con apoyo popular, en alianza con otros sectores nacionales e industrialistas, gobierne la mayor economía latinoamericana y una de las diez mayores del mundo. La tarea no será fácil, pero es previsible que el apoyo de las bases y la experiencia acumulada permitan avances importantes. Una nueva y gran oportunidad para el Mercosur.“Lula representa la única opción ética para Brasil”, me contestaron cuando en 1989 pregunté por qué Lula ganaba la “votación” interna en Itamaraty. Después de su tercera derrota, en agosto de 1999, vino Lula a Buenos Aires invitado por el Instituto de Estudios Brasileños. En la agenda de visitas sobró espacio: sólo a la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), a Raúl Alfonsín y a Fernando de la Rúa les pareció útil conocer a aquel “muerto político” que ahora, en su cuarto intento (como Salvador Allende y François Mitterrand) presidirá la segunda democracia más poblada de Occidente, al frente del partido de izquierdas más grande del mundo –China al margen– en votos, en militancia y en representatividad de la clase obrera. “Por un Brasil decente, Lula presidente”, fue el eslogan principal de la campaña, que resume la esencia del Partido de los Trabajadores (PT), fruto de “la voluntad de independencia política de los trabajadores, cansados de servir de masa de maniobra para los políticos de partidos formados de arriba para abajo, del Estado para la sociedad, de los explotadores para los explotados”1. El PT es una construcción original: como recuerda Antonio Cândido2, “la iniciativa de los partidos obreros era siempre de intelectuales de clase media; el nacimiento del PT se debió a los propios obreros con su maciza presencia y la determinación para ejercer su liderazgo y su desarrollo obedeció a esas premisas con más aciertos que errores, con competencia administrativa al gobernar, uniendo a la firmeza de los propósitos la flexibilidad de los medios”. Si la clase social no es un dato estructural sino un fenómeno de construcción histórica, el PT expresa el modo en que la clase obrera brasileña incorporó y asimiló sus experiencias uniendo la acción sindical y la política y, con particular acento brasileño, fortificando la política de clase con la dimensión nacional: “la Nación es el pueblo y el país sólo será independiente cuando sean creadas las condiciones de libre intervención de los trabajadores en sus decisiones”3. Por eso para el PT las tres derrotas fueron mojones de su fortalecimiento. Logrado el capital propio con “la firmeza de los propósitos” llegó el momento de “la flexibilidad de los medios”: la política de alianzas con los sectores necesitados del fortalecimiento nacional y la profesionalización de la campaña, como didácticamente lo explicó Lula la noche de su victoria a sus amigos extranjeros. Aun en ese momento, el centro fue el PT, lo que no debe sorprender: la actividad electoral se subordina a la organización de las masas populares, como sostiene el manifiesto bautismal. Un oído atento a las basesDesde una Argentina acostumbrada a las metamorfosis postelectorales, lo dicho es básico para entender a Lula presidente. No habrá un “Lulamenem”, del mismo modo que no habría habido un Menem con un PT detrás. Pero sí habrá un Lula presidente responsable de “un activo con más aciertos que errores y con competencia administrativa al gobernar”. Es lícito, en cambio, preguntarse qué podrá hacer y cómo tratará de hacerlo, heredando una “situación económica gravísima”, como la define José Dirceu4 (ver págs. 6-7) con la economía mundial jaqueada por la crisis bursátil y al borde de la deflación5, la amenaza de la guerra, el irracional liderazgo estadounidense, etc. Con su propio modelo de desarrollo, el PT comenzó a cambiar a Brasil, un dato principal al imaginar la administración Lula: en primer lugar, proteger y fortificar su propia base. En el congreso fundacional, Mario Pedrosa dio la clave: “diferente a todos los partidos con su danza de letras y siglas (socialista, popular, progresista, democrático, laborista, socialdemócrata, etc.) el PT es simplemente el partido de los trabajadores, sin vanguardia, sin teorías, sin libro sagrado; hemos dejado las biblias afuera para aprender juntos un nuevo abecedario”6. Hoy, con similar sencillez se define al gobierno del PT: una alianza amplia con hegemonía popular para hacer reformas básicas. Fernando Henrique Cardoso, siendo presidente electo, afirmaba que “Brasil no es un país subdesarrollado, sino un país injusto”; ocho años después, su amigo y admirado Antônio Cândido afirma que en Brasil “quien diariamente come tres veces al día, se baña y muda su ropa es un privilegiado rodeado de iniquidad”. En consecuencia, Lula interpretó la primera vuelta electoral como un mandato para “tener un país que vuelva a crear empleos, que disminuya las desigualdades y atempere el sufrimiento y las injusticias sociales…(porque) sin cuidar a los brasileños desposeídos no tendremos una Nación”7. El nuevo pacto social es entonces la base para un programa de naturaleza nacional, que justifica tanto la amplitud de la alianza como la de los apoyos que recibió para la segunda vuelta. Esa misma lógica se expresa en relación con “una América Latina fragilizada por políticas que debilitaron sus economías, corroyeron su capacidad de gobernarse con políticas propias y ampliaron sus problemas sociales”, para la que el PT promete “un Brasil que puede ser y que va a ser un factor de estabilización democrática y de progreso social”8 y que se entronca tanto con el rechazo al ALCA –al que Lula califica de “proyecto de anexión”– como a la política seguida por Cardoso y su ministro de Relaciones Exteriores Celso Lafer, enjuiciada severamente en tácito apoyo a Lula por el embajador Rubens Ricupero, quien fuera un activo propulsor de la integración argentino-brasileña.9 Brasil es un país-continente de profundas desigualdades sociales y regionales. Así como Argentina es una parte de la América Española fracturada, Brasil es la América Portuguesa que mantuvo su unidad, en buena medida como curiosa consecuencia de la esclavitud, aumentando así las diferencias heredadas de ambas metrópolis. Hasta en el idioma Brasil no es uno más, sino el principal y casi único responsable de la lengua portuguesa. Bastan estas notas como muestra de las fuerzas centrípetas que actúan en su formación como pueblo y como nación, que permitieron que ese “Brasil injusto” llegara a ser la octava economía del mundo –hoy novena o décima– de creciente presencia exportadora. Cuando los países de la Sudamérica Española alcanzaron el límite de las políticas del crecimiento hacia adentro y de un modo también más o menos similar –a menudo con cuño militar– proclamaron la integración al mercado mundial con las recetas del neoliberalismo (el desmantelamiento estatal, la apertura financiera y comercial), Brasil, con políticas estatistas y nacionalistas y bajo gobierno militar, tuvo su celebrado “milagro” industrializador, que amplió sensiblemente su mercado interno. Aún hoy el “Brasil injusto” tiene millones de brasileños fuera del mercado; los que sin embargo es difícil que puedan ser la base de una etapa de desarrollo en el marco de la actual trasnacionalización de la economía y la globalización financiera. Es por eso que también para Brasil la respuesta a la crisis nacional implica el desafío de la construcción de la región, en concreto, el Mercosur, tal como proclaman Lula, el PT y sus aliados. ¿Y el Mercosur?Pero, ¿cuál Mercosur? Tampoco hay dudas en el rechazo a una zona americana de puro libre comercio y a la afirmación de “la complementariedad productiva”. En esto también la alianza Lula expresa intereses y aspiraciones más amplios, que suponen una consciente recuperación de los fundamentos originales. A principios de 1985, Tancredo Neves –presidente electo de Brasil– acepta en Buenos Aires la apuesta del presidente Raúl Alfonsín: integración para fortalecer la democracia, afrontar la deuda externa y posibilitar la modernización productiva. Su sucesor José Sarney asume el compromiso, que de inmediato se expresa tanto en la participación conjunta en la crisis centroamericana como en la relación bilateral, subrayándose la tendencia a la configuración de grandes espacios como ejes de la actividad productiva y la necesidad de fortalecer la capacidad de decisión en ese nuevo escenario. Eso no supone afirmar que el objetivo haya sido idéntico. El cuadro que recibían los civiles de ambos lados puede explicarlo. Desde 1976 el PBI argentino había caído 10% y el industrial se mantenía sin cambios; en Brasil se había producido un crecimiento del 25% y 50% respectivamente. Similar contraste en el comercio exterior y en el modesto intercambio bilateral, que tendía a la relación bienes primarios argentinos vs. productos industriales brasileños. Por eso había un fundamento básicamente económico para una Argentina que, sociedad integrada en proceso de desindustrialización, necesitaba ampliar el mercado y revolucionar las prácticas productivas, incluyendo la modernización de su clase empresaria. Por su parte, el Brasil industrial y exportador se encontraba desprotegido en el mercado mundial. De allí que su objetivo fuera principalmente político. Brasil necesitaba el respaldo regional y la alianza estratégica con Argentina aparecía como una condición necesaria para disipar temores hegemónicos de los vecinos y, a partir de allí, ampliar el espacio común, económico y político. Se sumó un rechazo a la concepción meramente mercantil (ALALC, ALADI) y el método gradual y flexible adoptado buscaba disminuir asimetrías que el comercio sin brújula podía incrementar. El acento, pues, se ponía en la complementación productiva, en el afianzamiento de estrategias políticas y económicas comunes en relación al mundo y en la sincronización macroeconómica. No fue ése el camino seguido por la administración Menem. Al recibir el canciller designado Domingo Cavallo el informe del gobierno saliente sobre el programa argentino-brasileño preguntó, lamentablemente sin ironía, por qué “si era tan bueno no lo financiaba el Citibank”. Ese “criterio” dominaría: frialdad inicial, abandono de los protocolos que apuntaban a la integración productiva y privilegiar luego el intercambio comercial… Se llegó así al Tratado de Asunción, que crea el Mercosur, esencialmente por razones de prestigio personal del presidente Menem y el interés de Cavallo (que había pasado a ser ministro de Economía) por dar oxígeno a la naciente convertibilidad, con reducción a la mitad del plazo decenal original, una irresponsabilidad que ya indicaba la naturaleza retórica del proclamado mercado común y que, debe admitirse, fue compartida por el presidente Fernando Collor de Mello. Así juzgó lo ocurrido José Sarney en 2001: “la integración pasa a ser sinónimo de rivalidad comercial y deja de ser percibida por el sentido más amplio político y estratégico que la inspiró: un proyecto de asociación entre segmentos productivos y de unión entre pueblos. Un proyecto que agrega valor a los socios, habilitándose a enfrentar conjuntamente los retos de la economía mundial”10. El abandono del proyecto original fue posible mientras la “rivalidad comercial” ayudaba a los asimétricos momentos críticos de cada economía, ambas sostenidas por la absurda apreciación monetaria, que el presidente Cardoso, una vez reelecto, abandona en 1999, generándose a partir de allí primero graves conflictos, (el gobierno Menem llegó a anunciar que pediría sanciones para Brasil en la OMC) y luego la desnaturalización del Mercosur de la mano de la reaparición del ministro Cavallo en el gobierno de Fernando de la Rúa. Los conceptos y las aspiraciones originarios, sintetizados por Sarney, dominan la propuesta de la coalición que encabezan el PT y Lula: construir la región. Un espacio de estas características no será ni puede ser el fruto del mercado. Surge de la decisión política, con objetivos políticos y se lo construirá desde la política. Lula suele afirmar que imitará a Juscelino Kubitschek en cuanto devolvió a los brasileños la ambición y la esperanza. Su fuerza es tal que quizás hasta contagie y logre que vuelva a haber un socio argentino.
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